Portada del sitio > LITERATURA > Soliloquios > CARTAS ALICANTINAS (I)
{id_article} Imprimir este artículo Enviar este artículo a un amigo

CARTAS ALICANTINAS (I)

Epistolario amoroso a mi ciudad y provincia de Alicante.

Ramón Fernández Palmeral

España



Años atrás, sobre 1995, es decir, en el siglo pasado, empecé a escribir unos cartas melancólicas, románticas, con una prosa poética, de estilo lento, casi azorinianas, cuyo uno destinatario era nuestra muy querida ciudad mediterránea de Alicante, epistolario amoroso que se fue extendiendo a algunos lugares de la provincia, bien por algunos acontecimientos puntuales acaecidos o por sus peculiaridades paisajísticas.

 

 

 

 

 

                                              INTRODUCCIÓN

        

             Años atrás, sobre 1995, es decir,  en el siglo pasado, empecé a escribir unas cartas melancólicas, románticas,  con una prosa poética, de estilo lento, casi azoriniano, cuya destinataria fue nuestra muy querida ciudad mediterránea de Alicante, epistolario amoroso que se fue extendiendo a algunos lugares de la provincia, bien por algunos acontecimientos puntuales acaecidos o por sus peculiaridades paisajísticas. Cartas amorosas para mi sosiego espíritual que ahora iré publicando en grupos de cinco, y que nada tienen que ver con mi otra serie de: “Crónicas Malditas», de tinte satírico-político,  críticas sociales y desahogos personales, donde ataco a todo elemento disonante.

        Las primeras cartas que escribí las confié al diario La Verdad de Alicante, y tuvieron la suerte de caer en las manos, los suficientemente sensibles, de un poeta de la prensa llamado don Ramón Gómez Carrión, que por entonces (1996) era  Redactor Jefe de este diario, y me  las publicó en el sección "El Reloj”, de cuyas publicaciones le quedaré siempre agradecido.

         Pues bien, siguiendo con este enamoramiento irresistible, más que un capricho pasajero, o una atracción fatal seguí escribiendo cartas a mi amada Alicante, y como resultado en el tiempo, porque el tiempo es un tirano y el mejor de los testigos, he acumulado más de un centenar de cartas alicantinas, de las que he seleccionado unas sesenta de ellas para darlas al lector/ra sensitivo/a, en la advertencia, de que ha de tener paciencia si quiere convertirse en mi confidente,   en cómplice de mis amoríos epistolarios  y secretos en esta serie de «Cartas alicantinas».

           Estas cartas, cuando las  empecé a escribir, eran esbozos, apenas ideas cogidas con alfileres o relieves diferenciales, de tres o cuatro párrafos, sin embargo, poco a poco, días tras días, con el resultante del roce diario y el cariño que se le toma a la ciudad, con el trato amigable y tangible a su calles, monumentos y ambiente, he ido ampliando el contenido de las mismas hasta quedar en su actual estado definitivo. 

  

                                                                                          El autor.      Abril 2005

 

 

 

        1.- AMADA ALICANTE   

       Aún recuerdo como si el presente se quisiera adueñar del pasado, aquel elogiado día de un verano del noventa entre la suerte de la luz y el mar sosegado y tendido  de verdesazulados,  en que te vi cercana desde la autovía que pasa quieta y paralela al ferrocarril de Murcia de rojos y blancos vagones bordeando la ibérica nave donde los cangrejos hablan griego y latín, lágrimas de alegría de un recordar malagueño, por semejanzas: arriba el monte Benacantil como el Gibralfaro, ambos cerros  como una corona real que en la historia perviven, remos que al agua hieren entre diminutas olas cómodas, lánguidas y tristes.   Quiero declarar mi amor por ti, ramblas de leche, cabaña del sol, playas de Madrid, mar que besas los labios de las estrellas intrépidas y silbantes céfiros, y las aladas almas de las rosas de Miguel Hernández de requiero.

      La bien lunada ciudad de Alicante taladra mis retinas, y, al fondo como la pared norte de una catedral gótica, unas montañas difusas entre la boira y la cálima de violetas indulgentes y difusos de los cerros del Puig Campana y el cielo cómplice de ligeros algodones que el viento  se lleva el óxido y níquel de la tarde azoriniana.  A la izquierda palmeras con dorados datilados racimos y de brazos altos y verdes limpios, sultanas de cuellos de dinosaurios con ojos verdes que me abrazan, y a la derecha dos brazos largos de tendidfos hierros y el bosque de piedras como malecón abofeteado por espumas secretas y envidiosas de ese mar que pide una atención y un requerimiento de mis ojos que olvidan la lejanía de una tierra andaluza malagueñas.

       Llegué a tus brazos a finales de junio de 1990 con la cara seca y el corazón lleno de truenos por un destino nuevo de dos estrellas desconocidas, guía de luz mediterránea que apacientas noches en el límite de sombras vulnerables e invisibles hachazos de la emigración legalizada e interna, nacional y obligatoria.  Me acogiste entre tus dos pequeños senos, redondos y nutrientes, desnudez de la nada, dientes de edificios limpios bañándose en el puerto que habitan barcos de corazones metálicos, y en la explanada, cubierta de magnolias altas, flores que navegan ahogadas por el destino de unas olas de piedras transparentes y lisas, volando en círculo de besos, aduanas del fisco, comandancias de marina y vida vertebrada en velas plegadas de veleros amarrados al diente férreo de los muelles.

        Has dado porvenir a mi familia y placer a quien es tu secreto amante y tu confidente de noches que se alargaron en el dolor de sufrir esta mutilación sin perseguirla, sin atormentarla, plácido sosiego,  Sí, lo sabes muy bien, eres tú, la única, relieve de dulzura: Alicante, mi amante y mi consuelo del calvos pinceles.  Ahora, ya lo sabes, que yo vivo en los divanes de la angustia de este amor insobornable y puro, por ti, por amor a la tierra,  por una nueva Arcadia encontrada en la deriva de mi vida y en la singladura de los pasos perdidos del destino que es verte, verde cada día más verde.

     Mía amada,/ impasible perfección,/ rosa desplumada al viento dócil del levante,/ belleza azul alcanza/ , santidad vendita/.

 

 

 

       2 -MAR ALICANTINO.

        Los poetas que perdieron Troya cantan inútilmente la furia de Aquiles, parece como si el pasado empujara o se adueñara del futuro, o que resbalara como una babosa sobre el espejo que ya no refleja mi imagen, ni mis pensamiento ya enanos de azules cobaltos, azules niños imposibles de domar.  Cuando te miro, mar alicantino, caracolas,  desde lo alto de tu corona real, presente las almenas del Castillo de Santa Bárbara se me pone alegre el territorio de los sentimientos y, como un calambrazo, siento por todo mi ser excitado, extasis, labradas escrituras,  la mezcla del combustible sustancias y cósmicp entre el aire marino y la luz levantina de los impresionistas (Sorolla, Fernando Soria, Santana...).

      Como una flecha, audaz diana de lo distante, en el horizonte indefinido, intocable se abre una línea detonante de silenciosos colores que se me salen de la paleta, y por donde me cuelo con la imaginación de las aventuras marineras de ultramar y las habaneras, y desde las seguras y dentadas almenas, junto a los oxidados cañones, arrojo infinitos pedazos de mi cuerpo líquido y vegetal, porque nada es igual desde el vértigo de este balcón fortificado de sillares troyanos con garitas en equilibrio, afiladas esquinas doblegados con el cincel de la civilización y la sangre de los que la defendieron tu libertad.

         Una ristra de piedras blancas me hace sentir la sal y la cal de Akra Leuka que guardo en el rincón vivo del puño con latidos; siento la frescura de una brisa mágica, oxigenadora, mística que pone a la mar en pie como si las olas me saludaran con sus manos espumosas con guantes de encaje, guantes de primera comunión y flores desde el fondo del mar, donde fornican y habitan los peces con sus aletas erguidas, desnudas,  una tras  otra, sabiendo que van a morir en el malecón resistente y escudo rocoso del Meliá y del Postiguet, por esta explosión marina  los hombres mediterráneos nacemos con esa pizca de sal marina entre los labios del beso pronto y fácil de sentimientos que se nos escapan.      

        Ya son las tres, y me dan las cuatro sin que me de cuenta de que han llegado las cinco, y a las seis me parece pronto para abandonarte en la contemplación imantada, magnética, huella de un recuerdo sin pasado, fértil, cosechable, porque el tiempo se me pasa lunando, amándote en la contemplación difuminada del caos.

         En la bahía de Alicante, los barcos se contonean con la línea del horizonte, domadores con látigos de estelas sobre fieras de espumas a caballos  galopando olas iridiscentes, lácteas, partiendo en dos el lomo del Ponto, del Odiseo azul que llora su no regreso a Itaca jónica, y, dormitando en brillos, jardín de peces colgados de los árboles submarinos, estrellas de mar entre perchas de fieras marinas y cósmicas, quimeras que pasan el día en el deporte de la natación olímpica y el eclipse, y nos dicen adiós con sus aletas de cartílagos de seudo-tiburones anfibios y depredadoras deseos.

       Mar alicantino inigualable, de jónico metacrilato, con la temperatura ideal de la sangre, luz rezadora, ser divino ecuóreo, acostumbrado a la buena vida de los puertos tranquilos, refugiados, sólidos y de las bahías dulcísimas, hospitalarios climas, tiernos y complacientes, y  de la buena mesa de los calderos y el pescadito frito de la terrazas de la explanada, con caldos que de la raíz torcida nacieron rectos y fondillones.  Mar de la mar me vengo, beso, y no beso, y besaré son besos, voy con la prisa de las olas de tu suelo y en el alma me hago una cuna de raso y seda que mi mente quema en recuerdos.

       Al final de la tarde, perdido entre las luces de neón,  me acerco al Postiguet para saludar a  “La Culona”, que esculpió Margot con el bronce colérico de las fraguas. 

 

 

         3.-LUZ LEVANTINA

      Cuando la luz embriaga mis dilatados ojos, y mi puño de latidos mustio se endulza de un aire marino, caracolas pulidas más brillantes que la luna sobre los espejos del silencio de la noche, y el azul marinero sin barcas hacia Tabarca,  se agudiza en mis retinas engalanadas de pestañas  y de pinceles calvos ya, claraboyas de luz en los pigmentos,  la piel se me eriza al contemplarte, silenciosa mirada de caricias, como labios recién besados, mojados, sonrisas alegres, la alquimia de tus besos que hay en tu esencias y perfumes, porque esto es amor, amor alicantino por ti mujer de luz levantina en eclosión de sentimientos nuevos y desconocidos.

       Ambrosía que respiran vida y luz,  que saben cuidar mis acariciados pulmones de una sal enamorada, y un argumento amoroso para tenerte cada día, a cada momento, a cada instante de éxtasis y fulgor y luz perenne, en el paisaje de mis ojos nacidos para verte, y mis manos abierta al abrazo de tu corona  de luz saliendo del mar en el oeste, gran oeste, ojo de luz naciendo entre la sabiduría de los siglos y la  hora de los maitines de la campanas de la concatedral, siento la emoción en el pensamiento que recuerda la añoranza que he de olvidar de otra luz más al sur, al sur del recuerdo, me evocan la silueta de tu cuerpo etéreo, ágil, frágil, deslumbrante y ávidos de sombras en la sombras, entre sombra que se levantan al abrazo . Esto es amor por ti, Alicante.

       La luz levantina, tesoro convertible en playas de adinerados turistas,  en el mar sensitivo de olas acariciadas por el sol  agonizante de la tardes pálidas, ocres, comida por los ogros pinceles, reconoce su especial belleza única, sola, espectacular, atenta,  y, aquí, sentado entre tus rodillas con la cabeza entre tus senos me siento poderoso velero que surca el mar hasta tus besos perseguidos por la espuma, merengue del agua, leche batida, coches blancos que navegan,  hazaña de la luz y el viento, y el viento y la luz, aquí en Alicante, la ciudad con cuerpo, con vestidos vaporosos, lujuriosos,  que te deseo, que te aplaudo y mimo con mi siempre fértil pensamiento ágil.

       En los colores liberados de sus sombras y enamorados de Venus, loco por huir al lienzo, cofre de albayalde,  al cliché de la cámara de fotos, fundidas en imágenes, al odiado video de botones inhumanos, yo resurgiré como un pincel y te llevaré besos de colores sin odio, que se suicidan en el lienzo para pintar la inextinta luz levantina. Gacela mía, ¿no están respirando amor?, ¿no estás, acaso, acariciando amor?

       Si alguien encuentras mi corazón perdido en las playas de la meta poesía, que lo lleve al malecón del Melía y allí lo até a las piedras que son mi cuerpo esperando el calor de la salada sangre del mar levantino, ya preso y prometeo de la águilas de tu sabiduría eterna, estaré esperando la luz levantina de un nuevo amanecer.

 

 

 

      4.- LA CARADURA DEL  MORO.

        Cuando desde la acera del Paseo del Postiguet alzo los ojos, y te veo pétreo  perfil andrógeno, ocre tierra de siena,  cabeza de un moro coronado por un turbante fortificado o ¿es la cabeza de San Juan Bautista? San Nicolás es nuestro patrón.  Moros y cristianos. Asombrosa escultura de la naturaleza, «engendrada no creada de la misma naturaleza del hombre»  y mensaje de las piedras, esfinge como la de Egipto o las Rocosas con lo duros rostros de los presidentes de USA, duros y belicosos, representan un misterio, enigma, sí tú, ¡oh! latente icono de la ciudad a la que amo y simbolizas. Yo prefiero llamarte San Juan el pétreo, pero de nada vale un nuevo bautizo, cuando ya te conocen por la caradura del moro.

         Mi amigo Algazel, compañero de tertulias poéticas y tardes fugaces , me informa que existe un ascensor taladrando en la piedra, con bisturí de martillos,  una chimenea que tiene más de trescientos metros de subida, para comodidad de los visitantes, a mí me da infundado miedo solo entrar en el túnel, túnel del «tierracéntrica». Uno de los ascensoristas se llama Vicente, nos eleva y nos acompaña hasta el Castillo de Santa Bárbara con velocidad  de minero, mientras yo me trago la claustrofobia sólo por subir a verte.  Y esto tú no lo tienes en cuenta, no tienes en cuenta los sacrificios inhumanos que hago por ti, ¿Tú me correspondes?, no, no creo, y tú sabes que necesito de tus besos, de tus abrazos y de «cúpulacompañía».         

        Defino castillo: donde los soldados empotraban el ojo de sus cañones y los turistas el ojo de sus cámaras fotográficas.

        Desde lo alto del vértigo de este castillo flotante, enfermo de relumbrante  luz levantina y sorollesca, podrías arrancar la ciudad como una flor en la floresta, si Alicante fueras una flor asequible. Desisto del intento y me dejo caer con alas de sonetos de 14 versos sobre el barrio de Santa Cruz, los tejados de San Nicolás de Bari, del Ayuntamiento y del puerto con escolta de barcos (Emperadores en asilo político).

          Y como si el águila de mis ojos quisiera fotografiar todo el panorama imposible y certero, mar de almíbar, me lanzo desde la garita colgante, piedra preciosa en anillo,  apretadas de piedras por la corocha, salto de habilidoso trapecista sin vértigo, sé que me salvaré porque tú Alicante hospitalaria, me salvarás en el Barrio de San Cruz.

          También puedo subir hasta la cabeza del moro por una carretera, escondida entre un ejército de pinos, endebles, mohínos,  atacados por el proyecto del Palacio de Congresos, el Palacio de Alperi. Una vez en el empedrado de la fortaleza te aparece una puerta custodiada por un cañón enmohecido, oxidado, que hace tiempo firmó la paz, pasamos al salón de actos llamado de Felipe II, o puedes solicitar una visita guiada, comprar un souvenir y hacer la foto del recuerdo inolvidable, o arte ante las esculturas de Capa.

 

Este artículo tiene © del autor.

2294

   © 2003- 2023 Mundo Cultural Hispano

 


Mundo Cultural Hispano es un medio plural, democrático y abierto. No comparte, forzosamente, las opiniones vertidas en los artículos publicados y/o reproducidos en este portal y no se hace responsable de las mismas ni de sus consecuencias.


SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0