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Mujeres sin apellido.

Carlos Reyes Lima

España



“Aunque todos matemos a lo que amamos,
que todos oigan esto:
unos lo hacen con mirada amarga,
otros con palabras amables”...
Cesare Pavese. 
 

Las tres se encontraron en el Parque Santa Catalina, con tantas horas de sueño sin dormir, tantas minutos en madrugada y, las tres allí a un palmo del puerto; la una Adreina; la dos Ana; la tres Adriana. Las tres en un mismo espacio, las tres respirando el sitio por donde solamente cruzan de ida o de vuelta; las tres solas y por casualidad de los tiempos también son las tres de la madrugada.

Vigías, celadores de la noche, una bandada de sudafricanos rompen el espacio; pasean su armadura de nuevo mundo; descubren las claves de las chamarras, de los móviles, de las gorras de béisbol. Van cantarines y guturales; van con la mirada perdida; solo caminan,
Siempre van en línea recta, en grupos manoseados de tanta sorpresa. Ya no se detienen, van, van y vienen como olas, inquietos.

Adreina sabe de estos niños, de su comportamiento casi perfecto, de no dejarse percibir; de esconderse en cada rincón. Las otras dos más tímidas, que el peligro que presienten, se acurrucan, toman la cartera, su tesoro, se miran, y ya no se saben solas. El grupo pasa. El grupo cruza con la rapidez de quien desea conocer nuevos pasos. Las tres mujeres regresan a sus adentros, al caparazón que las cuida y las desvela.


Las tres de tres rumbos distintos. A decir verdad la una ya estaba allí, pero igual se juntaron en la plaza; cada quien en su mundo, cada cual venia de sus cosas, pero allí estaban, separadas en bancos fríos y húmedos, alejadas en puntos distantes, en asientos duros de concreto que unidos armaban una pirámide y, cada cual a sus asuntos.

Adreina en su rastro, pisándose las huellas de tanto taconear la acera, el parque, la pensión y el locutorio. Con esa facilidad para saber de idiomas, para arrastrar las palabras, invitar al amor en una breve frase: "pasamos un rato". Su lenguaje es su cuerpo, que al saberse observada, deseada, mercancía. Contornea las caderas, abulta los labios, agudiza su piel, elabora olores, se hace atractiva, seductora. Llena el pequeño espacio donde se sienta en el umbral de la vitrina, con su fondo escenográfico de maniquíes sin ropas. Ella para atraer, para tentar las pasiones pasajeras. Dueña y señora de la mirada que propone y dispone de sitios clandestinos para el amor. A precio módico resume el placer, siempre en una llamada de emergencia, nunca sola en la cabina, siempre acompañada y el mismo teléfono marcado una y otra vez a algún lugar de Andalucía. Tanto malabarismo de dar placer y llamar, solo a ella se le podía ocurrir y, así lo hacia. Pues sin más estaba allí, en un punto equis distante de los otras dos. Estaba en está isla por estar, atracada como un barco en el muelle donde las aguas son calmas, donde aprendió en mil idiomas a convidar placeres y aliviar cargas de largos viajes. Ella flaca y confidente, sin amores conocidos, pero con una hija, que tiene que mal alimentar y bien divertir.
Ana tambaleándose en su último ligue al borde del bar, en medio de la noche fracasada de tanto buscar y rebuscar en bares y discotecas, entre miles de personas que no se escuchan, solo se miran, se contemplan en las palabras no dichas, se mezclan entre abrazos, risas y bailes sin fin. La falda corta subida hasta el tatuaje en la entrepierna; las cejas tatuadas; los tacones de gran tamaño. Ella manteniendo la compostura, la dosis exacta de buena posición, la exhibición de sus virtudes, de su postura casi de modelo, pero su desenfado puede más y se deja caer sobre el banco. Allí Ana en un extremo si bien se mira, pasando la noche con ella sola y su cuerpo como barca a la deriva, queriendo anclar en un puerto, necesitando pensar en el taxi que nunca llega, esperando un transporte en un parque sin calle.

Adriana desde hace horas camina sin sentido hacia una dirección oculta en su interior; ella dejo al marido al borde de un gol, en el umbral de un grito frente a la tele. Salió a pasear su melancolía
Y allí se encontró sin armas (platos, cubiertos, ollas) sin hijos, sin suegras, sin jugadores que corren de un lugar a otro de la cancha, sin pelotas; sin emoción exterior, solo con el placer de saberse ella en el medio de la plaza. Adriana y sus zapatos de tenis, sus playeras.
Su cansancio de mirar y caminar durante 45 años por las mismas calles, por la misma playa; Se sabe de memoria y de recuerdo cada rincón de Las Palmas, de tanto habitar atardeceres en su condición "en paro", descubriendo cada día en los anuncios clasificados que se acerca al limite de edad para encontrar trabajo, para currar como Dios y el estado mandan. Está al borde de todo, hasta del banco en el parque. Está a una pulgada de los barcos que parten. Piensa, se apoya en su cartera ancla. “ Una hoja a la deriva se hace isla cuando está en el mar; una solitaria hoja con su rama se hace isla un día”.

Ana las mira, si se puede llamar "el mirar" a una leve pasada de vista por sus dos compañeras de noche, que por destino están en perfecta formación de tres puntos. Están allí, a esta hora, en el mareo de nueve copas. No distingue las geometrías. Sin saber si es su voz exterior o simplemente se habla a ella, establece un monólogo con su interior. “ Si solo piensa en voz alta”. Total no le importa, la noche está perdida. Busca en su cartera, la sacude, casi la voltea sobre el banco. “ Un cigarrillo coño, pero si no fumo. Qué es un cigarrillo a está hora, una espera”. De la cartera cae una caja de condones. Los toma y los tira al bote de basura, se desprende de su protección. ¡Que importa ya¡ Qué hacen dos mujeres en la noche. La de mi diestra seguro "busca hombres por economía". La de mi izquierda huye de su esposo, y... y yo que soy el centro, los busco a las dos para brindar por un nuevo día. Triste no, triste el vestido, tanto buscar en las tiendas la combinación exacta entre la ropa interior y el vestido negro. El maquillaje a la porra, la noche perdida, sentada aquí como una más del montón. Nadie me miro está noche, antes bastaba con tan solo poner una cara de mujer fatal y allí estaban todos los hombres y el jodido ese que me dijo cosas después de hacer el amor. Sí me enamoro. Tanto encanto en la mañana, me dejo entre un suspiro y un abrazo. Pero no le di mi móvil, no le deje ni siquiera saber mi panadero. No le deje mis señas. La Guagua pasa una sola vez en la vida y yo no la tome.

Adriana sin dejar de mirar a sus zapatos; andarines ellos, también los llevaba puestos cuando nació Nicolás... “Por eso sería Dios, por eso es claro... el niño salió inquieto como su padre. Qué hacen dos mujeres a está hora en la calle ¿ lo mismo qué yo? No, seguro una es puta y la otra esta borracha. Mi madre diría: Qué horas son estas para una señora estar en la calle; pero esa era mi madre. Coño le deje la vela encendida a San Pancracio, el Paco seguro ya la apago, si un gol no lo distrajo, si no estará quemado en el infierno. De allí no regresara. Allí no tendrá partidos de fucbol para incordiar con los demonios y las alimañas... Fue bueno ese día, ahora lo comprendo, ahora justo aquí... salimos con los niños, éramos alegres, yo era feliz con el Paco, y apareció ese fotógrafo vestido de árabe, con barba, con una cámara portátil en las manos, yo le pedí una foto. Nos las tomo; luego dijo: "se termino el rollo, si me dan cinco duros compro uno y regreso"... perdí el dinero y el Paco insultándome por mi torpeza; ahora que lo pienso, el loco ese, el árabe nos hizo un favor, tarde o temprano el Paco se comportaría igual. Ahora lo comprendo, y no se dejo de estar agradecida a Dios y a la virgen por haberme dado esa luz con el Paco. ¡Estará violento cuando llegue, me insultara de nuevo! No puedo comprender que solo camino para huir de él, para no escucharlo respirar con su olor a tabaco. Después de todo son más de 20 años esperando que me acaricie como la primera vez, pero la dicha solo dura un segundo, la felicidad dura un poquito más, solo otro segundo, entonces todo fue igual, tan igual que si sumo en 20 años cuantas veces fue verdad nuestra relación, nuestro encuentro marital solo me hace falta una mano. Por eso camino Paco, por eso, caminar tiene más placer que entregarte mi vientre cansado.

Adriana sin dejarse de frotar las manos, quizás con la intención de borrar alguna raya de la mano, de cambiar el destino con solo desaparecer una línea. “! Qué bueno el ruso! Primero me lo dijo en ruso, luego casi lo canto: Que ojos tan bonitos y no lo vi nunca, voltee para no reconocerlo en la calle, no le vi los ojos para no recordarme de su rostro, era uno más, un transeúnte de esté cuerpo ¿qué harán dos mujeres aquí a está hora? No son competencia y sí lo son, con solo definir mis limites tengo, pero no, esa que esta a mi derecha es una Maruja establecida, la de mi izquierda una simple busca hombres, las dos están malas, tienen olor a mujeres solas. Que triste. Ya es hora de irme a mi piso, de dejar la calle con tan solo cinco euros. Ya es tarde y clientes no hay. Puede ser que el amigo ese, el que no duerme, ese que solo habla de sus problemas venga y me pague los 20 Euros. A está hora buena estoy para escuchar al viejo ese; la última vez me tuvo 2 horas contándome de su hijo: ¡que está preso en el Salto del negro! Yo gilipollas que no le cobre por el tiempo extra, bueno un acto de caridad se le hace a cualquiera, pero la próxima vez cobro cada media hora y con él saco el día. Yo... yo también estoy sola, no tengo a mi ruso que cree en mis ojos. Si los busco y lo miro, solo lo miro, me pagara. ¡Qué buena manera de ganar dinero, solo con que te miren...!Boba!"

"Si soy una boba, deje pasar a ese pibe con ese culo... el lunes en la oficina me arrepentiré de mis pensamientos, y no de mis actos. Continuare chateando en el ordenador. Serán virtuales mis amores, mis aventuras. No reconoceré a nadie, solo me dejare llevar a rincones oscuros en la red, a lugares privados para entender eso del amor. El amor está hecho de palabras, de cosas que se dicen y no se dicen. El Esteban ese, era más interesante a miles de kilómetros, que cuando nos vimos y pasamos la noche juntos; no tenía manos para hacer de mi cuerpo una vibración posible. Cuanto desengaño, pero también mi vida no es como la de esas dos; solas pensando en quién sabe qué. Torturándose las carnes, eso es lo que hacemos las mujeres, nos ponemos bonitas para las otras mujeres, para exhibir nuestro dinero, para hacer que las otras sientan envidia de nosotras... y sí se liga que bueno... Si no sé termina aquí en una plaza con dos desconocidas como compañía".

"Deja que llegue mañana y... y otra vez a la casa, al noticiero, a los ciegos, a la voz del Paco; a mi dolor de cabeza para no hacer el amor. A los niños. A mis cosas".

Una de ellas corre. Corre en estampida hacia el mar que contiene el puerto. Rápida, disparada por resortes internos. Las otras dos al ver la emergencia de su carrera, corre a detener su estampida, su naufragio seguro. Las tres se reconocen, las tres se abrazan. Descubren su lugar común, sus coincidencias, su maquillaje desecho en la noche y cada una descubre su secreto. El secreto de estar a la tres y treinta en el Parque Santa Catalina.
 
Y, total mañana, cada cual a sus asuntos.

Este artículo tiene © del autor.

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1 Mensaje

  • Mujeres sin apellido. 24 de febrero de 2008 21:48

    Supongo que algo así de bueno solo se puede escribir después de que todo el mundo te ha dejado solo en medio de la noche. Me gustan tus historias porque las sé fruto de una experiencia sin prejuicios, sin interjuicios y sin postjuicios, de un deambular por la vida con los ojos bien abiertos y de un compartir vidas con los demás.

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