La torre es mía.
Y la espadaña.
Mías son la luna y las estrellas,
como el humo que asciende
cuesta arriba
dejando junto al lago la veleta.
Dejadme las alturas quienes adoráis
la esquina oscura de los besos.
¿Qué más os da que yo vuele
con vuestro gris plumaje
poniendo rumbo al arco iris?
Dejadme vuestras alas cenicientas,
inservibles a ras de tierra.
Yo buscaré con ellas
las flores del paraíso.
¿No veis que aquí las rosas
brotan tristes
en las grietas de las tumbas?
Ya suena la campana,
y en el valle su tañido
invita a la oración.
Dejadme al menos volar
acompañado
de las notas serenas del olvido.