¿Qué queda,
al fin,
después de los crepúsculos?
¿Un beso indiferente en las mañanas?
¿Una caricia, casi distraÃda,
rozando mi mejilla despeinada?
Pues,
es en este instante en que decido
que no voy a rendirme sin batallas,
que no acepto rutinas,
ni pretextos,
ni caderas de secas naftalinas
en mis rincones de obediencias ásperas,
ni sueños maniatados,
ni mohos transitorios,
ni lunas con mordaza.
Que voy a resistir,
cada centÃmetro,
de éste,
mi territorio sin palabras,
que voy a encabritar mis rebeldÃas,
que voy a amarte con la piel descalza
y el fuego,
y el temblor,
y las entrañas,
y algunas veces voy a odiarte tanto
que estallará un volcán en mi garganta
y una lluvia de lenguas derretidas
caerá sobre tu furia estupefacta,
que voy a combatir,
desde mi insomnio,
con toda la estrategia necesaria
para ganarle al mundo las contiendas
en los desfiladeros del hastÃo,
sin esquinas,
ni magias.
Y después de centurias de crepúsculos
aún andaré de soles rigurosos,
aún llevaré la risa agazapada
nutriéndome de cielo los relojes,
procreándome caminos en el alma,
porque aquÃ,
en el desorden de mis dÃas,
la vida es un oficio que se asume
insolentando al hombro la esperanza.