Los aplausos han perdido todo su sentido y significado. Aplaudir es señal de entusiasmo y aprobación. Por culpa de la televisión, en que se aplaude por todo a las órdenes de un empleado, se aplaude menos a quienes lo merecen que a cualquiera que aparece en un programa de debate o un concurso. Da igual que el aplaudido diga una tontería, una sandez, una obviedad, una simpleza, acierte o se equivoque. La cosa es que hay que aplaudir porque lo indica un colaborador del programa en cuestión, tal vez para que el espectador televisivo no se duerma o sienta un interés que no puede sentir por lo que se ofrece. Especialmente en los concursos, los asistentes como público enrojecen sus manos de tanto aplaudir sin venir a cuento. A los aplaudidos habría que decirles que si les aplauden nunca presuman hasta saber quién aplaudió. Es mejor aplaudir sólo al que se lo gana por haber hecho o dicho algo meritorio, como sucedía antes de que proliferasen estos programas de aplausos fáciles. Como contó Santiago Segura en el club de la comedia, para asistir a un concurso de televisión no hace falta poseer un grado estimable de cultura, es mejor no tener cultura. En "Ahora caigo" del día 2 de agosto, en Antena 3, una bióloga que prepara una tesis sobre el comportamiento de los monos no supo contestar a la pregunta sobre la cima más alta de África y una filóloga ignoraba que Morfeo era el dios del sueño en la mitología griega.
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