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Los ancianos de Sión

Guillermo Badía Hernández

Cuba



Inquieto, tomó asiento a su lado. El viejo tenía las manos mohosas, el cabello semidesprendido y la piel dejaba ver algunas ranuras donde asomaban los vestigios de huesos maltratados por el tiempo; cualquiera hubiese advertido demás el olor putrefacto de la muerte corriendo a través de sus venas. Pero no, es noche, el momento en el que los que nos han abandonado regresan del abismo a reabrir antiguas heridas, esa noche era especial, vivos y difuntos vagaban juntos en las calles bajo el amparo de un plenilunio sobrecogedor.

 El chico extrajo una suerte de amuleto del bolsillo derecho de la chaqueta. Parecía un minúsculo candelabro de plata con algo incrustado de ópalo, formando la palabra emeth. Se lo mostró al zombie. Este sonrió despreocupado y pensó alegar determinado comentario, sin embargo, se abstuvo, esperando que el muchacho soltara la iniciativa.

--¿Sabes lo que es?-interrogó el joven-Supongo que sí, no eres en vano el judío errante, el inmortal, Ahasverus. Aunque eso ha dejado de constituir un factor atenuante actualmente para que el Golem te encuentre y te mate. Todos han sido liquidados y, maestro, yo soy el único que ha escapado, portando este bienaventurado talismán, el último de los cabalistas.

--Espléndido. Entonces creo imaginar cuál es el motivo de tu visita. Deseas escuchar la Historia, conservas la esperanza de que funcione.

--Exacto-exultó tímido el chico.

--He de advertirte lo mismo que a los otros: el tema de las maquinaciones divinas escapa de la percepción sensorial humana. En realidad, está muy lejos de mis intenciones que captes el significado de lo que te relataré, aunque lo haré de todas formas por mero placer. Verás, cuando la última hoja del último laurel había caído en el Paraíso Terrenal, allende las regiones del Oriente, el barro forró su corteza  y el trébol probó su dureza, tomando ambos el aliento de la arena, del polvo de donde habían nacido los hombres: del polvo vinimos y al mismo volveremos. No obstante, ellos consiguieron formar un ser que no volvería al polvo gracias a los efectos naturales, la criatura inmortal, destinada  a vagar entre los vivos eternamente, pero Él lo percibió y dijo que le concedería una virtud y escribió su nombre en la frente... Fine, das ende, el final.

--Pienso que es ahora, ¿cierto? Ha llegado la hora de que nos enfrentemos, Gran Cabalista.

--Sí.

 El viento trajo en la mañana el olor de la sangre desperdigada, al quedar vacío un sitio en el cementerio de Praga. Ahasverus había dicho adiós  a este mundo para siempre acabado por el Golem.

 

GUILLERMO BADÍA HERNÁNDEZ.
15 años
Cuba

 

Ilustración: Ray Respall Rojas
17 años
Cuba 

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