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Encuentro con la sombra: esa (adusta) desconocida

Diana Gioia

España



SOPEÑA BALORDI, A.Emma (2011) “Encuentro con la sombra: esa (adusta) desconocida”. Discurso y mente: de los textos especializados a los traducidos. Olivares,M.A, et al. (eds.)Granada: Comares, col.Interlingua. pp.19-33. ISBN: 978-84-9836-898-7

 

A.Emma Sopeña Balordi

Universitat de València


 
 A Augustus
 


 La vida es lo que haces con ella.

 (Aforismo hindú)

 El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.

 (Buda)

Resumen

 

Encuentro con la sombra (Zweig & Abrams, 1991) rompe la tendencia de la corriente cognitiva a relegar la contrapartida del ego afable poniendo en evidencia que bajo la máscara del Yo consciente se ocultan emociones y conductas dañinas (rabia, celos, resentimiento, codicia, falsedad ...). Este territorio, la sombra personal, crece cuando lo negamos al identificarnos con nuestros ideales. C.G.Jung avanzó que no se alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad. El trabajo estudia esa adusta desconocida, descortés, desconsiderada, irrespetuosa, cruel y zafia, enemiga del ethos afable y cortés que pretendemos manifestar e incluso exhibir por convencimiento o por conveniencia.

 

Palabras clave: sombra personal, psicoterapia cognitiva, emoción-sentimiento-conducta, cortesía-descortesía.

 

Abstract

 

Meeting The Shadow (Zweig & Abrams, 1991) breaks the cognitive tendency to leave behind the contrast of the kind self by exposing the fact that under the mask of the conscious Self hide emotions and harmful behaviour (anger, jelousy, resentment, greed, falsehood…). This territory, the personal shadow, grows when we deny it as we identify ourselves with our ideals. C.G. Jung put forth that one cannot reach enlightenment by fantasizing about light but rather by bringing obscurity into consciousness. This paper examines this stern, unknown shadow, impolite, inconsiderate, disrespectful, cruel and rude, enemy of the kind and polite ethos that we try to enact

and even display due to belief or convenience.

 

Key words: personal shadow, cognitive psychotherapy,

emotion-feeling-behaviour, politeness-impoliteness.

 

 

1. La adusta (mala) sombra

 

C.Zweig y J.Abrams (1991) ponen en evidencia que bajo la máscara del Yo consciente se ocultan emociones y conductas dañinas (rabia, celos, resentimiento, codicia, falsedad...). Este territorio es conocido en psicología como la sombra personal. Esa sombra que, de manera consciente o inconsciente, sabemos nuestra enemiga y que crece cuando la negamos, al identificarnos con nuestros ideales: la sombra que permanece al acecho y que emerge cuando se revela ese comportamiento "inaceptable" de nosotros mismos. C.G.Jung, de cuyos textos se nutre la recopilación que citamos, avanzó que no se alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad.

El objetivo de nuestro trabajo es, precisamente, arrojar un poco de luz sobre esa adusta desconocida, descortés, desconsiderada, irrespetuosa, cruel, zafia, grosera y vulgar que se esconde en el desván, al fondo de nuestra propia persona, enemiga acérrima del ethos afable y cortés que pretendemos manifestar e incluso exhibir por convencimiento o por conveniencia.

 

2. El ego consciente y la sombra personal en el destierro

 

La lectura de la recopilación de textos sobre el poder del lado oscuro de la naturaleza humana realizada por Zweig y Abrams (1991) me ha mostrado una vía que estaba rastreando desde hacía algunos meses. Tras la redacción de mis trabajos sobre el uso del lenguaje en psicoterapia cognitiva comprobé que todos ellos seguían la tendencia de la corriente cognitiva a relegar al desván esa entidad tenebrosa - la contrapartida del ego afable - que nos habita [1].

La sombra personal, que según nuestra comprensión del concepto supone una parte de la instancia del id, se desarrolla en el individuo durante la infancia cuando, al tiempo que se identifica con rasgos ideales del entorno en un proceso de retroalimentación, relega a la zona oscura las características que no se adecuan a esa imagen ideal. Por lo tanto, ambas zonas van creciendo simultáneamente.
Cada sociedad – e incluso cada grupo social - marca unas pautas que van delimitando la zona de sombra, pero las sociedades occidentales mantienen unas líneas muy generales de aceptación y rechazo de los comportamientos considerados como adecuados / inadecuados. Los primeros son los que fomenta y refuerza la educación, los segundos son los que se amordazan y permanecen entre rejas. Todos los pensamientos y comportamientos rechazados por el ego y el superego, desterrados a la sombra por su misma naturaleza despreciable, se pretende marginarlos para someternos a un proceso de amnesia selectiva, de ese modo se constituye un gheto de difícil acceso. "La sombra es peligrosa e inquietante y parece huir de la luz de la conciencia como si ésta constituyera una amenaza para su vida." (Zweig, 1994: 17)

Tal vez por este motivo los comportamientos que nosotros rechazamos, consciente e inconscientemente, los detectamos más fácilmente en los demás, fuera de nosotros mismos. El análisis junguiano considera que el sentimiento de rechazo desproporcionado hacia un comportamiento ajeno se debe a que pretendemos desterrar de nuestra sombra dicho comportamiento.

De este modo, la sombra presenta un potencial inconsciente relegado que nuestra consciencia no desea reconocer y que aflora sobre todo cuando se reconoce en el otro; por ejemplo en los sentimientos y actitudes desmedidos experimentados ante determinadas conductas del prójimo, que las terapias cognitivas enseñarán a reconsiderar:

 

(1) No resisto que se comporte así, no lo puedo aguantar.

(2)¡Qué desfachatez la suya!

(3) Es una grosera.

 

O en nuestros propios comportamientos impulsivos de los que nos arrepentimos posteriormente:

 

(4) No quería decir eso.

 

en los sentimientos de ofensa y humillación:

 

(5) ¡Tratarme así es una vejación!

 

o en los enojos que nos provocan los comportamientos que consideramos erróneos en los demás:

 

(6) ¡Qué manera de fumar, se va a matar!

 

o bien cuando nos damos cuenta de que nuestro propio comportamiento es inadecuado y nos sentimos avergonzados por ello:

 

(7) ¡Qué mal he quedado delante de todos!

 

La sombra es la persona opuesta a la que de manera consciente y deliberada deseamos y pretendemos ser. La reacción más común e inmediata es la de negar rápidamente esa manifestación de la sombra, aunque un estado de depresión puede favorecer la confrontación con ella, o bien dicho careo ser la causa de la depresión misma.

Lo común suele ser rehuir dicha confrontación con multitud de pretextos, por miedo a descubrir en nosotros lo que más nos desagrada, desvelando ese/a otro/a peligroso/a para nuestra vida. Sin embargo, atendiendo a las enseñanzas junguianas, la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención. Desterrarla no hace más que provocar nuestro propio rechazo representando "una instancia psicológica negada que mantenemos aislada en el inconsciente donde termina configurando una especie de personalidad disidente." (Zweig, 1994: 35).

Para conectar con ella debemos aceptar todas las zonas reprimidas de nuestra personalidad, adoptar otros puntos de vista, respondiendo a las diversas situaciones con cualidades poco o nada desarrolladas en nosotros y sacar partido de la tensión de los opuestos [1], con el fin de comprender por qué nos exaspera tanto el comportamiento de alguien o bien nos agrada sobremanera determinada persona.

Si se realiza este costoso trabajo se podrá incluir en el repertorio de nosotros mismos lo que aborrecemos en los demás con el fin de erradicarlo realmente si es necesario en vez de reprimirlo: el resultado será que esos comportamientos desterrados no nos encresparán, o por lo menos no lo harán con la misma intensidad.

Con el fin de conocer lo que proyectamos desde la sombra, Zweig distingue entre lo que informa y lo que afecta:

 

Cuando una persona, o una cosa, nos informa, lo más probable es que no estemos proyectando; si, por el contrario, nos afecta es muy plausible que estemos siendo víctimas de nuestras propias proyecciones. (Zweig, 1994: 392)

 

Desmantelar una proyección implica, como asegura Zweig, descender hasta los niveles más profundos de nuestro ego con el fin de retomar las características personales que anteriormente habíamos alienado en busca del ethos deseado.

Las vertientes de nuestra autoimagen no coincidentes con lo que consideramos que nos conviene cara a los demás, son alienadas, constituyendo la parcela enajenada de nuestra personalidad, una parcela distorsionada, empequeñecida y acosada por la otra, la proscrita a la que se le niega la atención consciente. Pero esa deportada

 

pugna por abrirse paso hacia la consciencia en forma de ansiedad, culpa, miedo y depresión. La sombra deviene síntoma y se aferra a nosotros como un vampiro a su presa. (Zweig, 1994: 394)

 

Cuanto más luchamos contra ella más se fortalece.

 

3. La psicoterapia cognitiva-comportamental y la responsabilidad de la cautiva autoimagen

 

La psicoterapia cognitiva-comportamental adopta estas enseñanzas cuando se esfuerza por hacer comprender que cada ser humano es, muy a menudo, el causante de su propia ansiedad puesto que el malestar no se encuentra fuera del individuo sino en el interior; un cambio de perspectiva en el rastreo del malestar dentro de uno mismo en vez de desvincularse de él alienándolo y buscándolo en el exterior supone, en primer lugar, la responsabilidad madura de terminar con las proyecciones, y, en segundo lugar, invertir el sentido de la proyección, puesto que "en todos los casos de proyección de la sombra, estamos distorsionando neuróticamente nuestra autoimagen para hacerla aceptable." (Zweig, 1994: 394)

Esta vertiente psicoterapéutica aboga por la asunción de la responsabilidad de las propias emociones, de esta manera se podrá invertir el sentido de la proyección y comprender que el sentimiento de ofensa y de humillación, por ejemplo, enmascara muchas veces el deseo de venganza que se traducirá en la búsqueda de la ofensa y de la humillación del otro, bien sea directa o solapadamente, inmediata o postergadamente.

Escapar de este acoso de la sombra es asumir la responsabilidad de que el sentimiento dañino que proyectamos abierta o veladamente hacia el exterior, se dirige igualmente hacia el interior.

 

4. La cortés higiene emocional

 

Los estados mentales tóxicos e intoxicantes proceden, en múltiples ocasiones, de la falta de entendimiento entre nuestra conducta y nuestra mente. Desde la más tierna infancia, las personas responsables de nuestra educación (familia, escuela, etc.) moldean nuestras actitudes y pensamientos, y nosotros mismos aprendemos a decidir lo que se debe o no hacer, el cuándo y el cómo, sin conocer tal vez el porqué.

Emociones, pensamientos y comportamientos perniciosos originan inexorablemente distorsión, malestar con uno mismo y con el entorno. En el ser humano nada existe tan poderoso como la emoción, pero la emoción construye y destruye, y cuando es corrosiva se enraíza y deviene pensamiento consciente enquistado en unas ocasiones y pensamiento instantáneo en otras, constituye un elemento distorsionador de la realidad que conduce al individuo al desencuentro con su entorno y consigo mismo.

En los próximos epígrafes señalaremos algunas emociones y actitudes que se contraponen a los principios de la empatía y del bienestar con el entorno del individuo social. En muchas ocasiones, afortunadamente, estas emociones y actitudes - que se transforman en comportamientos - son esporádicas, no tienen consistencia en sí mismas, son simplemente la ausencia de otras más adecuadas a una higiene mental que posibilita una existencia equilibrada y armoniosa con uno mismo y con los demás. Pero en otras ocasiones han enrarecido la propia atmósfera emocional, por lo que se expresan de manera mecánica, pasando a convertirse en hábito de pensamiento y conductual.

Inevitablemente, las actitudes y los comportamientos de los individuos, orientados por normas, ideales y valores de su grupo social, rigen las pautas generales de comportamiento. Este proceso se interioriza en la conciencia del individuo y, puesto que toda sociedad está interesada en preservar su existencia y desarrollo adecuados, demanda de sus individuos que actúen como "se espera" de ellos. De tal modo que el comportamiento será juzgado adecuado o inadecuado, correcto o incorrecto, permitido o prohibido en relación con los demás y con los principios rectores del comportamiento social.

Los códigos comportamentales serán compartidos o rechazados por los integrantes de los diferentes grupos sociales y generacionales, variando de una época a otra pero conservando el contenido esencial.

Esos principios rectores van a contraponerse a ciertos comportamientos derivados de consideraciones desmesuradas de las circunstancias, autodefensas narcisistas, dramatizaciones, y apegos y aversiones desproporcionados.

 

5. Emociones, actitudes y sentimientos destructivos

 

Las emociones han pasado por épocas de muy mala prensa. Hacia finales de la Ilustración el sentimiento venía a significar lo que hoy se designa con el vocablo emoción. Los pensadores ilustrados consideraban que las emociones eran vitales para la existencia tanto individual como social. En cierto modo, para los filósofos de este siglo ser emocional era racional. Fueron los románticos quienes propugnaron la concepción de las emociones en pugna con la razón, y desde entonces las emociones fueron consideradas como elementos perturbadores del raciocinio.

Actualmente hay una vuelta a la simpatía por la emoción: saber cuándo conviene hacer caso a los sentimientos y cuándo no es un valioso talento en boga, la inteligencia emocional. El interés científico por las emociones resurgió a finales del siglo pasado, los psicólogos cognitivos dejaron de centrar sus estudios en el razonamiento y se concentran en la importancia de los procesos afectivos.

Se pone en evidencia que algunas emociones son universales e innatas mientras que otras son conductas aprendidas y transmitidas culturalmente, es decir que cada cultura dispone de reglas definitorias de las formas de expresión emocional socialmente aceptables y se desarrollan si se está expuesto a ellas a través de la cultura en cuestión.

Las teorías de las emociones han presentado variantes a lo largo de los años. William James (1842-1910) formuló la primera teoría moderna de la emoción; casi al mismo tiempo un psicólogo danés, Carls Lange (1834-1900), llegó a las mismas conclusiones. Según la teoría conocida como de James-Lange, los estímulos provocan cambios fisiológicos en nuestro cuerpo y las emociones son resultados de ellos.

Teorías posteriores propusieron que las emociones y las respuestas corporales ocurren simultáneamente, no una después de la otra, lo cual señala un aspecto muy importante, lo que ve (escucha o en todo caso percibe) desempeña un papel importante en la determinación de la experiencia emocional.

En todo caso, las emociones se desencadenan prioritariamente por las circunstancias personales por lo que los individuos que no han alcanzado un equilibrio emocional no mantendrán la mente firme y armónica frente a la contingencia de los acontecimientos.

Todos los seres humanos experimentamos en un momento u otro emociones corrosivas, pero la salud emocional y mental prepara para no dejarse afectar por ellas, para no implicarse en ellas, para canalizarlas y cambiarlas por otras menos intensas y, de esa manera, no darles curso con las repercusiones destructivas que acarrean en el entorno. Se trata de un continuo desaprendizaje de la fuerza devastadora de las emociones necrófilas en la vida anímica y en la realidad mental del individuo.

El equilibrio emocional permite no ser presa del oleaje de los eventos, controlando las reacciones anímicas ante ellos. La distorsión que se produce en el ser humano apresado por un estado emocional alterado produce un efecto reactivo ofuscado y sobredimensionado, y siempre (auto)destructivo (ira, odio, venganza, envidia ... / ansiedad, abatimiento, terror, insatisfacción, automortificación psíquica).

Hay que tener en cuenta que las emociones no son entidades psicológicas simples, sino una combinación compleja de aspectos fisiológicos, sociales, y psicológicos dentro de una misma situación polifacética, como respuesta orgánica a la consecución de un objetivo, de una necesidad o de una motivación. Por ello, el equilibrio de las emociones se muestra tan complejo ya que pueden generar una cadena compleja de conductas que van más allá de la simple aproximación o evitación.

Conviene tener presente que el evento externo no es más que el detonante de un mecanismo interno defectuoso de procesamiento de la información, producido por carencias emocionales, recuerdos no integrados, conductas aprendidas e imaginación descontrolada.

 

5.1 La ira

 

La ira es una emoción básica que se manifiesta con comportamientos de furia, rabia, hosquedad, desprecio, irritabilidad... Es evidente que cualquiera de estas conductas produce estragos, no sólo en las relaciones interpersonales sino en el propio bienestar emocional, puesto que genera automortificación, culpabilización posterior y neuróticos remordimientos. Las viejas heridas recibidas, la sensibilidad dañada y las expectativas frustradas, mezcladas con antiguos resentimientos, provocan esta hiel emocional.

El ser iracundo pretende, con sus arremetidas a la imagen negativa ajena, destruir la parte del territorio que quede vulnerable; con actos verbales o corporales minará igualmente la imagen positiva de sus semejantes desvalorizándolos, pero al mismo tiempo quebrantará su propia imagen presentándose como un individuo despiadado y desequilibrado.

 

(8) ¡No dices más que estupideces, no tienes ni idea, así que mejor cállate!".

(9) ¡Menuda facha llevas, ese vestido te sienta fatal!

 

Las explosiones de ira recuerdan, en dimensión grotesca, las rabietas del niño caprichosamente frustrado. La aversión se perpetúa en el ego adulto y pretende desencadenarse cuando nos sentimos defraudados o contrariados. La aversión no es otra cosa que el apego negativo, el rechazo. El apego es dependencia (de seres humanos o de circunstancias) y la aversión es apego a un sentimiento que se vuelve resentimiento.

El colérico iracundo es un individuo resentido, inseguro y herido por carencias psicológicas que, por medio de impulsos de hostilidad, pretende poner de manifiesto su disconformidad con la situación que vive. Para ello despliega sus armas de mordacidad, sarcasmo cruel, ironía despiadada, difamación indiscriminada y despotismo.

 

(10) (A un conocido que ha engordado mucho) ¡Qué buen aspecto tienes!

(11)¿X no ha producido mucho últimamente, verdad?

 Déjala, pobrecilla, tiene un novio, está quemando sus últimos cartuchos.

 

La psicología habla de pulsión mecánica para estos comportamientos incontrolables. En efecto, y por desgracia, las emociones tienden a repetirse y a convertirse en un férreo hábito tornándose conductas aprendidas y cada vez más mecánicas.

 

5.2 La malevolencia

 

Nadie está siempre exento de la voluntad de perjudicar al otro, aunque sea momentáneamente, pero existen personas básicamente malevolentes cuyos comportamientos se fundamentan en la malquerencia, el ansia de dañar e incluso destruir por medio del ataque explícito o implícito, cruel siempre.

La maledicencia, el acto verbal mordaz y denigratorio en perjuicio de alguien, deslustra la imagen taimadamente utilizando sobre todo el implícito, recurso que le permite no asumir la fuerza ilocutiva del acto indirecto.

 

(12) En vez de pintar a Monet podrías pintar el techo de la cocina, que está hecho un asco.

(13) Me he enterado de que tu amiga X ha terminado la carrera ya. ¿La empezó un año después que tú, no?

 

Con el fin de mermar la autoestima, reconoce un hecho del que una persona está orgullosa para posteriormente realizar alguna alusión negativa sobre ello.

De igual forma, hace acusaciones sobre hechos que encierran una parte verdadera para acusar con el escudo de la honradez y la "sinceridad amistosa".

 

(14) Tómalo como un consejo de amigo: quedas mal con tu protagonismo en este asunto.

 

Un mecanismo utilizado es prestar atención para procesar la información cuando una persona se lamenta de sus propios defectos, lastimando así abierta e ingenuamente la propia imagen positiva; más tarde, cuando se presente la ocasión propicia, utilizará los datos archivados contra dicha persona dañando la parte más vulnerable pero nunca con malos modos: difícilmente se le podrá acusar de descortés.

 

(15) Tú mismo has confesado en alguna ocasión que te gusta liderar, éste es el precio que tienes que pagar.

 

Otra técnica de predilección es la creación de un estado de incertidumbre en la persona-diana del malevolente: al igual que hace el perverso narcisista, que debilita a su víctima por el estado de confusión al que la conduce (Sopeña Balordi, 2006), el malevolente no suele contestar abiertamente cuando se le interroga sobre su actitud o sus enunciados, creando estrés en la persona-objeto de sus perniciosos objetivos. Sus respuestas son siembre ambiguas y evasivas:

 

(16) Yo no he dicho nada al respecto, tú haz lo que te parezca.

(17) No me hagas que diga algo de lo que me pueda arrepentir, si es necesario, ya lo diré.

 

La perversión del malevolente es tal que incluso utiliza técnicas de proyección, operación psíquica por la cual el sujeto expulsa de sí y localiza en otro sentimientos, deseos que no reconoce o rechaza de sí. Al individuo malevolente no le interesa aparecer ante los demás a pecho descubierto, y por ello traslada a otro sujeto sus malas intenciones, como si se originaran en éste. Enunciados tales como:

 

(18) Yo no soy tan mal pensado como tú.

(19) Yo no he querido decir eso, esa conclusión la has sacado tú.

 

le permiten desentenderse de implícitos poco velados.

La consecuencia de tal mecanismo es que el interlocutor se cuestiona si realmente ha entendido bien o si él mismo es demasiado mal pensado. En la vida del malevolente, todo es cuestión de vida o muerte, de atacar o sucumbir, porque el que da primero da dos veces.

 

5.3 El odio

 

De nuevo nos encontramos con un caso, exacerbado esta vez, de aversión. Este veneno emocional, que intoxica tanto a odiador como a odiado

 

Es una de las emociones básicas o nucleares del ser humano y halla sus raíces en la aversión y la ira (...) Es la pulsión de rechazo que se evidencia en el niño hacia todo aquello que le contraría, le frena o no le agrada. (Calle, 2005: 141)

 

El odio, que nace de la hostilidad y se apoya en el afán de venganza y en el revanchismo, puede nacer de la envidia, de los celos o del apego a ideas, pero siempre vive en la insatisfacción. En ocasiones, siguiendo con nuestro encuentro con la sombra, por un fenómeno de proyección, se odia en el otro lo que se odia en uno mismo, o bien se odia al otro porque posee lo que echamos de menos en nosotros; como afirma Calle (2005: 144), "El que odia es forzosamente un acomplejado".

El odio se alimenta de resentimiento y de rencor por la no asimilación de lo que se ha vivido como ofensa y desprecio hacia uno mismo. La herida que no se ha sabido restañar empaña la conciencia, distorsiona la percepción y condiciona el entendimiento; con esta ceguera mental es fácil caer en una tergiversación de la percepción: se imagina lo que no es, se interpreta erróneamente y se reacciona según esta ecuación.

 

(20) Desde el primer día le caí mal y lo demostraba delante de todos maltratándome, me la tenía jurada; hoy ha aprovechado la ocasión para perjudicarme, pero me la pagará.

 

La susceptibilidad, hija de la inseguridad, es un mecanismo neuróticamente reactivo que presupone intencionalidad malsana en los demás, y que puede conducir fácilmente al odio en un ser debilitado. Las consecuencias serán acciones vengativas de obra y/o palabra.

Los actos verbales descalificadores, en público o en privado, parten de la provocación y en ella se basa la manipulación posterior: ante un ataque verbal injusto se suele reaccionar con indignación, y en el momento en que la víctima pierde el equilibrio emocional, el agresor ha ganado la partida, controlando la situación del agredido, que se queda fuera de juego enterrado bajo una avalancha de críticas destructivas y descalificaciones, de ataques directos y de generalizaciones ofensivas, desde la confesión de su animadversión (Te odio, eres un /una ...) a la utilización de frases-patrón (Todo el mundo sabe que eres un/una ...). Este último mecanismo, generalizar en vez de criticar el hecho concreto constitutivo del malestar hacia el otro, permite al agresor erigirse en juez supremo: cuando se conceptúa a alguien globalmente de algo se está implicando que esa persona es así en todas las facetas de su vida y desde todos los puntos de vista. El agravio es el mecanismo para poner en evidencia su desprecio, su odio y su intransigencia, "es el medio de compensación psicológica que usa el débil." (Gavilán, 2004: 109)

 

6. Insalubridad emocional

 

Esto es lo que hace el corazón, que cediendo a su ardor y a su impetuosidad natural y sin oír de la razón más que alguna cosa y no la orden entera que ella daba, se precipita a la venganza. El razonamiento o la imaginación le han revelado que existe un insulto o un desdén; y en el momento, el corazón, deduciendo por una especie de silogismo que es preciso combatir a este enemigo, se enfurece y ataca en el acto.

Aristóteles

Moral a Nicómaco, VII, 7.

 

La colère est aussi une espèce de haine ou d’aversion que nous avons

contre ceux qui ont fait quelque mal, ou qui ont tâché de nuire,

non pas indifféremment à qui que ce soit, mais particulièrement à nous.

Ainsi elle contient tout le même que l’indignation, et cela de plus

qu’elle est fondée sur une action qui nous touche

et dont nous avons désir de nous venger.

Descartes

Traité des passions, Article 199.

 

 

En los epígrafes anteriores, hemos hablado de la ira, de la malevolencia y del odio, tres inclinaciones anímicas y comportamentales perniciosas para la salubridad emocional.

La ira es considerada como una de las emociones básicas, tema sobre el que discrepan los investigadores aunque la mayoría de ellos la incluye en su lista. [1]

La malevolencia la consideramos como una actitud de la personalidad y el odio como un sentimiento, por ser un estado más perdurable que la emoción, intenso y momentáneo, una conmoción psicológica y orgánica que viene acompañada por una respuesta afectiva de gran intensidad sobrevenida bruscamente, invadiendo la psiquis y produciendo reacciones neurovegetativas. La elección de estas tres humanas inclinaciones se fundamenta en que quien las padece produce necesariamente en su entorno quebrantos de la cordialidad, de la civilidad, de la cortesía. En la raíz de las tres se encuentra la rabia contenida o colérica que conduce, a la menor ocasión, hacia la agresión verbal e incluso física.

El ser humano se inclina naturalmente por la obtención de lo que había previsto: ser tratado con consideración, adquirir o conservar un bien, preservar tiempo y espacio, y cuando esta previsión se tuerce, se produce la frustración. El individuo sumergido en la rabia y el enfado colérico tiene tendencia a atribuir a su causante una intencionalidad de grado superior a la real, y esta desatención, este comportamiento "desconsiderado" implica un descenso de nuestro estatus respecto al otro.

Nuestro sistema de valores y de normas de convivencia nos lleva a enjuiciar si un comportamiento es aceptable o reprobable; un valor universalmente compartido es el de la reciprocidad: esperamos que los demás se comporten con nosotros – para "lo bueno", claro está – tal y como nosotros lo hacemos con ellos. Pero, ¿qué ocurre cuando realizamos acciones que nosotros mismos no aceptaríamos en los demás?, ¿qué justificaciones nos proponemos?

En el estallido colérico se sobredimensionan las razones que lo han provocado, pero suele ocurrir que cuando las constantes vitales se normalizan no encontramos una explicación plausible a nuestro arranque detonador.

Las creencias de los individuos, muchas veces irracionales (cogniciones, evaluaciones y cualquier otro filtro de los acontecimientos externos), adquieren la forma de premisas rígidas puesto que la realidad es que no nos influencian los hechos sino la interpretación que hacemos de los mismos. Esas premisas nos dictan lo que "debe / no debe" ser.

Cuando nuestras creencias, nuestro sistema de filtrado, se enfrenta con la realidad - la que es y no la que esperamos que sea - se produce en nosotros una emoción de frustración, de desagrado, de enfado o incluso de cólera. Pero frente a una situación frustrante evaluamos rápidamente si la opción sumisión es preferible a la de intimidación. Aquí entran en juego el principio de jerarquía, la propia conveniencia, la relación con el individuo incomodador y la educación recibida, entre otros factores.

Es difícil generalizar sobre qué tipo de cólera es más difícil de controlar: la instantánea o la retardada. Podemos aseverar que las reglas de cortesía más elementales nos han enseñado desde la más tierna infancia – o por lo menos es aconsejable que así sea – a controlar el acceso inmediato de cólera. Cuando, por ejemplo, somos empujados desconsideradamente en un lugar, si bien no solemos responder con amabilidad, controlamos la rabia que nos llevaría a devolver el empujón.

Esta primera cólera – en nuestro caso una invasión del territorio espacial – sigue una vía corta, casi refleja, situada en las partes más primitivas de nuestro cerebro – el rinencéfalo, cerebro primitivo que compartimos con las especies animales menos sofisticadas -. Pero existe otro tipo de cólera, la que nos invade paulatinamente por las circunstancias y acontecimientos vividos, cólera que se nutre de recuerdos y vivencias. Esta cólera sigue un derrotero diferente por las partes más jóvenes de la evolución cerebral, el cortex prefrontal, y precisamente esta parte del cerebro nos sirve para controlar la cólera evaluando las circunstancias. Siguiendo con el ejemplo del empujón, si la persona que nos ha invadido el territorio nos pide disculpas (poniendo en evidencia que se ha tratado de un gesto involuntario) tendremos ocasión de calmarnos.

Pero tanto la acumulación de situaciones potencialmente provocadoras de cólera instantánea como de cólera retardada pueden tener como consecuencia el desencadenamiento de desplazamientos, es decir transferencias de una emoción – en este caso una conducta agresiva – de la fuente original de frustración a un objeto sustitutivo, y es cuando empiezan a "pagar justos por pecadores".

 

(21) Y no me vengas ahora con eso porque con el día que he llevado no estoy de humor, así que cállate o te la vas a cargar tú.

 

Si no existe respuesta a la agresión - de manera explícita o implícita – o canalización de la misma, se pueden producir, además del mencionado mecanismo de desplazamiento, otros mecanismos tales como la proyección – mecanismo de defensa que atribuye inconscientemente a otro sujeto los propios pensamientos, intenciones o conflictos, con el fin de liberarse de los efectos nefastos de un comportamiento ajeno sobre nosotros pero que es fuente de errores de calibración situacional -, o la formación reactiva – que exterioriza lo contrario de lo que se siente -.

El primero de ellos, la proyección, va a provocar necesariamente una acumulación de "motivos" para estallar agresivamente en el futuro, ya que la fuente de proyecciones puede ser inagotable.

 

(22) No me puede aguantar, lleva toda la mañana lanzándome miradas de odio, ni siquiera me ha saludado en el pasillo y su tono de voz es frío y cortante, está claro que no me quiere aquí.

 

El segundo, la formación reactiva, si bien salva la situación de manera transitoria, puede tener como consecuencia la producción de disociaciones, puesto que se está produciendo una dislocación de la personalidad al sustituir los comportamientos, los pensamientos o los sentimientos que resultan inaceptables por otros diametralmente opuestos, y por ello, este mecanismo de defensa suele actuar en simultaneidad con la (auto)represión.

 

(23) Ya sé que estás malhumorado y por eso me has hablado mal, pero no te preocupes, lo entiendo y no me afecta, para eso estamos los amigos ...

 

7. Por la salubridad emocional.

 

Frente a la situación displacentera, existen otros mecanismos de actuación que presentan la ventaja de permitir una mejor adaptación a la situación, sin por ello negar totalmente la realidad. Citamos dos de ellos:

 


 La sublimación, por ejemplo, permite derivar la energía instintivamente malsana hacia un objetivo elevado, y esta derivación juega un papel relevante en la adaptación del individuo al medio. Se va a evitar con ello el enfrentamiento directo, postergando o anulándolo al canalizar sus sentimientos o impulsos potencialmente desadaptativos hacia comportamientos socialmente aceptables y enriquecedoras.


 La supresión, el más radical, es el mecanismo de defensa en el que el individuo se enfrenta a conflictos emocionales y amenazas de origen interno o externo evitando intencionadamente pensar en problemas, deseos, sentimientos o experiencias que le producen malestar.

 

Entre estos dos mecanismos, en cierto modo extremos, se puede hallar la manera de evitar el enfrentamiento con el desencadenante de nuestra emoción colérica. Entre la explosión y la inhibición, entre la confrontación – que acarrea sentimientos de rencor y/o de arrepentimiento – y la represión del enfurecimiento – que renuncia a la expresión de la disconformidad con una situación desfavorable para uno mismo – existe una gama de perspectivas y de actuación.

El cognitivismo, al sostener que las creencias de base arraigadas en nuestra personalidad conducen a la rigidez de la respuesta comportamental, ofrece alternativas a la reacción colérica. Dicha inflexibilidad utiliza actos verbales con verbos de mandato como deber. Un cambio en el diálogo interior conducirá a un cambio comportamental.

 
Tabla 1. Comparativa de expresiones rígidas y flexibles.


 

Expresión de creencias y

rígidas (desencadenantes

de procesos coléricos)

Expresión de creencias flexibles

Tengo que demostrar mi

enfado para conseguir

lo que quiero o

se burlarán de mí.

 

Puedo demostrar mi enfado

para que no queden dudas de mi

contrariedad, pero ello no va a

demostrar que tengo razón ni a

cambiar la actitud de los

demás conmigo.

Debo mostrarme indignado para que no crean que soy débil.

Me gusta que me respeten pero la

cólera no es el medio

para conseguirlo.

Hay que ponerse irritado

para que no vuelvan a

hacerme lo mismo.

Irritarme con quien ha actuado

de manera injusta conmigo no va

a impedir que en otra ocasión

sean más ecuánimes.




La flexibilización de los esquemas cognitivos no tiene como finalidad la supresión de todos los enfados en cualquier circunstancia. Los mecanismos de la inteligencia emocional también utilizan la expresión del enojo para conectar con la persona que lo ha ocasionado: es la manera de expresarle nuestra contrariedad con el fin de llegar a un entendimiento. Pero las cóleras intensas se demuestran inútiles casi siempre. Utilizan para su expresión actos verbales que atentan contra la imagen sobre todo positiva del destinatario de nuestro disgusto.

Existen dos maneras inadecuadas de manejar las emociones envenenadas objeto de este trabajo: la explosión incontrolada, que más tarde se lamenta por las consecuencias, a menudo irreversibles, en las relaciones interpersonales: "Votre rhinencéphale s’emballe, et votre cortex est court-circuité: c’est bien la peine d’en avoir un." (Lelord, 2001: 58) y la inhibición, que retiene y conserva la emoción disimulándola; esta retención puede conducir a que la balanza se incline hacia el lado opuesto el día menos pensado. Puede que la cólera sea a veces legítima pero el furor es inútil y perjudicial.

Lo que se denomina sinceridad emocional permite centrarse en el comportamiento ajeno que nos desagrada, con el fin de hacernos comprensibles emocionalmente, evitando realizar acusaciones que ponen al interlocutor en posición defensiva y le incitan a replicar agresivamente.

 
Tabla 2. Comparativa de acusaciones retroactivas y expresiones centradas en el comportamiento puntual.




Acusaciones (retroactivas)

Centrarse en comportamiento

Eres un maleducado, no dejas

hablar a los demás.

Deja que termine de hablar.

Eres un grosero,

siempre haces lo mismo.

Lo que me acabas de decir

me ha sentado mal.


8. (Re)encuentro con la sombra

 

El intento de crear avenencia con el entorno pasa necesariamente por crearla con la zona de nuestra personalidad que hemos relegado al cuarto oscuro por molesta e inhóspita. Allí, la sombra campa por sus respetos pero tiene una puerta de servicio por la que escapa y se nos adelanta en los momentos de fricción con los demás. Relegándola no disminuimos su fuerza, al contrario, le damos tiempo para fortalecerse.

Cuando nos sentimos exasperados por el comportamiento de alguien y notamos cómo emerge el furor, podemos recordar que, precisamente, esa conducta es la que vamos a reproducir, es la conducta disidente encadenada en nuestro penal interior. Permitir que se exteriorice no ayuda - como se pensaba con las terapias de liberación de los años 70 – a calmarnos ni a solucionar el problema interpersonal, al contrario, nos encrespará más y agrandará la distancia de entendimiento con el interlocutor.

Centrarse en el comportamiento puntual provocador del malestar, sin recriminaciones retroactivas ni visiones de futuros comportamientos similares, permite ser más ecuánimes en el análisis del mapa de la crisis interpersonal con el fin de valorar los comportamientos propios y ajenos, y buscar el entendimiento cortés.

Notas:

[1]Ego, sede de la conciencia, comprende consciente, preconsciente e inconsciente. A partir de Freud, otras dos instancias: superego (expresión interna con relación a moral de la sociedad, actúa en contraposición a impulsos), id (en relación conflictiva con ego y superego. Ego es instancia psíquica que une id con mundo exterior, puente entre id y superego.

 

[2] El bien / el mal, lo correcto / lo erróneo, etc. Jung compartía con Goethe visión polar del mundo, solía referirse al Fausto, donde reflexionó sobre la polaridad del bien y del mal mediante imágenes y símbolos, al describir la lucha interna de Fausto con el mal, y su esfuerzo por sostener la tensión de los opuestos en uno mismo.

[3] Las listas de emociones básicas suelen coincidir en las siguientes: alegría, aflicción, ira, miedo, sorpresa, repugnancia. Se incluye en ocasiones la tristeza, término que designa más bien un estado anímico que una emoción. El término emociones básicas se debe a Paul Ekman (1992).

 

 

Bibliografía

 

Calle, R. (2005). Terapia emocional. Madrid: Temas de hoy.

Ekman, P. (1992). "An Argument for Basic Emotions". Cognition and Emotion 6: 169-200.

Evans, D. (2002). Emoción. La ciencia del sentimiento. Madrid: Taurus.

Gavilán, F. (2004). Toda esa gente insoportable. Madrid: Edad.

Lelord, F. & Christophe, A. (2001). La force des emotions. Paris: Odile Jacob.

Sopeña Balordi, A.E. (2006). "Verbal abuse: an assault on self-esteem". In: Bou, P. (ed.) Ways into Discourse. Granada: Comares. Biblioteca Comares de Ciencia Jurídica, Colección Estudios de Lengua Inglesa 13, 49-59.

Zweig, C. & Abrams, J. (eds.) (1994). Encuentro con la sombra. Barcelona: Kairós, Biblioteca de la Nueva Conciencia.

 

 


Ver en línea : METÁFORAS

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