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LISBOA UN REFLEJO EN EL TAJO

Valentín Justel Tejedor

España



El ferrocarril se detuvo unos minutos en la estación de Santarem, mientras desayunabamos, sentados en los cómodos sillones del coche cafeteria-restaurante de aquel tren, que tenía muchas reminiscencias con el mítico Orient - Express, contemplabamos el trasiego de gente, que a pesar de la temprana hora de la mañana no cesaban de transitar por el anden. De repente, se inició la marcha tan sólo nos separaba media hora de la capital. Al llegar a la estación de Oriente pudimos admirar una verdadera obra artística de la arquitectura más vanguardista.

Estilizadas columnas que simulaban el tronco de altas palmeras, abrían sus ramas y hojas, entrelazándose unas con otras, formando un magno espectáculo. De allí nos dirigimos hacia la Exposición Universal del 98, que impregnó a Lisboa de modernidad, de tecnología, de progreso, y prestigio internacional.

Su Oceanográfico situado a escasos hectómetros de esa catedral ferroviaria es sin duda, una de las grandes maravillas del mundo; es preciso sumergirse en él "ad extra" y contemplar el mar en sus distintos ecosistemas, ártico, antártico, subtropical, etc.

Ascender a la torre Vasco de Gama, para desde allí admirar el puente del mismo nombre, que parece trazado por la mismísima mano de Dios.

Este nexo de concordia se aleja de nosotros serpenteando entre el azul intenso del mar, con su inconfundible silueta de pureza,  jalonado de  pilares dispuestos como infinitas velas que encienden la paz universal.

Y de la Lisboa tradicional que podemos decir, sino más que hermosas palabras, de la Plaza do Comercio (Terreiro do Paço), del Rossío, del Padrao, y de tantos y tantos celebres monumentos manuelinos.

Pasear por sus calles peatonales, junto al elevador de Santa Justa, nos traslada a una época anterior de esta metrópoli; ese intenso aroma a café de A Brasileira, y esa fragante brisa del Océano Atlántico nos recuerdan su potencialidad y supremacía marítima de hace cinco siglos.

La ciudad se rinde a los pies del viajero ofreciendo todos sus encantos escondidos entre esas angostas, empinadas y laberínticas calles que hablan por si solas del pasado colonial de una capital coronada por la imponente mole del Castello de Sao Jorge, que refleja su carácter abierto en su propio mar interior, el Tajo.

El Chiado núcleo antiguo dónde el ilustre poeta Fernando Pessoa, solía disfrutar de agradables paseos y momentos de reflexión, para alumbrar obras tan singulares como " El libro del Desasosiego".

La visita obligada a la catedral de la Sé, con sus imponentes torres gemelas de estilo románico, fría y austera en su estructura, pero iluminada por un bello rosetón y el incondicional calor de los lisboetas.

Un rincón para el descanso es el Miradouro de Santa Luzia, desde allí se puede observar el río Tajo; sus difuminadas veredas, los pequeños pueblos que se bañan en sus aguas, y la inconfundible silueta del gran coloso rojo, el "Ponte 25 de Abril", atravesarlo provoca una sensación inimaginable: tensión, vértigo, equilibrio y movimiento son las emociones que se experimentan al recorrer este "Golden Gate" europeo.

Y de regreso a la Plaza do Restauradores, es obligado detenernos en Belén, en su torre, de belleza indescriptible; en los Jerónimos, ámbos con esa influencia del arte gótico manuelino tan propio y universal.

Una vez en la Lisboa cosmopolita, encontramos una ciudad que ha despegado hacia el futuro, pero siempre con lazos que la mantienen unida a sus históricas raíces, con esos "amarellos", que recorren sus calles, cruzándose con esos otros tranvías técnicamente más sofisticados y que atraviesan una urbe de permanente belleza, de talante atlántico, a medio camino entre la Europa Continental y la América Ultramarina.

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