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LA ULTIMA CLASE DE LA NOCHE

Mención de honor en el "Concurso Horacio Quiroga de Cuentos Cortos 2001".

Adriana Belkis Castellàde Funes

Argentina



En el enorme salón se perdía la voz iluminada del profesor de filosofía, su sonido iba subiendo timidamente con el humo de los cigarrillos.

Darío tenía el cabello cano, los ojos grandes y grises entre paradojas y frases en latín.

Deambulaba arengando por los bancos estremeciendo a sus alumnas con el aire que desplazaba a su paso.

Sus horas cátedra al terminar, dejaban en los pasillos viejos fantasmas de filósofos: algunos arrastrando sus togas con el índice en alto, otros cabizbajos mirando las baldosas como buscando respuestas ontológicas.

Una noche, las luces de todos los barrios se apagaron, y el antiguo edificio oscureció.

Fue bajo un cielo como este, cuando las estrellas sufren la nostalgiosa ausencia de la luna y las sombras agigantan los vacios.

La clase estalló en desencanto. Los jóvenes permanecieron impacibles en sus bancos evitando el sacrilegio.

Una luz comenzaba a filtrarse por los ventanales.

Darío cual Platón en la caverna, rodeado de contornos de apariencias, se aferró a la palabra en un extraño éxtasis.

-Si hay un sonido que trascienda la redondez de la tierra debe ser un quejido. Las demás conjeturas, metáforas de este ser lastimero. A veces siento que Dios hubiera tomado un arma para escribir los versos que nos definen.

-Y la frivolidad (dijo un muchacho).

-Sí, tal vez la mitad de la humanidad padece la falta de alimentos mientras que la otra parte se obsesiona con su cuerpo. Tiempos nihilistas, limitados al tener, despreocupados de la eternidad, de lo perdurable.

-Profesor, no le parece que la grandeza del hombre reside en el querer (exclamó María).

-Los actos heroicos, el honor, la pasión por encontrar la verdad, por lo bello, los ideales, el arte, del querer devienen.

-Precisamente, quiero que elaboren un concepto propio del querer.

Pasó el tiempo, uno pequeño. Un aroma a jazmines le hizo adivinar la cercanía de una mujer. Un roce, ella buscó su mano. El sujetó su cintura besándola.

-María...

-A tu lado Darío, a tu lado.

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