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EL CENTENARIO DE ALEJO CARPENTIER

Jorge Dávila Vázquez

Ecuador



“Nací en la Habana, en la calle Maloja, en 1904.” Le dijo Alejo Carpentier a César Leante, en una entrevista que ya es historia hace años. Alguien ha puesto en duda la afirmación, asegurando que el más universal de los literatos cubanos del siglo XX, nació en Europa. Yo diría que qué más da. Llevó a Cuba en su alma, ya que no en su sangre, que era mitad francesa y mitad rusa; la amó y la enseñoreó en el sitio más alto de las letras hispanoamericanas, con una obra que difícilmente puede ser comparada y peor igualada.

Estaba tan enamorado de la isla y de todo lo que en ella había, que cuando uno lee sus libros: El siglo de las luces, tal vez la mejor novela de Hispanoamérica; El recurso del método, la más importante de las novelas de dictador, que estuvieron de moda hace treinta años o La consagración de la primavera, enorme canto un poco convencional a la Revolución, pero compendió de todo el siglo, no puede negar la filiación cubana del autor. Le entusiasmaba el paisaje tropical, la comida, la música -de la que se volvió uno de sus mayores estudiosos-, las creencias, la cultura y la libertad de su isla de sueño. La nostalgia del viejo dictador exiliado en París, que acaba gozando de los sabores isleños en un improvisado banquete final, es reveladora de la que seguramente afectaba al autor, que por sus obligaciones diplomáticas debía peregrinar, de continuo, por el mundo.

En su centenario, la mejor manera de evocarlo, es volver sobre sus textos, revivir la magia y las luchas de Mackandal y Bouckman o la peripecia del rey Henri-Christophe de El reino de este mundo, en una visión de ese Haití mítico y miserable, que no termina jamás de salir de sus crisis; acompañar al compositor protagonista de Los pasos perdidos, a las fuentes del canto, del Orinoco, de la vida misma; seguir la ruta de la Revolución Francesa, en sus apariciones antillanas, tras las huellas de Esteban, Sofía y Víctor, personajes imposibles de olvidar, en El siglo de las luces, sobre la que ha escrito, Edmundo Desnoes, entusiasmado ante el libro de los libros de Carpentier: “es como toda gran novela un impetuoso desbordamiento: un mundo. El tiempo, lo real-maravilloso, lo telúrico, lo épico político, el destino de los hombres, todo se funde en sus trescientas páginas”.

En diferente medida, todo lo que escribió es así; sus cuentos bellísimos: Viaje a la semilla, el desvivir de un viejo aristócrata, hasta llegar a su concepción; el deslumbrante Camino de Santiago, en que la peregrinación del personaje resulta la de todos los hombres; Semejante a la noche, en que un soldado de la guerra de Troya recorre diversas guerras de la historia. Y, por supuesto, sus deliciosas pequeñas novelas, como la lírica El arpa y la sombra y, de modo muy especial Concierto barroco, escrita con un ritmo de música envolvente, como un gran poema de los colores, los olores y los sabores del mestizaje y de la cultura europea y universal, que él tanto conocía.

Jorge Dávila Vázquez/ Rincón de cultura

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