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LA CASA

Harel Farfan Mejia

M茅xico



La Casa
HAREL
Mir贸 el fragmentado rostro perdido entre las matizadas cortinas(...). Lo hab铆a logrado.
Dej贸 a un costado -junto a su pierna- el hacha que le sirvi贸 para tocar sutilmente aquel amanecer punzante.
Su mirada un poco distra铆da, otro tanto olvidada, se cans贸 de correr y busc贸 consuelo. Se qued贸 postrada en los labios morados de Irene.
En su rostro, una sonrisa di谩fana cambi贸 el gesto eterno de una noche y sinti贸 su respiraci贸n nuevamente.

Al mediod铆a mientras almorz谩bamos, decidi贸 salir en busca de zarzamoras al bosque; la complicidad en la mirada del retrato del abuelo paterno y una locura le hizo acompa帽arla.
Ella gusta de cobijarse temprano en casa y continuar tejiendo en el sof谩 de su dormitorio, con sus peque帽as madejas de lana de colores.
Caminaron hasta el final de la calle Rodr铆guez Pedrusco, cerca de donde aquel zagu谩n con may贸lica provoca la continuidad en el bosque. El aroma de los pinos cubri贸 su mano con el anhelo de una caricia.
Llevar铆an recogida media canasta con zarzamoras cuando una densa niebla dantesca los sorprendi贸; 茅l record贸 aquella casa abandonada metros atr谩s, la confabulaci贸n de aquella llave olvidada al borde de la alcantarilla —que presupon铆a una huida obligada— los llev贸 a encontrar refugio. Un fr铆o proveniente del Ant谩rtico sirvi贸 de escenario a la noche.

Canto frente a la chimenea del living central alejando el silencio sofocante qu茅 aquellos labios le provocaban; la pavita del mate no tard贸 en encontrar un ufano existir entre gritos y miradas, besos y temor.
Fui el primero en escuchar aquel sonido impreciso y sordo cerca de los tres dormitorios al final del pasillo, cincuenta o sesenta metros de donde se encontraban; un segundo despu茅s su infartado cuerpo por fin lo escuch贸, su respiraci贸n se descompuso.
Aquel pellizco —involuntario- le hizo tomar la vieja hacha que colgaba en la pared. 隆Ah铆 esta! Una sombra emergi贸 del suelo y transform贸 su piel en un cuerpo amorfo delante de sus ojos, a cinco metros unas manos sujetaban el sudor.
Ella grit贸 y corri贸 a esconderse al ba帽o; jugar铆a su suerte -sin saberlo- en aquel mohoso lugar.
脡l ente hab铆a paralizado su mente previniendo una posible reacci贸n -el hacha ya colgaba de su mano.
El viejo Borges me sugiri贸 incluir un testigo que guardara el secreto —un lobo aull贸 a la distancia.
El primer golpe fue certero: una ventana eman贸 de la l谩nguida puerta de roble que los separaba.
El segundo: descubri贸 el cuerpo delgado escondido en la ba帽era.
El tercero: no lo pude ver... la cortina me lo hab铆a impedido.

P.-S.

saludos desde la ciudad del smog

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