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¿Necesitamos mi pareja y yo acudir a terapia?

Rosalía López

España



"Todo el día estamos discutiendo". "Desde que ha llegado el bebé ya no hablo con mi mujer". "Se nos ha acabado la magia"... Vemos las dificultades más frecuentes con las que se encuentra una pareja, los principales motivos por los que se acude a terapia de pareja. Pretendemos dejar claro que acudir a este tipo de terapia no nos hace ser bichos raros.

En la pareja el camino no es de rosas, eso todos los sabemos. Sin embargo, cuando oímos hablar de la necesidad terapéutica, no es raro pensar que dicho tratamiento a nosotros no nos afecta.

Cuando la pareja decide crear un futuro común, se suele considerar que habrá de compartirse todo, aun a sabiendas de que provenimos de familias distintas, con lo que ello conlleva de riesgo. Integramos dos formas de pensar, dos formas de ver las cosas, dos culturas distintas, para, -recordémoslo- construir un hogar en el que reine el bienestar en el concepto más amplio. Sabemos sobradamente que ni siempre vuelven las oscuras golondrinas de Bécquer ni siempre suena de fondo la música romántica de Chopin.

 

A mí me gustan las fases que menciona Frank Pittman -terapeuta familiar- en relación con el camino de la pareja: enamoramiento, fin de romance, comienzo de la familia, parentalidad, pareja en edades maduras y envejecimiento de la misma. Cada pareja sentirá mayor entusiasmo en una fase u otra, pero, normalmente, las dos primeras suelen ser las que menos nos plantean la necesidad de buscar ayuda; me refiero al hecho conveniente de recurrir a la ayuda de un tercero (el terapeuta). En todas estas fases puede existir una crisis en la que una participación activa en terapia de pareja puede ser resolutiva. Dicho tratamiento no alcanza el éxito cuando la pareja se reconcilia, sino cuando se consigue lo mejor para ella. Ese fin, en no pocas ocasiones, radica en la separación. Pasado un tiempo, lo pueden agradecer al terapeuta. Las personas tenemos segundas oportunidades para lograr sonreír. Todos sabemos del caso de un amigo, un familiar o un vecino que nos puede demostrar que esto ocurre. De lo que se trata es de conseguir vida y felicidad.

 

La convivencia de la pareja en su inicio puede conllevar el primer problema. Lo ideal es que tal unión quede advertida y se sepa que va a pasar de la independencia al vínculo o ligadura, siempre desde lo coherente. Se va a perder terreno en la individualidad, pero la dificultad se irá venciendo poco a poco. Nos formaremos para no perder toda la independencia, siguiendo con nuestras aficiones sanas. Tampoco se debe olvidar la dependencia que nos hará tener tareas y metas comunes. En el inicio de la convivencia nos podemos sentir enfrentados con la familia de origen: aparecen los famosos “suegros”. No podemos arrancar a nadie de su familia de inicio con todo lo que ello nos rodea, pero tampoco debemos admitir (si no es por auténtica necesidad) que nuestra suegra coma con nosotros todos los días. La lógica y el sentido común hacen mucho bien en este caso. Una terapia puede favorecer el bienestar de la pareja ante este posible conflicto.

También se puede uno encontrar con otro desacuerdo o situación permanente de oposición ante el nacimiento del primer hijo. El retoño une o desune. Lo que, afortunadamente, hoy va quedando claro, es que siempre será un error tener descendencia para salvar el matrimonio o cualquier otra clase de unión sentimental entre dos personas. En esta fase existen muchas demandas de terapia de pareja. ¿Por qué -si no se puede recorrer ese camino solos- no acudir a un terapeuta familiar a qué nos oriente?

Otro posible problema que puede surgir en la pareja puede ser el tema de la monotonía. Aquí se ha de trabajar mucho la comunicación, base de toda terapia. Demandas sanas por parte de ambos. Hablar y hablar. Si yo no hablo mi pareja no sabrá qué quiero. Quizás antes me gustaba la tostada que me preparaba mi pareja en cada desayuno, y ahora me gustaría tomar fruta. Pero si no se lo digo no lo sabrá y me quedaré con la tostada el resto de mis días.

Todos cambiamos, y por eso conviene verbalizarlo. Se pueda llegar en ciertos momentos al aburrimiento; eso no es patológico y lo debemos tener claro. Aquí es bueno viajar al túnel del tiempo que ha vivido la pareja, y recordar su enamoramiento e intentar retomar el cortejo. Y hablamos con la pareja. Y trabajamos. Y nos marcamos propósitos de trabajo. De ahí a cómo comenzaba el artículo diciendo que la pareja no es un camino de rosas.

 

Otras causas para acudir a terapia son las adicciones, bien a sustancias o a juegos, maltrato, celos e infidelidades. Estos trastornos requieren que a su vez se acuda a terapia individual, además de la terapia de pareja. Existe mucho sufrimiento en el aire y es una amenaza grave para la pareja. Aquí hay demasiado dolor y poca libertad ante los demás para contar lo que ocurre, por tratarse de temas muy discriminados. Ambas partes han de mostrarse activas en la terapia; por eso se está en consulta, para buscar una posible solución.

No vamos a olvidar las discusiones tan comunes de la pareja como motivo de consulta. En una discusión debemos aprender a escuchar y a intentar sacar algo positivo de aquello por lo que se discrepa con el otro. Enriquecerme aunque no lo comparta y, sobre todo, no menospreciar a quien no piensa como yo. No se debe intentar convencer a nadie para que piense igual que uno; esa actitud consume energías en exceso. En la terapia sentaremos unas bases: un plan de trabajo donde habrá mucha participación de la pareja y del terapeuta como mediador.

 

Con esto, lo que quiero subrayar es que la terapia de pareja no es de marcianos, sino de matrimonios de ahora, de antes y de futuro. Se trata de una terapéutica que va de personas, de parejas, de familias, de vida, de felicidad, de compenetración, de diversión, de equipo, de planes de futuro, de alegría, de ilusión, de compañerismo. Esta terapia nos puede ayudar, y si el bien para la pareja es la continuidad -que ya dijimos que no siempre es así-, poco a poco y granito a granito volveremos a tener lo que hubo. Y si nunca existió lo empezaremos a construir; porque queriendo ambos, siempre estamos a tiempo para todo, como decíamos antes; incluso para escuchar juntos a Chopin o buscar en las golondrinas de Bécquer un motivo de crecimiento y satisfacción.

 

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