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Turín y Milán: Dos joyas italianas

Valentín Justel Tejedor

España



TURIN

Definir Torino es hablar de la elegancia y del progreso, en definitiva de la belleza.

Le Alpi proporcionan a esta afrancesada ciudad italiana, el encanto del que carecen otras ciudades italianas más renombradas.

Torino es arte con mayúsculas en sus distintas manifestaciones, ya sean arquitectónicas, como el Palacio Real de estilo neoclásico, o la impresionante y singular Molle Antonelliana simbolo por excelencia de la ciudad, reconvertida en la actualidad para albergar en su interior el museo de cinematografia; religiosas, como la Catedral y capilla de la Sindone, donde se halla el sudario de Cristo o Sábana Santa, con el que se envolvió el cuerpo desnudo de Jesús después de su crucifixión, la chiesa de María Auxiliadora fundada por San Juan Bosco y en la que se encuentran numerosos exvotos; culturales o de ocio, como el Lingotto uno de los centros lúdicos más grandes e importantes de Europa o el sorprendente Museo Egipcio, segundo en el mundo en orden de interés después del Museo del Cairo; medioambientales, como son el Po y sus parques y jardines que hacen de ella que sea considerada la ciudad más verde de Italia.

Pero Torino es mezcla de tradición y modernidad, ello se puede observar facilmente desde la elevada colina donde se ubica la basilica de la Superga un magnífico ejemplo de la arquitectura ecléctica italiana, desde allí podemos contemplar gracias a unas maravillosas vistas, el tejido urbano de una ciudad industrial, activa, y cosmopolita, que conserva con orgullo los vestigios de su pasado, aunque ello contradiga su realidad actual más vanguardista; sus hermosas calles y avenidas de adoquines centenarios, que comparten su epidermis con resplandecientes líneas paralelas, que permiten transitar a vetustos tranvías, impregnando la ciudad de la magia y nostalgia del pasado; sus decimonónicas construcciones, que evocan permanentemente a la mítica ciudad de la luz; las altas cumbres nevadas que parecen abrazar la ciudad ofreciendo una estampa realmente bucólica que se transmite al conjunto urbano; el río Po que discurre tranquilo en el seno de su cauce acariciando las delicuescentes veredas, que delimitan una ciudad que consigue enamorar al visitante por su grandeza y por su sencillez.

Aparentemente Turín se muestra como una ciudad acogedora, provinciana, y sosegada, sin embargo nada de esto es realmente cierto, pues basta con recorrer sus principales arterias vía Roma, vía Garibaldi, Piazza Castello, etc, para asegurar que nos hallamos ante un frenético y bullicioso laberinto urbano, que nunca se termina de descubrir.
 
 A presto Torino.

MILAN

Hablar de Milano es hablar del Duomo, espectacular, inmenso, exquisito. El Duomo es considerado el edificio religioso más grande de Italia, con un estilo gótico florido o flamígero, que se manifiesta en todos y cada uno de los elementos constructivos que forman parte de este suntuoso templo cristiano, así grandes vanos y vidrieras inundan de luminosidad los arquitrabes y bóvedas ojivales de crucería, que permiten un amplio espacio interior desplazando los puntos de apoyo al exterior mediante muros culminados en pináculos o agujas imposibles, gabletes que refuerzan el sentido ascencional que se quiere imprimir al edificio catedralicio, que culmina con la figura de la Virgen “Madonnina” a más de ciento ocho metros de altura.

El Duomo es un edificio que permite ser contemplado a cualquier hora , ya sea de día o de noche, y desde todas las perspectivas posibles, pues el tono básico del mármol que lo sustenta es blanco, pero tiene irisaciones de tonos rosados, perlados y vetas azuladas que resaltan en función de la incidencia de la luz del día y el lugar de observación.

Una vista panorámica e irrepetible de la ciudad de Milán, se obtiene desde las espléndidas terrazas del Duomo, desde las cuales se ve a escasos hectómetros otra de las joyas de la capital de Lombardia: La galería de Vittorio Emmanuelle II, “el salón de Milán”.

Así, tras visitar minuciosamente esta maravilla del mundo - El Duomo- nos dirigimos hacia la galería de Vittorio Emmanuelle II, donde se respira un verdadero ambiente lúdico, en un incomparable marco coronado por su cúpula de hierro y cristal donde se encuentran los comercios y restaurantes más elegantes de la ciudad. A través de ella se accede a la Plaza del Teatro alla Scala ubicada en sus inmediaciones y que aloja en su seno el edificio del teatro lírico más antiguo de Europa. Más tarde, recorriendo la vía Manzoni llegamos hasta la Torre Pirelli, símbolo de la modernidad y el progreso de esta ciudad, y desde su azotea observamos el Castello Sforzesco, el Arco della Pace ubicado en la Piazza Sempione, la iglesia de Santa Marie delle Grazie que contiene el famoso cuadro de la “última cena” de Leonardo Da Vinci, y sus numerosos palazzi, como el palazzo Reale, Durini, Crivelli, Delle Stelline, y tantos otros que ensalzan de belleza las calles de esta inolvidable ciudad.
 
En suma, Milano representa la incuestionable estética de la beldad sublime.

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