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Violencia en Argentina (XXIII): Quienes escandalicen a los niños...

Carlos O. Antognazzi

Argentina



No sabemos si el Papa arderá en el infierno, como pronosticó días pasados Hebe de Bonafini, demostrando en la práctica, como hizo notar irónicamente Jorge Puppi (Carta de Lectores, La Nación, 23/03/05), que cree en la existencia del infierno. Ni siquiera sabemos si el infierno existe en el sentido bíblico. Pero sí sabemos de los infiernos de este mundo: la marginación, la pobreza, la opresión, la falta de perspectivas o la más elemental esperanza. Que en este contexto monseñor Antonio Baseotto haya estado cobrando cinco mil pesos al mes para dar misa en los cuarteles parece excesivo. Y más todavía cuando ese monto era abonado por el Estado argentino, no por el Vaticano. Y que, aparentando desconocimiento o ingenuidad, haya apelado a la metáfora de la piedra de molino y el mar, es desatinado.

Violencia en Argentina (XXIII):

Quienes escandalicen a los niños...

No sabemos si el Papa arderá en el infierno, como pronosticó días pasados Hebe de Bonafini, demostrando en la práctica, como hizo notar irónicamente Jorge Puppi (Carta de Lectores, La Nación, 23/03/05), que cree en la existencia del infierno. Ni siquiera sabemos si el infierno existe en el sentido bíblico. Pero sí sabemos de los infiernos de este mundo: la marginación, la pobreza, la opresión, la falta de perspectivas o la más elemental esperanza. Que en este contexto monseñor Antonio Baseotto haya estado cobrando cinco mil pesos al mes para dar misa en los cuarteles parece excesivo. Y más todavía cuando ese monto era abonado por el Estado argentino, no por el Vaticano. Y que, aparentando desconocimiento o ingenuidad, haya apelado a la metáfora de la piedra de molino y el mar, es desatinado.

Al escribir y enviar la carta Baseotto generó un hecho político. No puede ignorar, entonces, que lo hizo en un contexto político, ni que la lectura del texto y del gesto sería, también, de índole política y no religiosa.

Un argumento inconsistente

Baseotto conoce el mundo militar, y vive y ejerce en Argentina, no en Finlandia. La metáfora, así, adquiere otra dimensión, y recuerda hechos que no hay que olvidar, pero tampoco que refregar a la sociedad avalando un procedimiento criminal que implementó el gobierno de facto. Es sabido: en España se realiza un juicio contra el militar arrepentido Adolfo Scilingo, quien confesó en el libro El vuelo, de Horacio Verbistsky, la existencia, durante el Proceso, de un plan sistemático para hacer desaparecer personas arrojando sus cuerpos dopados al mar. Esos «vuelos de la muerte» se hicieron tristemente célebres y confirmaron que el Estado implementaba racionalmente el secuestro y desaparición de personas. La otra parte del contexto es la fecha en que Baseotto usó la metáfora: cercana al 24 de marzo. Es decir que la elección del momento, 29 años después del golpe militar de 1976, y de las palabras, hacen sospechar alguna intencionalidad.

Las palabras no son inocuas, y dicen de acuerdo al contexto. «Je suis la France» es una frase que tuvo sentido para De Gaulle y los franceses en un momento histórico determinado. Cuando Kirchner, en otro país, otra época, y con un nivel intelectual completamente diferente, el 02/08/04 aseguró «yo soy el peronismo», rozó el ridículo, incluso dentro de su propio partido. Por eso se equivoca Lilita Carrió cuando sostiene que no se pueden tomar al pie de la letra las metáforas religiosas, porque quien la profirió en este caso conoce perfectamente el alcance y ámbito en que sus palabras impactarían.

Aunque redujo el tamaño desproporcionado de su cruz, Carrió la sigue arrastrando y sus observaciones están condicionadas. Selecciona una parte de la verdad, y dictamina con una verdad parcial. Carrió sabe que el uso de la metáfora es una estrategia para decir sin decir ó, como hizo Baseotto, acusar sin acusar. Baseotto dijo lo que habría que hacer con Ginés González García, pero como la acusación fue montada sobre una metáfora bíblica, argumenta que su intención no fue agredir, sino mencionar un pasaje de las escrituras. El razonamiento es inconsistente. Baseotto no puede ampararse en las escrituras. Su carta es una invitación a la violencia.

Cuando Baseotto escribe «quienes escandalizan a los niños merecen ser arrojados al mar con una piedra de molino al cuello», no se refería a las acciones de monseñor Edgardo Storni o del sacerdote Grassi, de la fundación Felices los Niños, sino que aludió a declaraciones del Ministro de Salud de la Nación. Usar una metáfora para referirse elípticamente a un hecho de la realidad es una estrategia utilizada con mayor o menor ventura por los escritores. En el discurso político de la Iglesia no se ignora el contexto ni el alcance de ciertas alusiones. Se hace como que se ignora para que la metáfora sea interpretada adecuadamente como tal, y que la afrenta no sea directa. Pero todos saben, de uno y otro lado, cuál ha sido el sentido de las palabras y el origen de la diatriba. De haber tenido el poder suficiente es probable que Baseotto hubiese realizado en los hechos lo que procuró, en parte, disfrazar con sus palabras. El malestar frente a González García era demasiado evidente, así como es demasiado evidente, incluso para el mismo clero, que Baseotto pertenece al ala más conservadora y rígida de la Iglesia, y que en la homilía del 07/10/04 agredió verbalmente a los musulmanes.

Raseros diferentes

La Iglesia suele manejarse con criterios diferentes según los países y las circunstancias. Se trata de un doble discurso que, en la práctica, sugiere una doble moral elástica, meliflua. ¿Cómo entender que mientras se pregonan las escrituras se apoye, simultáneamente, a genocidas como Videla ó, antes aún, Hitler? ¿Cómo entender que mientras se critica las acciones de la sociedad y la política, y se censura una muestra como la de León Ferrari, la Iglesia apañe a degenerados como Grassi o Storni, por citar sólo casos argentinos? La Iglesia nunca entregó a la justicia a estos pervertidos, que gracias a ese apoyo pudieron seguir pervirtiendo. Para la Iglesia los sacerdotes no son parte de la comunidad, ya que no son tratados como cualquier ser humano que delinque. En el colmo de la barbarie, el Vaticano, aliado con la Cruz Roja Internacional, ayudó a que los genocidas nazis huyeran de Alemania. Gaby Weber hace notar que Adolf Eichmann arribó al puerto de Buenos Aires el 14/07/1950 «con documentos de identidad falsificados por el Vaticano» (cfr. La otra cara del milagro alemán. La Nación, 28/03/05, p. 15).

En la misma nota la autora hace notar cómo, bajo el amparo de Perón, Alemania lavó dinero sucio en Argentina a través de la empresa Mercedes Benz y de Jorge Antonio, un oscuro importador de Daimler-Benz con aceitados contactos con Perón. Antonio fue el encargado de contratar a los “especialistas” que Alemania enviaba para su empresa automotriz. Entre ellos, Eichmann, quien trabajó en la fábrica de González Catán hasta que fue secuestrado por el servicio secreto israelí, Mossad, el 11/05/1960. Las coincidencias son, por lo menos, llamativas. Nunca antes o después hubo tanta facilidad para entrar y afincarse en Argentina. Y si bien Perón tuvo roces con el Vaticano, que derivó incluso en la quema de unas cincuenta iglesias, la ideología los unía.

Iglesia y Estado

Como hice notar en un artículo anterior (Estrategia medular de la Iglesia. Castellanos, 28/01/05), la fractura se da cuando se mezclan en un mismo discurso dos esferas disímiles, lo sobrenatural y lo terrenal. A la Iglesia le compete la primera; a la política y los hombres, la segunda. Infringir ese límite conduce a una discusión bizantina. Un primer paso para evitarla sería impulsar la separación de Iglesia y Estado, algo que todos los países del mundo han hecho, salvo cinco minúsculos, entre los que se cuenta San Marino y la República Argentina. Uruguay lo hizo en 1917; Chile en 1925. La racionalidad comprende que no se pueden mezclar ámbitos tan disímiles, pero la emoción demagógica y especulativa de los políticos argentinos, de facto o democráticos, teme más al Vaticano. Y en especial el justicialismo, que sufrió las iras eclesiásticas cuando Perón fue excomulgado. Claro que, de imperar la razón por sobre la fe, nadie temería la eventual excomunión, que no es más que un castigo de hombres a los hombres, sin mayor vinculación real con la deidad que la que le adjudica esa misma fe.

En su momento la Iglesia denunció la pornografía que, con la llegada de la democracia, asomaba en los kioscos, como si la sociedad entrara en el libertinaje. Lejos de ello, la misma sociedad determinó hasta dónde llegaba, y la sala de cine de exhibición condicionada que se emplazó en Santo Tomé, por ejemplo, luego de las primeras películas quebró por falta de público. No deja de ser curioso que esa misma Iglesia no denuncie a los sacerdotes pedófilos, que son parte activa de la institución, y muestra cabal de pornografía agravada por la imagen de moral y buenas costumbres que ostenta esa Iglesia y que buena parte de los ciudadanos sigue creyendo.

Resulta una paradoja, pero quien ha escandalizado a la sociedad es Baseotto y no González García, que sólo procura que las mujeres sepan cómo evitar embarazos no deseados. Aunque desde el 02/04/05, con el fallecimiento del Papa, el tema pasó a un segundo plano, hay que reconocerle a Aníbal Fernández una apreciación certera: tarde o temprano la sociedad argentina deberá debatir el tema del aborto. No porque él o algún ministro lo determinen, sino porque este tipo de debates se realiza en buena parte del mundo civilizado. Se trata de ese progresismo que tanto fustiga la Iglesia católica, quizás porque no es contemplada por él. Aborto, eutanasia, dignidad humana, son tópicos que exigen ser debatidos sin apasionamientos. Esto no implica que haya más abortos. No es una relación vinculante. Desconocerlo es elegir dar una visión tendenciosa.

Urge debatir hasta dónde sigue siendo viable que el Estado argentino pague 13 millones de pesos anuales a la Iglesia Católica por el sólo hecho de que en la Constitución nacional aparece seleccionada como la religión oficial. De la misma manera no tiene sentido, salvo para el beneficiario y la curia en general, que se le abonen 60 mil pesos anuales al obispo castrense. Algo no funciona si estas erogaciones son vistas con naturalidad por la sociedad argentina. Es hora de que comience a imperar la sensatez y la racionalidad. Así como no es justo que no creyentes, agnósticos, ateos o miembros de otras religiones estén obligados a pagar estas cifras a una única comunidad religiosa, no es justo que la Iglesia pretenda tener injerencias en ámbitos que no le competen. Y menos con los antecedentes obscenamente delictivos que posee, como apañar a pervertidos y darle la comunión a genocidas confesos como Videla, Massera o Agosti, entre tantos otros de similar calaña y probidad.

© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 08/04/2005. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2005.

Este artículo tiene © del autor.

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