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SEDUCCIÓN

Hombre y mujer. ¿Quién seduce a quién?

César Rubio Aracil

España



¿Quién seduce a quién? Lo normal es que se piense de la seducción como el atributo masculino por antonomasia. Biológicamente creo que, en efecto, es como se piensa. Lo vemos en el comportamiento animal: el urogallo desplegando su fascinante colorido ante la hembra que, por su naturaleza, convierte la danza nupcial del macho en acontecimiento importante para la conservación de su especie. ¿De modo instintivo? Es posible que estemos infravalorando las capacidades psicológicas del llamado mundo irracional. Pero ésta no es la cuestión que hoy queremos tratar.

La seducción humana es compleja en sumo grado. A los factores naturales, sean los del varón o los de la mujer, debemos añadir otros componentes. Uno de ellos, en el caso de la hembra (permítaseme la sexualización del término con fines puramente biológicos), tiene su fundamento en el interés crematístico. (Que nadie se alarme, ni adjetive mi comportamiento con excesivo rigor antes de concluir mi exposición.). El interés "crematístico", en la hembra, tiene su porqué natural. Ella, se quiera o no; pese a las modas y a los constantes cambios sociales, es y será la guardiana del hogar. Su condición de madre supera toda limitación. Por lo tanto (y ahora sí que estamos obligados a referirnos al instinto), obedeciendo a profundas razones psicológicas, no permitirá fácilmente dejarse seducir por un hombre cualquiera. Podrá en un momento dado ceder a sus impulsos emotivos y entregarse, de eso no hay duda alguna. Sin embargo, el grado de atracción será mayor si el fascinador posee otros recursos más "elocuentes" que el del simple amor. ¿O no es verdad que es más fácil en la mujer, por lo anteriormente afirmado, dejarse iluminar por un hombre poderoso que por un Juan lanas? Su responsabilidad, de manera principal la prole en la que siempre estará pensando, la obliga -en términos generales- a salvaguardar la principal arma de combate que tiene para su defensa propia y la de los suyos.

El macho, en cambio (¡ojo con las palabras! En este caso el vocablo "macho" no debe ser asimilado como sinónimo de machista), fiel servidor instintivo de Natura -ni hijos ni aleluyas-, desplegará en todo momento su abanico pericón para espantar los fantasmas de la responsabilidad y, palabra en ristre, sea doña Camila la que tenga frente a sí, o la tendera mona de ultramarinos, no dejará su verbo para entonar misereres. ¿Por qué? Explicaremos la frase "fiel servidor instintivo de Natura".

¿Tiene alguna culpa el macho de su prodigalidad espermática? ¿Qué hacer con los miles de millones de microgametos que en el receptáculo seminal bailan la danza erótica de la multiplicidad, soñando cada uno de ellos en bragas caídas a plomo? ¿Flagelar sus salvajes instintos con el cilicio de la virtud? Con perdón, ¡y una mierda! Lo que hará es mentir para debilitar las naturales defensas femeninas y salirse con la suya (“Eres mi luz, amor -sin ensayos previos, que no necesita-, mi norte en esta noche de bengalas orientales, tralará, tralará”), dejando marginadas cuantas recomendaciones conciliares, religiosas o paganas, inunden su conciencia. Es la ley. La mujer es otra cosa, otra historia, otra rima.

La mujer, siempre receptora (en estos tiempos no tanto), suple la palabra con la mirada, con la sonrisa, con la cadencia poética que en sus rubescentes mejillas palpita como salve marinera, hasta que verbo y gestuales ritmos se aúnan en el beso, preludio de la más maravillosa sinfonía: polvo cósmico de partículas lumínicas dirigidas por la sabia batuta del demiurgo. Concluida la melodía, se acabó la magia. Hasta que, de nuevo, cuenco y rodrigón reclamen a Natura (puta Natura dominadora) el melisma (porque se trata de una breve melodía) capaz de obrar un nuevo milagro: el crecimiento de la eterna rosa. Flor que deshojará el macho para que la tierra se vista de colores.

Quién seduce a quién, lo ignoro. Sólo sé que mujer y hombre somos seducidos.

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