Una aspereza tibia de membranas sedientas y agraviadas erizan las caricias en la ciega intemperie de tus manos. Ésas con las que hiñes las harinas, con las que anudas hebras minuciosas y racimos de harapos. Ésas que rozan las espaldas anchas cuando tu hombre recuerda la ternura y habitan las guaridas del relámpago. El frÃo fija su estilete agudo sobre el refugio de tu amor descalzo como si aún no fuera suficiente el bramido del rÃo desmadrado, la substancia extenuada de la yerba, los rituales del hambre, el desamparo... Como si aún no fuera suficiente mecer antiguas nanas de mendrugos sin reproche furtivo o cuestionario o habitar las comarcas de la lluvia cuando combate, vertical y aguda, la pobreza del rancho. Como si aún no fuera suficiente sentir que hay otra vida deteniendo las lejanas compuertas de la sangre que recorre por sendas incesantes, tu estirpe de rocÃo, tu memoria, tu arcilla amarga, tu dolor tallado... Desde un tiempo de sombras y temores, desde un tiempo de cielo agazapado, peregrinas los dÃas, las arenas, las huellas de la luz en el ocaso y entonas con murmullos desgreñados toda la latitud de la esperanza amamantando un sueño a pura luna en el légamo azul de tu regazo. Maternidad costera, dura y honda, útero de silencio y madrugada: por el talle anegado de las islas va tu canción, sin cuna, navegando.
Este artículo tiene © del autor.
491