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DE LOS CAMPOS DE SAYAGO A BRAGANÇA

FRAGMENTO

Valentín Justel Tejedor

versión bilingüe español- português



 

DE LOS CAMPOS DE SAYAGO A BRAGANÇA

 

Las tierras de pan llevar se sucedían unas tras otras, los cortiñedos y casares estaban  separados por bajos medianiles de mampostería en seco. De vez en vez,  los cortinos de oro se interrumpían, para dar paso a pueblos tradicionales. Aldehuelas sencillas y austeras, donde imperaba un silencio afásico y eufónico. Un silente fragor, que ya cautivó al maestro Azorín cuando refería: “Y no percibís ni el más leve rumor, ni el retumbo de un carro, ni el ladrido de un perro, ni el cacareo lejano y metálico de un gallo…”.

 

Así, en estos escuadros, lo más audible era la inopinada brisa que acariciaba con lenidad los Campos de Sayago. Campos castellanos, que fueron también descritos por Delibes, cuando escribió:” tierras de monocultivo, de cereal, del áspero, aleatorio secano…”.

 

Ciertamente, en Castilla la belleza reside en la austeridad de sus páramos, en la calidez de sus sembradíos, en la severa horizontalidad de sus enllanurados pagos, en el urente sol del estío y gélido de la invernada. En los negrillos olmos y en los argénteos álamos de las veredas de los ríos...

 

Así, en estas tierras de Castilla, las pueblas mostraban sus gráciles construcciones, vetustas y antañonas, con fachadas de piedra labrada, cornijales de sillar, portoneras de madera, buracos en sus muros, anejos cernideros, y corraleras y cuadras soladas de jejos. Junto a estas edificaciones populares, también se erigían construcciones albayaldes con níveos careados, de factura más contemporánea.

 

Unas y otras, mostraban enorgullecidas sus tejados a dos aguas, con imbricadas asolas de color bermejo; sus cuadrangulares ventanas guardadas por rejerías fuliginosas; sus señoreadas y descolladas chimeneas, que sobresalían en un cielo azulino y diáfano, moteado por cúmulos albares, que parecían pincelados por algún pintor impresionista.

 

Los lienzos murados de piedra enfoscada, se prolongaban rectilíneos, separando cotos y tierras de labor. El paisaje pronto se tornó áspero y desabrido. La panorámica ofrecía una estampa de horizontes infinitos, dispuesta entre calladizos, dispersos y solitarios encinares y robledas, circundados de orondas peñas de granito y cercados de alambre.

 

Desde la serpenteada estrada, se vislumbraba en los últimos recodos de la demarcación fronteriza, la población de Miranda Do Douro, enclavada en lo alto de las colinas, expectante al paso del zigzagueante Duero, donde parecían reproducirse los parajes, que dieron lugar a las palabras del poeta Antonio Machado, cuando escribió: “Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a…”. Así, desde las obnoxias alturas de la prominente Miranda se oteaba el crecido cauce del Duero, encajonado entre la abrupta y escarpada geografía de los Arribes, singular paraje, que fascinó al escritor Miguel de Unamuno, cuando escribió, que aquel era “el paisaje más bello, más agreste y más impresionante de España”.

 

Sobre la raya, el plenilunio noctívago reflejaba el claror de su integra esfera, sobre las encalmadas aguas del embalse. Aguas profundas, aguas de espejo, que reflejaban las ancestrales murallas de piedra fosca y atramentosa de la Miranda portuguesa. Aguas donde el Duero cambia su nombre para denominarse Douro (…)

 

As terras de cereal seguido um após outro, os campos eram separados por paredes. De tempos em tempos, as terras do ouro foram interrompidos para dar lugar a aldeias tradicionais. Aldeias simples e austero, onde o silêncio reinava. Um silêncio, que cativou o mestre Azorín quando disse: "Não percebo sequer o menor rumor ou o barulho de um carro ou um cachorro latindo, ou o cantar distante de um metal galo ...."

Assim, nessas aldeias, era audível como a brisa suave acariciar os Campos de Sayago. Campos castelhanos, que também foram descritos por Delibes, quando escreveu: "terra de monocultura, cereais, bruto, seco aleatória ...."

Certamente, em Castela a beleza reside na austeridade da sua mouros, no calor de suas colheitas, a horizontalidade da planície pagamentos grave, sob o sol escaldante do verão eo frio do inverno. No olmos e choupos pretos prata nos caminhos dos rios ...

Assim, nesta terra de Castela, o povo mostrou a sua construção simples, velho e antigo, com fachadas de pedra esculpido chifres de cantaria, portas de madeira, currais e estábulos. Ao lado destes edifícios populares também erigido edifícios com claras paredes brancas, mais contemporâneo.

Ambos os grupos, mostraram orgulhosos de suas coberturas inclinadas com telhas vermelhas, suas janelas guardado por barras pretas, suas chaminés altas, preso em um céu azul cheio de nuvens brancas que pareciam pintados por um pintor impressionista.

As paredes de pedra escura, estendida em linha reta, caça separados e terras agrícolas. A paisagem tornou-se logo áspera e sem sabor. A visão oferecida uma foto de horizontes infinitos, dispostos carvalhos solitário, cercado por pedras de granito redonda e arame farpado.

Desde que a estrada sinuosa, que vimos na última cantos da fronteira, a cidade de Miranda do Douro, localizada no alto das colinas, à espera para a etapa em ziguezague Duero, que apareceu para reproduzir os locais, o que resultou nas palavras de poeta Antonio Machado escreveu: "Hills prateado Alcores cinza, jardins de pedra arroxeada onde parcelas sua curva as molas Duero redor ...." Assim, a partir das alturas das proeminentes Miranda viu os bancos inchados do Douro, imprensada entre a geografia íngreme e acidentada de chegadas, lugar único, que fascinou o escritor Miguel de Unamuno, quando escreveu que este era "o cenário mais bonito , mais selvagem e mais impressionantes de Espanha. "

Na fronteira, a lua refletia o Claror integrados seu campo, nas águas do reservatório de calmaria. Águas profundas, águas claras, refletindo a antiga muralha de pedra escura do Miranda Português. Águas onde o Douro muda seu nome para ser chamado Douro (...)

 

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