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Cultura en Argentina (XXXIII): El espíritu de la colmena

Carlos O. Antognazzi

Argentina



El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro narra en el cuento «Al pie del acantilado» la historia de una familia desposeída que construye su casa en una barranca junto al mar. Con el tiempo se suman otras casas de desamparados, y prolifera un barrio. Entonces llegan desde la municipalidad a explicarles que no pueden vivir allí. Pero alguien vaticina: «esta tierra es del Estado. Nadie los sacará de aquí» (Cuentos completos, Alfaguara, 1994. p. 221).

Cultura en Argentina (XXXIII):

El espíritu de la colmena

El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro narra en el cuento «Al pie del acantilado» la historia de una familia desposeída que construye su casa en una barranca junto al mar. Con el tiempo se suman otras casas de desamparados, y prolifera un barrio. Entonces llegan desde la municipalidad a explicarles que no pueden vivir allí. Pero alguien vaticina: «esta tierra es del Estado. Nadie los sacará de aquí» (Cuentos completos, Alfaguara, 1994. p. 221). Poco después, sin embargo, llega una cuadrilla que destruye el barrio y la familia inicial comienza a construir su nueva casa en otra parte de la barranca.

Ribeyro, que supo entrever la realidad humana y sus miserias como pocos, ficcionaliza en este cuento la forma en que surgen los asentamientos sobre terrenos estatales, y lo difícil que es luego erradicarlos. Difícil porque en poco tiempo se suman muchas familias, con embarazadas (hay embarazos perpetuos en estos asentamientos) y niños, y porque la impronta cultural impide tomar la decisión política de reinsertar a esos pobladores en otra parte.

Rodrigo Bueno

La villa que prolifera en la reserva ecológica de Buenos Aires tiene relación con el cuento. Y tiene, además, dónde reflejarse: la Villa 31, de Retiro, que comenzó igual, con una familia construyendo su casa en un terreno “vacío” a metros de Puerto Madero, la zona más cara de Capital Federal. De hecho, junto a la villa Rodrigo Bueno la empresa IRSA planea una inversión inmobiliaria de quinientos millones de dólares (cfr. La Nación, 10/07/05. p. 18). La Villa 31 es inamovible. Hay viviendas de dos plantas que hacen precario equilibrio sobre callejuelas tortuosas, al estilo del poblado que Robert Altman recreó para su versión de Popeye. Pero si ficción y realidad se cofunden no es por yerro de los autores, porque éstos toman sus ideas de la realidad. A lo sumo, como Altman, pueden retocarla para que sirva mejor a sus intereses artísticos, pero siempre se parte de esa «espesa selva virgen de lo real», al decir de Saer, para apuntalar la ficción.

En el caso de Rodrigo Bueno se dan situaciones que rozan la ciencia ficción, por mantener la referencia literaria. En enero de este año Jorge Telerman, vicejefe de gobierno y secretario de Desarrollo Social de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se entrevistó con los representantes de la villa, y ante la presión de éstos les aseguró que recibirían «cajas de alimentos tres veces por semana» (cfr. Seguimos sin aprender la lección. Castellanos, 11/02/05). Ahora la villa vuelve a ser noticia porque se descubrió que la gran mayoría de sus ocupantes no son argentinos, sino extranjeros indocumentados: paraguayos, peruanos y bolivianos. Es decir que representantes de las embajadas han llegado a la villa para “orientar” a los pobladores desde el punto de vista jurídico y dejar en claro que no serán expatriados. Como narra Ribeyro, lo que comenzó con una única familia, por desidia del Gobierno se convierte en un embrollo con derivaciones internacionales y 1400 personas de rehén.

En un ámbito más civilizado ni Telerman ni Ibarra seguirían al frente de sus puestos. En la Argentina en cambio no sólo siguen cobrando sus sueldos, sino que Telerman insiste en hablar de la villa e Ibarra, pese al fracasado plebiscito con que pretendió coaccionar al electorado, asegura que no va a renunciar y que él es inocente de lo ocurrido en República Cromagnon. La generosidad vernácula de los políticos con los ciudadanos que dicen representar es directamente proporcional con las épocas electorales. Pero la demagogia nunca ha sido una buena escuela de moral, y las consecuencias están a la vista.

El “judío errante”

El caso de República Cromagnon también es sintomático por lo que le compete al Gobierno y sus reparticiones de control, y a la ciudadanía en sí.

Encarcelado Omar Chabán de urgencia, como chivo expiatorio, de pronto es excarcelado porque la justicia entiende que todo ciudadano es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Es decir, hasta que esa misma justicia lo declare culpable. La ciudadanía, en cambio, entiende que Chabán es culpable y debe permanecer encerrado. La ciudadanía lo ha juzgado antes que la justicia. Y ha determinado, además, qué es lo que se debe hacer: mantenerlo encerrado. Chabán comenzó una peregrinación de final incierto, porque en ningún lado es aceptado. Se ha convertido en un despreciable. El zumbido de las abejas exige sangre, como Shylock. ¿Se contentará la turba con una libra de carne o exigirá más? ¿Cuál es el límite de este vampirismo posmoderno? Uno se pregunta si sirven de algo los tribunales porque ya la población es capaz de juzgar sin ellos. Al mismo tiempo uno se responde que, evidentemente, en el contrato social la ciudadanía delega una serie de facultades en personas especializadas en determinados aspectos a los fines de ser ecuánimes. Lo contrario es la barbarie.

Es difícil creer que no se comprenda que la ley debe constituir un poder independiente, al margen de las víctimas, porque de lo contrario se cae en la pantomima de ser juez y parte. Pero esta curiosidad se diluye cuando se sabe que el 43 % de los argentinos no vacilaría en delinquir si entiende que el delito es “correcto” (cfr. La Nación, 11/07/05, tapa). Asegurarlo con la liviandad con que la ciudadanía aparentemente se ha manifestado es un riesgo superlativo. En buen romance quiere decir que para el 43 % de los argentinos los actos se constituyen en delito solamente si la justicia los descubre cometiéndolos. En tanto la justicia no culpabilice a los culpables que la sociedad ya encontró, es esa misma sociedad la que puede ejercer el derecho de la justicia por mano propia. La ley del Far West, como escribí en un capítulo anterior.

No puede construirse una sociedad si no existe una clara determinación consensuada sobre cuál es el límite de las acciones, más allá del cual todo acto pasa a ser delito. Desde el contrato social para acá la sociedad se erige en el respeto de ese contrato y el límite que supone para, delegando la representatividad en un grupo de personas, poder funcionar como un organismo complejo. Lo que está ocurriendo en Argentina, gracias, entre otras cosas, a los vaivenes obscenos del poder político, que se ha desacreditado a sí mismo y la justicia a niveles increíbles, es que la sociedad descree abiertamente de los poderes medulares de la nación moderna.

Sólo así puede comprenderse el accionar inescrupuloso del diputado Luis D’Elía, tomando por asalto la comisaría 24 de La Boca (26/06/04), y que después de los testimonios y la evidencia de que se ignoró ostensiblemente una orden judicial la misma justicia encuentre a D’Elía inocente y lo exonere. Como partícipes necesarios de esta ignominia aparecen los “representantes” de la sociedad que proliferan en el Congreso, quienes no le retiraron los fueros a D’Elía para que pudiese ser interpelado como correspondía. Así, el piquetero adicto al Presidente Kirchner aparece ahora como el vengador de una sociedad hastiada de corruptela policial. ¿Pero es realmente así? Nunca el imperio de la emoción o la “verdad fácil” pueden suplir a la investigación, el razonamiento y la diferenciación de poderes. Recordemos que el señor D’Elía prometió «defender a Kirchner en la calle y a los tiros» (sic). D’Elía se enrola en el 43 % mencionado.

Como un ejemplo del desajuste, desde la misma presidencia de la Nación el 11/03/05 se ordenó a los piqueteros adictos que tomaran por asalto a las estaciones de servicio de la empresa Shell, para luego, como es costumbre de este Gobierno, desmentirlo y acusar a los periodistas de macaneadores. Los epítetos presidenciales se incrementan según avanza su mandato: ahora se habla de una prensa «esquizofrénica», entrando ya en la patología. Resta aún un largo año con Kirchner en el poder. ¿Continuará enriqueciendo su vocabulario?

Suicidas alegres

El de Chabán no es un caso aislado, sino parte de un mecanismo de múltiples facetas, en donde el síntoma más visible es el descreimiento y la cerrazón cognitiva. No es casual que, como ya hemos dicho en repetidas oportunidades en este espacio, esa sociedad ignorante se jacte de su propio mal y lo profundice con un fervor digno de mejores causas. Sólo el arte (cine, literatura, teatro) ha podido acercarse a un fenómeno similar en donde el suicida disfruta de su lento suicidio y hace todo lo posible por seguir en la misma senda en lugar de curarse. Con una salvedad fundamental: cuando el suicida es una persona, puede argumentarse que su actitud revela la crítica al entorno (Favaloro ante el Gobierno, por ejemplo); pero cuando quien anhela el suicidio es la sociedad toda, o su gran mayoría, en todo caso, ¿a quién se desea repudiar? ¿A las potencias extranjeras? ¿A los vecinos del Mercosur? Es absurdo. Pero este absurdo mayúsculo es el que campea hoy en Argentina, no sólo gracias a la inoperancia de políticos y funcionarios, sino de la sociedad misma, que muchas veces fomenta eso que, en forma solapada, de vez en cuando critica.

¿Hubo cacerolazos, por ejemplo, contra el Congreso que de pronto, al ser diputados y senadores candidatos para octubre, han dejado de acudir a las sesiones, al punto que no se trabaja en el recinto? ¿Hubo cacerolazos criticando el desprecio de Kirchner por la división de poderes, por sus continuas agresiones a la prensa, por rozar permanentemente la ilegalidad, como ocurre ahora con la candidatura de su esposa? ¿Qué quedó de aquel «que se vayan todos»?

Este espíritu de la colmena socava los cimientos de la estructura política y jurídica del país. Si sabemos que las sociedades sólo pueden fundarse en la confianza y el respeto por la división de poderes y la opinión tanto de las minorías como de los que piensan diferente, ¿qué esperan los argentinos para cambiar de actitud? ¿Qué esperan para exigir seriedad y respeto de los políticos, esos impresentables que cínicamente se autodenominan “representantes” del pueblo?

© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 22/07/2005. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2005.

Este artículo tiene © del autor.

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