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EL TEMPLO DE LA MUSICA

Guillermo Badía Hernández

CUBA



Ser instruido en la música, no consiste sino en saber como se ordena todo el conjunto del universo y qué plan divino ha distribuido todas las cosas: pues este orden, en el que todas las cosas particulares han sido reunidas en un mismo todo por una inteligencia artista, producirá, con una música divina, un concierto infinitamente suave y verdadero.

Corpus Hermeticum, Asclepio, Parágrafo 13.

Imaginémonos a un hombre como Michele Majero, recién salido de la locura reinante en la corte praguense, arribando a Londres en 1612 con el propósito aprender inglés para traducir una obra de Thomas Norton, el Ordinall (of Alchemy), o al menos eso nos hacen creer los biógrafos, porque la verdad es otra. Así pues, el alemán decide mezclarse en los círculos secretos de la ciudad, establece contacto con los hermanos de su querida fraternidad rosacruz, se codea con los máximos cónsules de la filosofía química en el país, y (quizá lo más importante) conoce a Robertus Fluctibus, Medicinae Doctor, Eques Auratus y Armígero Oxoniense.

He aquí a dos esóteras fundamentales en la historia de la teosofía entablando amistad, intercambiando opiniones, discutiendo cuestiones, poniéndose de acuerdo, confabulando, creando. Fruto de estos diálogos nacen escritos fundamentales y no solo, sino que también grabados, partituras musicales, en suma, una arcana conjura pitagórica, cuyo producto más enigmático es un emblema del Utrisque fluddiano: "el Templo de la música".

Y volvemos al principio, ¿cómo lo prefiguran, cual es el sentido, cual el objetivo? Podemos hacernos una imagen en nuestra cabeza, la de dos seguidores de Johann Valentín Andreae, seguros por completo de la precariedad del mundo, de su inminente destrucción, seguros además, paracelsistas al fin, de la próxima llegada del profeta Elías. ¿Qué eran capaces de gestar entre ambos?

Simplemente un mensaje apocalíptico (como veremos no del todo errado) sobre los sucesos de los años precedentes.

Entonces nos dibujan un armonioso cuadro de Pitágoras resurgiendo cual Orfeo de los infiernos, iluminándo con sus palabras a los ignorantes, que vendrían a ser los ajenos a la fraternidad, anunciándoles el destino, el Fin revelado, todo envuelto en la complejidad de los hexacordos de la parte izquierda del Templo, del curioso monocordio pitagórico, y el esbozo de una fuga a tres voces.

Regresa Michele a Praga, desde los lejanos años de su partida el rey había fallecido y su hermano tomado el trono, corre 1616. Comienza a preparar un libro.

Y así, Oppenheim, 1618, la imprenta De Bry publica a la vez el Tripus Aureus -donde se incluye la traducción de Norton por Majero -, el Utriusque CosmiHistoria del Fluctibus y la Atalanta (o Atlántida, según confunde dicha leyenda el autor) Fugiens maierano, ¿coincidencia?

Ya el mundo tiene en sus manos la advertencia de los rosacruces, ¿la tomarían en cuenta? Al menos París no. La mayoría de la corte y de los intelectuales allí, despreciaban la obra del inglés Robert Fludd e incluso habían sido redactados alguno libelos en su contra, desaprobando sus teorías sobre filosofía natural.

Tontos, probablemente se habrían ahorrado varios disgustos con los españoles.

En fin, de repente la profecía comienza a cumplirse, al menos en parte, estalla la Guerra de los treinta años, preludio de la primera y segunda guerra mundial.

Hay gran confusión y ese mismo año, 1620, desaparece Majero entre los avatares del combate, luego fallece su amigo britano y por último Mateo Merian, el grabador de sus textos.

Hasta aquí lo que sabemos, el resto, aun está por verse.

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