PORTINATX, PARAISO IBICENCO
La línea del horizonte, se percibía difusa por su tonalidad imbricada por un soberbio diálogo de azules; marinos y celestes.
En la bocana de la ensenada, destacaba la náutica silueta de algunas embarcaciones, que se encontraban fondeadas en la rada. Entre todas ellas sobresalía un “Bénéteau” por su imperativa primorosidad y discreta elegancia. Su monolítico casco de poliéster, en tonos níveos y aperlados, enjalbegaba las transparentes y encalmadas aguas de aquella recóndita cala ibicenca. Su balcón de proa en acero inoxidable, parecía atraer todos los rayos del sol, irradiando unos deslumbrantes destellos, refulgentes y esplendentes. Su mástil anodizado, se erigía vertical despuntando con procacidad, sobre el cerúleo cielo balear, como si fuera una gran aguja de plata. En la estrecha bahía, al otro lado de las boyas de señalización marítima, debajo de las cristalinas aguas, se extendía un alfombrado fondo marino de blanca arena fina. La profundidad y calado, de este sabuloso lecho, iba disminuyendo progresivamente, hasta alcanzar la línea costera, formada por una franja litoral de arenas doradas, de gramaje y textura intermedia, las cuales, relucían como el precioso metal, cada vez que los rayos de sol acariciaban su dermis.
En las proximidades de aquel paraíso natural, -entre peñascos y rocas- unas nemorosas masas de bosques de coníferas, esencialmente sabinas, pinos carrascos y piñoneros, semejaban una gran embarcación con sus lignarios mástiles y sus verdinos velámenes. (…)