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CARTAS ALICANTINAS (III)

Epistolario a mi amada alicante.

Ramón Fernández Palmeral

España



10.- LAS HOGUERAS DE SAN JUAN.

El fuego educado de las hogueras sagradas, llamas candentes, egoístas, ruidosas, repletas de un orgullo que nadie puede disputarles, ni robarles el derecho que ellas tienes de purificar y elevarse a otra dimensión de la materia, energía transformada de las hogueras alicantinas de San Juan Bautista, el apóstol que bautizaba con agua del río Jordán, como una antítesis del fuego, el apóstol que bautizó al mismo Hijo de Dios vivo, y, luego él decapitado a petición de una sádica y malcriada Salomé.
Si yo tuviera que explicarle a un extra-terrestre qué es el fuego, le debería decir: es algo amarillo que sube en forma de caprichosos tirabuzones, da calor y te quema o «Crem de hogueras», a veces es violento y siempre le acompaña su amigo el humo que se eleva, pero si quieres tener una imagen exacta, un ejemplo eficaz, le diría vente a Alicante la noche de San Juan. A las Hoguera, no Falla como en Valencia, sino Hoguera o Foguera.
La ciudad de Alicante emboscada en sus fiestas, célebres, barrocorrománticas, se deja peinar por las melenas de la luz de los fuegos artificiales, de una luz dorada en estrellitas coloreadas, burguesía del fuego, escándalo de las fraguas, estalactitas de llamas chispeantes de lava. La ciudad, inocente y víctima, incendiada, levemente decadente, se deja ahogar dulcemente por los cortes de calles, plazas, esquinas con barracas y verbena y calzadas asfalto robado a los coches y aceras propiedad de peatones por una semana maravillosa e inigualable, indulgente al sueño de la diversión, porque la ciudad se deja, se deja apretar por los forasteros sin revólveres, mansos turistas chisperos que llegaron en transatlánticos embarazados de navegantes y argonautas, embrazadas princesas que se pierden entre las palmeras estiradas. San Juan el Bautista se ha dejado la pétrea cabeza sobre en el Benacantil, cetro de cal, preeminencia caliza, que son los ojos tercos, insomnes, atentos a una mascletá o palmera real,
Cada barrio busca entre los rincones de una plaza, escuadras, lugares privilegiados para instalar una hoguera, alta, artística, escoltada de «ninots» o figuras fantásticas y alegóricas de los eventos anuales, con sus carteles críticos, satíricos y de buen humor y gracia popular. El Pregón, la cabalgata del Ninot y la «Plantá» de hogueras y de los «Ninot de carraçer» Precarios monumentos, efímeras figuras con vida para una semana que concursarán por un primero, segundo, terceros premios, en busca del indulto o amnistía de una hoguera, y las demás, lacias y tristes perdedoras irán al fuego necesario, incendiado, porque de lo contrario, si no ardieran no cerrarían el ciclo de la vida: nacer, vivir, morir. En otros lugares o plazas se celebrarán «mascletaes» o fuegos artificiales que congregarán a vecinos ávidos de truenos y arte de la chispa, el lujo de la pólvora. Barracas y música hasta altas y cornisas horas de la madrugada joven y alcohica. alcoholical
Nuestras fiesta por excelencia son las Hogueras de San Juan, y no pueden permanecer calladas, porque nuestra fiesta significa jubilo y a la vez recordar a nuestros antepasados, homenajear a la vida en primavera, mantener la tradición a toda costa, aunque ya tenemos costa. En estas fiestas no pueden faltar la "Bellea del foc" ni las "señoretas" o su damas de honor, embutidas en su preciosos trajes de terciopelo bordados, taraceados de floresta y sus rodetes y sus mantillas y alfileres y zapatitos de charol, que con sus manitas blancas y gráciles, cuales educados abanicos te saludan con su paipai, y, esa noche mágicas del fuegos y cohetes no consolarán sus lagrimitas, "condenada al llanto de las fuentes/ y al desconsuelo de los manantiales". Como lloró Miguel Hernández en su soneto final de un rayo inagotable de fuegos y rayos incandescentes.
También hay detractores que no soportar tantos cohetes y cortes de calles, plazas amputadas, avenidas cortadas, esquinas y cambios de paradas de autobuses, son personas mayores de oídos lastimeros, enfermos o turistas equivocados de playas. Pero siempre, siempre, hay una fuerza mayor y poderosa: la tradición y la historia alicantina. Porque ella es nuestro soporte histórico, nuestra identidad nuestro motivo de vivir, nuestra lámpara pura de llama eterna.

11.- CASTILLO DE SANTA BÁRBARA.
Alicante, mía amada, mía eres, ciudad acogedora que recibe a la gente bajo palio con olor a incienso y aire marino, paraíso de manos abierta, corazón de piano, y tu alma mora prisionera en el castillo de Santa Bárbara a 166 metros de altitud. Desde lo alto del vértigo de este castillo flotante y enfermo de luz levantina, podría arrancar el volar, tú vuelas, y yo te sigo y deseo lanzarme en suave parapente sobre el barrio de Santa Cruz, la Catedral de San Nicolás de Bari, sobre el barroco entramado de edificios, sobre los tejados de los dos edificios del Ayuntamiento y aterrizar con garras de paloma en la explanada del puerto, atento, comercial, esa herida abierta de mar escoltada de barcos que son emperadores pidiendo asilo político de otros mares a los que nunca he ido, de otros lugares a los que no volaré.
Y como si el águila de mis ojos quisiera fotografiar todo el panorama imposible y certero, cielos grises, montañas azules en bruma, más de almíbar y ambrosía, escalo el pináculo de la garita colgante apretada de piedras por la coracha y doy el triple salto mortal del trapecistas sin red, deseando que me salven los rojos y acolchonados tejados de la ciudad.
Una vez abajo, veo la misteriosa y gigantesca esfinge natural que yo llamo San Juan Bautista. Mi amigo Algazel exclama: ¿Qué diría el geógrafo Al-drisi (s.XII) que llama a esta roca Banu-lQatil, o «Laqanti» de los árabes, para ser conquistada en 1247 por el infante Alfonso (futuro Alfonso X el Sabio) para Castilla, y luego incorporada a la Corona de Aragón y al reino de Valencia en 1296 por Jaime II el Justo, si te viera ahora con el ascensor que taladra la piedra para comodidad de los visitante y está en perfecto uso a pesar de que tienen ya más de treinta años
Al castillo le circunda un lazo de carretera que, escondida entre un ejército de pinos carrascos y duros que resisten al fuego a y a las sequías, nos conduce a la puerta del viejo resistente castillo, puedes aparcar en su interior junto a las almenas, visitar el salón de Felipe II, lugar de encuentros culturales y conmemorativos, donde los poderosos muros te hacen sentir seguro de los ataques del Borbón Felipe V en la Guerra de Sucesión (1706-1706), pues estabas en poder de los ingleses. Y luego la el acorazado «Numancia», en poder de los cantonalistas te derribó en 1873.
Fuiste una lo que se una plaza fuerte con vistas al mar, ahora eres historia de las piedras y una tienda de souvenir, salón noble y sobre todo la inolvidable foto para el recuerdo. Y sobre todos los oxidados cañones de un pasado histórico olvidado pero cercano entre los siglos que nos contemplan.

12.- PLAZA DE CALVO SOTELO.
Las águilas blancas y hambrientas del alicantino parque urbano de la Plaza de Calvo Sotelo, si supieran hablar, serían cotorras subidas a los ficus tropicales, pero como son palomas cagadoras, algunos quieren fusilarlas, en algunas ciudades quieren dar sus cadáveres a los pobres como alimento, como si estos pequeños ángeles no tuvieran sentimientos y les diera igual una paloma de paz que un cadáver exquisito. Para la palomina de las palomas habrá que poner en los parques bolsitas semejantes a las ya existente para la caca de los perros.
Yo creo que el hombre con abrigo simulando ser bronce (de Vicente Bañuls) sobre gallardo pedestal (de Guardiola Picó) en el centro de la plaza era el mismísimo Calvo Sotelo, pero no, me dice Algazel que se trata de Eleuterio Maissonave, ilustre alicantino fundador de la Caja de Ahorros de Alicante y ministro de la Gobernación durante la presidencia de Emilio Castelar. Hace unos meses, dicho pedestal fue desplazado hacia una centrípeta plaza llamada de los Caídos, y ahora Maissonave parece un policía local de bronce dirigiendo el tráfico en el eje de las avenidas Federico Soto y Doctor Gadea.
Bajo una carpa de blancas palomas revoloteando sobre el pequeño circo que es la plaza, enceladas con la mísera ración de grano que severamente administras un niño, una anciana, una mujer con carrito de la compra, yo busco un banco limpio donde sentarme, libre de eyecciones o palominas, me siento sobre unas hojas de periódico que acabo de leer, y al momento me siento observado, enfrente, a una mujer con la doble intención de la poesía erótica de Bécquer y del Kamasutra.
Luego perseguido por su mirada insistente, me levanto y navego por el jardín acorralado por verjas de hierro. Esas de mujeres solitarias me recuerdan barrios chinos y me recorre la piel como una conspiración de uñas y besos. Muy cerca de allí baja la calle Canalejas, perpendicular a la de Rafael Terol o de las putas. . En el borde del jardín dos lápidas me recuerda que hubo allí dos retretes públicos, uno de señoras y otro de caballeros.
Más tarde, y cuando los monstruos de cuatro ruedas invaden la realidad de tus calles, sumergiéndose como termitas metálicas en los parking, salgo a la puerta oeste desde donde veo una cruz circunvalada por arco de jambas alargadas, monumento a los Caídos (de cualquier ideología) durante la Guerra Civil.

14.- LA MARCHA NOCTURNA.
Alicante, confinada en la noche, se me aparece en opulentas luces de neón y sombras chinescas que caminan solas y sin dueño, y sobre el agua de puerto se reflejas como marinas pintadas de las que se exhiben en cualquier galería de arte, y los vulgares focos que cultivan con su eléctrico secreto los abancalados balcones del Benacantil. Parque de Canalejas, casco antiguo, Panoramis o la zona ocio del puerto donde antes estuvo al Comandancia de Marina.
Los héroes de la noche y musas insoportables con tacones que amargaban la vida a los mansos poetas gongorinos, quevedescos y gracilazos, son ahora chicas todas ellas uniformadas: pelos artificiales de medusa trenzadas, tatuados brazos, pearsing en la lengua, minifaldas negras, medias claras y botas de montañero aguerrido con hebillas de plata, modernos héroes mitológicos que como Aquiles con chupa de cuerpo y remaches, han ocupado las vías públicas con sus botellones y sus vasos de plástico, porros pegados al labio, sus rasetes de música, litronas y bolsas de basura en medio de su descaro y omnipotencia.
Algunos han dejado las motos calladas, calientes aún los tubos de escape, la música en los CD de los coches a todo volumen, como abejas obreras pululan en los panales de bares, palanganas de lo vómitos, discotecas enjauladas, bailan o mueven el esqueleto o como se dice ahora: danzar vampiros. Los jinetes del fin de semana sin horario tienen un extraño horario: salir a las doce de la noche y recogerse a las ocho de la mañana, muchos, hartos de pastillas. No sé si esto me produce envidia o desolación sin nombre.
Años atrás la moda era ir de marcha de San Juan, en el tren transnochador, los vagones parecían herméticas latas abierta con olor a rancios mejillones, caminar, hacer la danza del vampiro, acabar con los pies hecho faros rotos y volver a casa con el aliento anestesiado por el cloroformo del garrafón y el éxtasis, más rotos los oídos de una música de tambores rítmicos y baterías rocas de cocina. Pero la movida, la noche es cultura, es ocio, es vida con farolas, por eso se organizan en verano los conciertos de jazz o lo de Operación Triple K.
Pero esto es la norma, sin hablar de la ya vieja ruta del «bacalao», que es otra de las peligrosas movidas nocturnas de un completo cóctel molotov fin de semana, latidos de las pasiones, más, allá afuera espera la guadaña de los accidente de tráfico por los jóvenes se han vuelto poetas del alcohol.

Este artculo tiene del autor.

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