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INOPINADO ENCUENTRO CON UN COMETA

Juan Antonio Bley

Chile



SERIE DE ASTRONOMIA "CONOZCA EL CIELO" PARA CONOZCA MAS.
ARTICULO N° 4: INOPINADO ENCUENTRO CON UN COMETA.
Extensión total del texto incluyendo notas: 1.415 palabras.
Por Juan Antonio Bley.

 El cerro El Roble, se encuentra a unos 70 kilómetros al Noroeste de Santiago, dominando el valle de Caleu. Su cumbre es una de las más elevadas del sistema montañoso de la Costa, alcanzando los 2.220 metros sobre el nivel del mar. Su belleza no es menor que su altura. Sus faldas están repletas de robles antiquísimos, dispuestos en bosques dignos de un cuento europeo. Pero lo más interesante de esta eminencia, es que sobre su cumbre descansan un observatorio astronómico de la Universidad de Chile y una estación de telecomunicaciones, existiendo un andarivel y un impensable camino para llegar en automóvil hasta las instalaciones.
 En un soleado sábado de octubre de 1995, me decidí a emprender el ascenso al Roble en automóvil. Mi mujer y mis hijos me acompañaban. Los lugareños de Caleu, me advirtieron que debía llevar binoculares, pues las vistas eran espectaculares. En último momento, logré conseguir prestados unos prismáticos de buena calidad. Con este equipamiento, vencimos la cumbre como a las 4 de la tarde. Cualquier advertencia respecto de la belleza del lugar se queda corta. La visión en 360 grados es la siguiente: hacia el oriente, las serranías nevadas de los Andes, cuya continuidad es interrumpida sólo por el notable cuerpo del Aconcagua. Hacia el sur, los humos de Santiago. Hacia el oeste, la plateada superficie del Océano Pacífico, a más de 50 kilómetros de distancia. Y hacia el Norte, cerros y valles hasta donde la curvatura del mundo oculta a La Tierra.
 Los binoculares pronto demostraron porqué eran tan esenciales. Barriendo con ellos cuidadosamente el horizonte del oeste, no tardó en aparecer la silueta de un barco en el campo visual. Y luego otro y otro más. ¡Qué sorpresa! estaba contemplando los buques anclados en el puerto de Valparaíso. Las horas pasaron raudas en medio de tanta hermosura. Pero ya comenzaba a caer la tarde y debíamos bajar, pues no llevábamos abrigo y el escarpado camino podía ser peligroso en la noche cerrada. Me perdería la vista del cielo estrellado desde este cerro, hito histórico de la astronomía chilena. El descenso ocurrió sin mayores inconvenientes, excepto por unas asustadas vacas que insistían en caminar por delante del vehículo, impidiendo el paso por la estrecha senda, flanqueada por la pared del cerro y por el precipicio. Cuando aceleraba, se asustaban todavía más, poniéndose a correr para no ser alcanzadas. Finalmente las vencí por cansancio, no sin antes haberlas hecho correr a más de cuarenta kilómetros por hora, con serio peligro de que alguno rodara por el barranco.
 En mi mente quedó rondando la idea de mirar las estrellas. Por lo tanto, luego de comer, salí al campo equipado con los mismos binoculares que me habían prestado. El firmamento estaba despejado y sin luna, ideal para la observación. En el cenit estaba la constelación del Escorpión, con la rojiza estrella Antares brillando en el tórax del arácnido celeste. Un signo más al Este, devenía Sagitario con sus lechosas nebulosidades visibles a simple vista. A través de los binoculares, recorrí el espinazo del Escorpión y sus alrededores, lentamente, cuando una fugaz mota en el campo óptico me hizo dudar. ¿Qué era aquello? ¿Acaso una falla del instrumento? No, pues la mancha desaparecía cuando se recorría el campo. No podía tratarse de un cúmulo estelar o de alguna galaxia, mucho menos de un planeta. Recordé haber visto una mancha similar en 1986, durante la visita del cometa Halley. Luego, no había más que aceptar los hechos: el carácter nebuloso de la aparición que ahora contemplaba, sugería que me encontraba frente a un objeto cometario. 

 La noche del domingo siguiente me sorprendió en Santiago, con sus cielos nocturnos polutos de polvo y luz artificial. Mi objeto tenía probablemente una magnitud visual +7 o peor (para el concepto de magnitud, ver Conozca el Cielo de diciembre). Por lo tanto, las probabilidades de encontrarlo otra vez en aquellos ríos de luz eran remotas. Sin embargo, me asomé al balcón y tomé mis destartalados binoculares 10x50. Busqué pacientemente en Escorpión y Sagitario, recorriendo lentamente los campos estelares. Si se trataba efectivamente de un cometa, no podría haberse corrido más que un grado en 24 horas. Como máximo, un par de diámetros lunares.
 Ya me estaban cansando los dichosos binoculares, cuando de pronto...¡Allí estaba!. Otra vez la manchita, corrida en algo más de ½ grado al noroeste con respecto a su posición de la noche anterior. Estimando gruesamente sus coordenadas celestes, redacté un Fax anunciando el avistamiento de un objeto cometario en Scorpius, DEC -26°24’, AR 16H28’, de magnitud 6 o 7, con desplazamiento diario de ½ grado. Al día siguiente, envié el documento al Cerro Calán, al Tololo y a La Silla, los principales observatorios del país.
 Desde La Silla, se me informó que la observación parecía corresponder al Cometa Periódico llamado Schwassmann-Wachmann III. Y del Cerro Tololo, me respondió don Arturo Gómez, científico, astrofotógrafo y célebre descubridor del Objeto Gómez, un raro y remoto cuerpo celeste, cuyo hallazgo dio la vuelta al mundo hace ya varios años. El Sr. Gómez me informó que habían enviado mi Fax al Centro Internacional de Telegramas Astronómicos en Cambridge, Massachusetts y que estaban a la espera de la confirmación. Cabía la posibilidad de que pudiera tratarse de un objeto nuevo, pues ellos no tenían información de cometas brillantes en el área en que yo había realizado el avistamiento. Podía tratarse pues, de un hallazgo cometario. La probabilidad de un descubrimiento es remota, pero existe. Un cometa nuevo es bautizado mundialmente en honor de su primer descubridor y frecuentemente ocurre que dos y hasta tres observadores informan simultáneamente de la aparición de un nuevo cometa. Para un aficionado, es la máxima gloria.
Lamentablemente, en nuestro caso se confirmó la primera comunicación de La Silla. El objeto era el cometa Schwassmann-Wachmann III. ¿Porqué no se había confirmado inmediatamente? Porque nadie esperaba que su brillo ascendiera tanto. Este cometa normalmente brillaba con magnitud 8 o más débil y precisamente la noche de mi observación, se había fragmentado, produciéndose un impresionante aumento de sus fulgores. El astrónomo me pidió algunos datos más respecto del lugar de observación y luego se despidió. Me quedaba el consuelo de haber estimado y comunicado los datos de posición y magnitud, con exactitud casi teórica.

 Pero el Sr. Gómez me tenía reservada una agradable sorpresa. El Sábado siguiente a la observación, apareció en el cuerpo ”C” del diario “El Mercurio“, media columna dedicada al avistamiento, describiendo fielmente sus detalles y dificultades técnicas y mencionando mi nombre. ¿Qué más se podía pedir? Sorpresivamente aparecía yo en el diario, sólo por haber mirado un poco hacia el cielo. Después de este incidente, no he vuelto a ver, no hablemos de descubrir, otros cometas en nuestro firmamento. El asunto no es sencillo, pues la ciudad de Santiago no da ninguna facilidad al respecto. Para intentar avistar un cometa, cuyo brillo general es muy débil pues está repartido por un área mucho más grande que una estrella o un planeta, es mucho mejor salir al campo o a una parcela suburbana. Con paciencia y suerte, recorriendo el cielo con unos binoculares de objetivos grandes y poco aumento, es posible alcanzar la fama de un descubridor. El telescopio no es recomendable en la búsqueda cometaria, pues su campo visual es muy reducido. Y si no hay éxito, la visión de los campos estelares será una recompensa más que suficiente. Hasta el próximo mes.

Este artículo tiene © del autor.

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