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EN EL AMAÑADO DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA

César Rubio Aracil

España



El mito de David y Goliat no es aplicable a la lucha de la mujer por su justa emancipación de la tiranía machista.

No voy a caer en la tentación, habitual en los medios de difusión e instituciones, de abogar en pro de la Mujer, una vez al año, con loas a su valía y poniendo el grito en el cielo para reivindicar sus incuestionable derechos como persona. No quiero ser hipócrita. Allá la conciencia de cada cual. Mi naturaleza masculina (tomándola como referente del comportamiento del hombre en general), al margen de procesos educativos y de evidencias culturales difiere en ciertos aspectos, biológicos y psíquicos sobre todo, de los del sexo opuesto. Por lo tanto, es a partir de este punto desde donde voy a comenzar mi discurso como sincero aporte a la dignificación, no del Día de la Mujer trabajadora sino de la Mujer.

Salvo en breves épocas que se remontan a ya lejanos tiempos, la mujer ha estado dominada por el varón. Mas no sólo ha sido desplazada en todo momento de las esferas del poder terrenal sino que, paralelamente, la asfixia ejercida contra sus humanos derechos ha servido para humillarla. Aunque esta afirmación sea una obviedad, estimo conveniente incidir en ella para remarcar una vez más, y si preciso fuera hasta la saciedad, cuál ha sido y sigue siendo la tragedia femenina. Lo que ahora nos falta saber es el porqué de tanta injusticia milenaria. De poco pueden servir los esfuerzos que unas y otros hagamos para poner en orden nuestras acciones si no somos capaces de ahondar en la conciencia. Pero no es fácil hacerlo con la máxima objetividad posible, dejando al arbitrio de la moral y la cultura al uso un problema que requiere sinceridad para ser resuelto. Sinceridad y ausencia de egoísmo.

La diferenciación sexual tiene, como uno de sus principales inconvenientes, unas características psico-biológicas totalmente opuestas. Así debe ser en función de la diversidad y en beneficio de nuestra especie. En el aspecto físico, el hombre es más fuerte que la mujer; de ahí que realice los trabajos más duros y guerree. Él ha sido siempre el defensor de la familia, de la tribu y, en definitiva, del territorio ocupado por su comunidad. Sin embargo, ha utilizado y sigue utilizando su fuerza de un modo arbitrario para su beneficio. Éste es, pues, el inconveniente al que acabamos de referirnos: el uso indebido de su superioridad física. En contraposición, el único triunfo digno que se le puede atribuirla a la mujer, guardiana del hogar, es el de haberse mantenido firme en lo que respecta a su condición de madre. Ahí sí que no ha podido el varón vencerla. Pero ha pagado caro el tributo que injustamente le ha debido y le debe al macho.

¿Es posible derrotar a la Naturaleza? Nunca. Si el hombre está dotado de unas cualidades y la mujer de otras, por mucho que se batalle por conseguirlo el varón será siempre la parte dominante de la sociedad. Esta afirmación podrá parecer machista en grado superlativo, pero en el fondo no lo es. Se trata de una evidencia que todos, hombres y mujeres, deberíamos tener presente para corregir los ancestrales errores que se han cometido en contra de las féminas. Si todos hiciésemos un uso adecuado de la inteligencia y la orientásemos en beneficio de la humanidad, el problema del hombre y la mujer como lucha de sexos quedaría resuelto casi de inmediato. Pero no es posible, al menos por el momento, y voy a dar razones suficientes siquiera sea para que se me comprenda. No aspiro a otra cosa.

Dice Ken Wilber que el hecho de que la mujer tenga los órganos sexuales internos y el hombre externos, y qué éste libere en cada eyaculación cientos de millones de espermatozoides y la mujer, por lo regular, un solo óvulo al mes explica, que no justifica, el comportamiento masculino respecto a su infidelidad conyugal o de pareja. Este sencillo ejemplo nos obliga a pensar en la diferenciación psico-biológica entre ambos sexos, expuesta en un párrafo anterior. Quiero decir con estas palabras que la mujer nunca podrá igualarse al hombre, y a la inversa lo mismo, en todos los aspectos de la vida. Porque la naturaleza los ha creado como son y es inevitable que así sea mientras nuestra especie, o mejor decir género, perdure. Lo cual no quiere significar que por razones puramente naturales deba existir un dominio humillante entre los sexos.

Yo, que ya soy mayor y mis inclinaciones sexuales van quedando relegadas a un segundo, y a veces un tercer plano de mis preferencias, estoy en condiciones -creo que óptimas- de poder juzgar la situación hombre-mujer (o mujer-hombre, con el fin de que nadie se moleste) con un poco más de objetividad, y especialmente teniendo en cuenta que las andanadas feministas a mis opiniones hace tiempo que han dejado de enojarme.

He dicho, y lo reiteraré cuantas veces lo crea conveniente, que la mujer ha estado y está maltratada por el hombre hasta la indignidad. Y también que todos -unas y otros- deberíamos esforzarnos para encontrar el punto de equilibrio estable que nos haga un poco más dichosos. Pero no con celebraciones amañadas como esta de hoy, aplaudida por los políticos y bendecida por el mutismo eclesiástico. Precisamente estas dos fuerzas son las principales culpables de que el macho lo sea en detrimento de su hombría de bien. ¿O acaso la Iglesia no dijo en su momento -ya no recuerdo si fue en el Concilio de Trento- que la mujer no tiene alma? En cuanto a los políticos, ¿qué hacen sino demagogia por el voto? Y vosotras, señoras mías, que tanto lucháis por vuestra causa, ¿cómo es que cuando el Papa viaja os agolpáis en torno a vuestro principal enemigo para recibir su bendición, y lo aplaudís y jaleáis como si fuese Dios? ¿En qué quedamos? La Iglesia dice NO al aborto. La Iglesia dice NO al matrimonio homosexual. La Iglesia dice NO al solo matrimonio civil. La Iglesia excomulga, anatematiza, condena y quema a las brujas; pero ahí está la Iglesia, principalmente sostenida en su base por las devotas.

Vuestra más poderosa arma para conseguir la justicia que se os ha negado y se os niega no es la folclórica pancarta reivindicativa, ni la posesión del escaño parlamentario, ni la celebración del Día de la Mujer Trabajadora. Eso son engañifas. Menos agnusdéis y votos condicionados al guaperas de turno y mejor educación a vuestros hijos. Ahí está la clave: educación adecuada a la progenie para que las futuras generaciones tengan las ideas más claras y podáis emanciparos de la tiranía machista. Porque vosotras, mujeres, caéis continuamente en la terrible contradicción de detestar al macho que deseáis. Y no quito ni una coma a lo dicho.

Fijaos en las revistas del corazón. Doña Pitiflor, colgada orgullosamente del brazo macho, se deshace de gusto al sentirse dichosa de que su "playboy" la luzca como un trofeo ante la "jet-set" dominante. ¿No estamos hablando de una humillación que en gran medida comparten desde sus entretelas millones de mujeres, y sueñan despiertas en ser algún día favorecidas por el toque mágico millonario? Y si no es así, ¿por qué entonces prosperan las citadas revistas semanales, de tiradas similares a las de los diarios deportivos?

Esta es, desde mi sinceridad y al amparo de mi conciencia, la mejor defensa que puedo hacer de la mujer en un día tan señalado como el de hoy. Señalado por lo que de ingenua y buenas intenciones tiene. Pero equivocado en lo fundamental.

He asistido, invitado por unas amigas, a un acto para celebrar vuestro Día, y me he sentido mal. Allí he visto a varias señoras, esposas de profesionales liberales, aplaudiendo la intervención de una destacada feminista local. ¡Mentira! Dos de ellas al menos pertenecen al Opus Dei.
Que Santa Lucía os conserve la vista, mis queridas amigas.

César Rubio (Augustus)
Miembro de la A.
Escritores Castellano-manchegos
Y de La Mediterranía.

Este artculo tiene del autor.

1980

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