Bajo la gris llovizna se quebraban los párpados agobiados de brechas.
Tendida en el otoño, entreabrÃa sus muslos indigentes
a orillas de una infamia que venÃa creciendo
desde la hondura de los vaticinios
a ritmo de tragedia.
Con gesto de abandono
tendÃa sus cabellos hacia el agua,
entregaba su vientre a los dedos del fango,
humedecÃa el pubis sugerente en la espuma pulsante,
transferÃa a los juncos su cintura confiada, sus desnudas caderas.
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Y el rÃo alzó las ansias, el celo inexorable, la salvaje tiniebla,
desató su lujuria sobre el follaje mustio de las fiebres,
husmeó, poro tras poro, sus aromas ingenuos,
hinchó el rotundo escroto del deseo,
arrolló su vergüenza;
diseminó al voleo
ese esperma salitre y penetrante
que le mordió los glúteos, la espalda temblorosa,
que desgarró su sexo de azucena con el falo inclemente
de semental piafando entre el bárbaro instinto de una ardiente impaciencia.
Y aunque elevó la angustia reclamándole al cielo con su voz indefensa,
aunque tensó su cuerpo rechazando el lenguaje intempestivo
y lo hirió en la mejilla y amorató sus pómulos
y rogó por ayuda en mitad del silencio
y escudó su inocencia...
debe apretar los labios
y componer la braga hecha jirones
y continuar viviendo sus vastas orfandades
porque a nadie le importa su esperanza tendida en la deshonra
ni su alma mancillada ni su sonrisa ausente ni su estricta tristeza.