En ciertos autores la originalidad es un principio rector o una guía de su acción creadora. Para algunos de ellos (de ahí los ismos que se suceden con velocidad vertiginosa) lo es en demasía, y se devanan los sesos, o los de sus musas, para dar con la anécdota inesperada, la ambientación inverosímil, los personajes estrambóticos, el epíteto sorprendente y hasta la puntuación nihilista. Otros no dan tanta importancia a ese criterio y buscan la adecuada realización de sus ideales estéticos en diversos ámbitos o regiones del mapamundi de la literatura.
En éste, su primer libro de relatos, de enorme belleza y de factura inmejorable, Eduardo Lucio Molina y Vedia resulta original, único, orgullosamente irrepetible; pero no por un afán de novedades, de sentirse el primero de la lista y de decirles a sus lectores: “He aquí este escritor inclasificable que no se ciñe a lo consabido, ni es un repetidor o explorador de lo habitual, sino un descubridor de extrañezas, de juguetes fantásticos y de nuevas facetas de lo inesperado”.
Molina y Vedia es original porque es auténtico, porque escribe no para velarse o impresionar a los demás sino para decirse y volcarse hacia el papel en una actitud extrovertida que guarda zonas de contacto con la confesión intimista.