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DISCURSO DEL PEZ PIEDRA.

Guillermo Badía Hernández

Cuba



 Se levantó, conciente de su triunfo, y volteó a la playa. Sobre la arena, inmóvil, yacía algo. Las olas lo habían arrastrado terreno adentro. El Ser se le acercó, e intentó levantarlo sin éxito. El náufrago no era de su propia especie, de hecho parecía un autófago, uno de esos Resurgentes de Hungría o de Livonia; la sangre corría por sus mejillas y empezaba a abrir los ojos.

- Malvenido- dijo el desollado, cuyo aspecto no le era menos alarmante a quien le hubiese visto de cuerpo completo; su carne estaba desprendida y carecía de pies, en su lugar, se habían formado unos macilentos muñones, el rostro estaba cubierto de pústulas y humores, concediéndole la apariencia de un Golem, de un Záfiro -, malvenido a la Tierra de los Muertos, que nosotros, criaturas noctívagas por natural defecto, no tardamos en llamar Isla Vesalia, el hogar de los desterrados del Cielo, a quienes nos muestran que el mundo entero tiene una meta, y es el Infierno.

- ¡Que Cristo me proteja! - había murmurado el hombre horrorizado ante lo que tenía delante.

- Â¿Cristo? ¡Ja! ¿Acaso no sabes que él también perece aquí, atrapado en la colina, y sufre por vuestros pecados? Pues sí, esa es la verdad, aunque los predicadores de tu Tierra hayan querido ocultarla, es Él y no Judas quien yace prisionero de las cohortes de demonios que lo torturan día a día, y le hacen recordar su virtud. No existe vía de escapar de la Isla Vesalia, hasta Ellos han comprendido eso, ¿no lo ves?

- Â¿De que hablas? ¿Quiénes son Ellos? ¿se ha vuelto loco?

- Las Almas de los que han caído, prisioneros de un doloroso silencio. Todos estamos condenados al Sufrimiento, con mayores o menores penas, de acuerdo a nuestro delito, pero con un final común, consumir nuestros espíritus. Cuando hayan transcurridos los siglos te verás como nosotros ahora y apenas habrá quedado rastro en tu mente de la Tierra, lo habrás olvidado todo, todo...

- Â¿Pero qué vas a hacer? Piedad, te lo suplico, piedad.

- ¿Lo ves? Ha comenzado, ya ni siquiera te está permitido ser objeto de un gesto piadoso. Tu pena será funesta, ven, acompáñame, debemos comenzar, ahora tu único testigo será el silencio.

Aquel era el último viaje y mientras la isla se agitaba por los gritos de un ser sangrante, un gigantesco pez piedra abandonaba esas aguas en busca de aguas más frías.

Guillermo Badía Hernández.
15 años 

Este artículo tiene © del autor.

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