Yo inventé para ti sola,
anchas tierras sin golpes,
sin estrépitos ni ruidos
Yo creé cascadas de frescas aguas
donde meciéndose
se deslizaban,
rozando el fondo del amoroso lago
sus rocas no alzadas
ni sus inertes losas
tendidas a la orilla del borroso pasado
Yo te hice conciencia de ciudad,
transformándome en dibujo, ensayo,
como esbozo no escrito,
como proyecto no secreto...
y algo más.
Y hoy, el aire de las mañanas
se aprieta en torno a mis ojos.
Tu cuerpo, anterior a mÃ,
tan herido;
ahora ha dejado las puertas abiertas
sin rapidez,
rebosando dulzuras
que la sangre tranquila conlleva.
Amor, yo te moldeé
hecha de dal y fina arena,
de soledades ya muertas,
de húmedas lágrimas
vertidas en las lÃquidas penumbras.
Y cogà la arcilla con mis gruesas manos
tan amorosas,
porque me diste sin reservas,
un rostro donde esculpir,
un busto para modelar aún no gastado.
Hace tiempo que dejaste la manzana a solas,
que fue ocupada por las hormigas.
y suponÃas que no era tuya la desgracia ajena.
Allá en los páramos tan olvidados,
quedan las piedras sin nombres;
las verdioscuras hierbas sin memoria.
Y entré, con la luz,
a visitar la estancia
donde te hallabas;
aquella habitación
donde nadie irrumpÃa sin permiso,
ni siquiera,
la bondadosa claror del alba.
Hemos dejado atrás las ciénagas
repletas de barros,
y las tierras pantanosas abandonamos,
ayudados de unas rotas ramas.
Pero yo, cada vez más,
recorrà con la caricia suave,
la blanca piel de tu carne
mojada en sudor,
tan húmeda y dulce
como una fruta azucarada.
Inmenso cuerpo de amor
que me embelesa
y también me estima;
tuyo es para siempre,
el campo domado
dócil,
y las lentas aguas de marzo...
aquellas lluvias que se estrellan
contra los vidrios partidos
con el pulso ténue...
de un infante tierno.