Veinte años entre santones y
teósofos dan para mucho más
que estos versos rabiosos.
¡Miradlos! ¿Serán dioses! ¡Qué grandeza!
Resbala por sus barbas la dulzura
que ensayan, rebosantes de hermosura,
signados por razones de simpleza.
Solemne rigidez en la firmeza,
hostigan al incauto con ternura.
Señores de la fe: con qué finura
sembráis entre los tibios la flaqueza.
Desnudo mi puñal para hacer versos,
pues quiero con mi lengua agasajaros,
santones de cubil y sacristía.
¿De qué gaitas habláis, de qué conversos?
El hombre no precisa más amparos.
Mejor que la oración, sabiduría.