CRUZ CON CRISTO RESUCITANDO AL BORDE DE LAS LLAGAS
a Nohemà Sosa Reyna
Bajé de la luz hacia los bosques, de la escarcha hasta el sol
con esa tempestad ebria de corteza y de palpitaciones.
Escudriñé la lágrima de un niño jugando a los dados
para ver cómo sangra mi raza de lobo malherido a la vigilia.
Sumergà estatutos.
Curé infinitos rostros, infinitas máscaras:
parodias de lo humano.
Doré los fósiles de traidores al viento
en mi Casa de Revelaciones.
Trituré inmundicias con mis pequeñas manos oscuras,
acosadas por el perfecto temblor de las chozas.
Vivifiqué hasta el delirio la humillación y la súplica
de los que han sido sin más preguntas que el amor,
impÃa feria.
Peregriné, sÃ, por el guardián sendero de Emaús
que aún me llora con su aroma a magnolias.
Exangüe, mordà el gusano
en las hilachas de mi manto lila.
¡Obstinada palidez en este ronco vacÃo
que nos repite el mundo!
¡Lumbre de altitud,
heredad que no se nombra, escúchenme!
Asà es la noche de oro en que debo olvidar
y aborrecer y escupir frente a los muros,
y soplar el vaho hirviente sobre mi carne.
................................
Por eso subo tan llagado
-a través del blanco hormiguero de criaturas, zumbando en grito
mi estupor y mi hambre-
a este Reino de Fuego.
Buenos Aires, junio de 2005
Del libro "La Rueca Dorada"
ÃœMRANIYE
Ya han comido de mi carne.
Es medianoche y sube el musgo en las paredes
con cruces tatuadas por la muerte.
Una silueta se acuesta con la sombra.
¡Fastuosa cicatriz la del harapo!
Pestilencial, veo su armadura invisible
atravesar muladares y cartÃlagos.
¿Adónde la libertad de los lÃquenes?
¿Qué edad tienen los dÃas que mastican
la ruindad de los hombres?
Un teatro de incesto y calaveras
desentierras con la lluvia más frÃa.
-Vuelve a jugar-, dice el verdugo.
Pero yo he de tajar en piedra
la palabra que salva.
Buenos Aires, febrero de 2005
De su libro "La rueca dorada"
ÃœMRANIYE
Já comeram de minha carne.
É meia-noite e sobe o musgo nas paredes
com cruzes tatuadas pela morte.
Uma silhueta se deita com a sombra.
Fastuosa cicratiz, a do farrapo!
Pestilencial, vejo sua armadura invisÃvel
Atravessar monturos e cartilagens.
Aonde a liberdade dos liquens?
Que idade têm os dias que mastigam
a ruindade dos homens?
Um teatro de incesto e caveiras
desenterras com a chuva mais fria.
- Volta a brincar -, diz o verdugo.
Mas eu dei de talhar na pedra
a palavra que salva.
Buenos Aires, fevereiro de 2005
De seu libro "La rueca dorada"
INFIERNOS PRIVADOS PARA EL MONSTRUO
Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos...
Marcos, 9:3
Prisiones se cierran a tu paso.
De mimbre rojo son los dedos del malabarista.
Vastas progenies me cercan.
¿No se reflejan suntuosas las entretelas del crimen,
aun cuando el silencio siembra temor y temblor?
Himnos de Adán negro suben desde los ojos.
La cabeza es de hierro, moribundo amarillo
hasta la cercanÃa.
Un diminuto sol cae sobre el desierto blanco.
AsÃ, el niño inscribe fisura y permanencia.
¿Cuál será el lujo de abandono en este ParaÃso?
Turmalina y topacio y luego este oleaje.
Has abierto las puertas de lino.
Muelles donde dibujas la sed .
Catacumbas de San Calixto,
6-XI-1998 De su libro "Mansión Artaud"
INFERNOS PRIVADOS PARA O MONSTRO
E seus vestidos tornaram-se resplandescentes, muito brancos...
Marcos, 9.3
Prisões se fecham a teu passo.
De vime encarnado são os dedos do malabarista.
Vastas proles me cercam.
Não se refletem suntuosas as entretelas do crime,
Ainda quando o silêncio semeia temor e tremor?
Hinos de Adão negro sobem desde os olhos.
A cabeça é de ferro, moribundo amarelo
até a proximidade.
Um diminuto sol cai sobre o deserto branco.
Assim, o menino inscreve fissura e permanência.
Qual será o luxo de abandono neste ParaÃso?
Turmalina e topázio e fogo este marulho.
Abriste as portas de linho.
Cais em que desenhas a sede.
Catacumbas de San Calixto,
6-XI-1998
De seu livro "Mansión Artaud"
EL SEQUITO
Fue necesario correr entre los muros implacables,
por esponjosas, vampiras destilerÃas
hechas sólo para entrar como a un edén invertido.
¿Cuándo el cuerpo llenándose de tardÃas rotaciones
hacia la primera inhumación de la especie?
No me aguardaban esfinges, ni idiomas trasvasados,
ni heredades nocturnas
al compás de un tambor que convoca y redime.
Eran criptas celestes, hebras desusadas
escurriéndose contra todo perdón en la sangre,
abriendo mi boca de destierro bajo un sol de exorcismo.
Y más acá del aluvión, el cortejo invisible
con pupilas que descifran relámpagos en el fondo del vaso,
atajos que olfatean la estrecha salida.
No adulteres respuestas.
¿Y qué pólipos de escalofrÃo para explicar este vuelo?
¿No fueron ellos los mártires, los furiosos, los obedientes,
los que acecharon la sed y el asco de este mundo
para arrojarse sombrÃos a las fauces del león
como presintiendo el gusto del infierno?
Grandes despojos decretaron.
Durmieron vanidosos de terror junto al ultraje.
¡La exangüe mansión del escogido!
Se embebieron de un áspero deleite
sin suplicar jamás la llaga en el costado.
De su libro "Mansión Artaud"
O SÉQUITO
Foi preciso correr entre os muros implacáveis,
por esponjosas, vampiras destilarias
feitas apenas para entrar com num éden invertido.
Quando o corpo enchendo-se de tardias rotações
fazia a primeira inumação da espécie?
Não me aguardavam esfinges, nem idiomas transvasados,
nem herdades noturnas
no compasso de um tambor que convoca e redime.
Eram criptas celestes, fibras desusadas
escorrendo contra todo o perdão no sangue
abrindo minha boca de desterro sob um sol de exorcismo.
E antes do aluvião, o cortejo invisÃvel
com pupilas que decifram relâmpagos no fundo do vaso,
atalhos de olfateiam a estreita saÃda.
Não adulteres as respostas.
E que pólipos de calafrios para explicar este vôo?
Não foram eles os mártires, os furiosos, os obedientes,
os que espreitaram a sede e o asco deste mundo
para lançar-se sombrios às faces do leão
como que pressentindo o gosto do inferno?
Grandes despojos decretaram.
Dormiram vaidosos de terror junto ao ultraje.
A exangue mansão do eleito!
Embebedaram-se de um áspero deleite
sem suplicar jamais a chaga no costado.
De seu livro "Mansión Artaud"
(Versión al portugués por Antonio Miranda, Brasilia, mayo- junio de 2005)
MANSION ARTAUD
Con lepra en la garganta,
he oÃdo
el canto de los ruiseñores.
Era el incendio
en la cueva del ausente
hacia atrás, golpeándome.
Tajos, franjas, cenizas
sobre el limo.
¿Y quién no deja dormir
en mármoles finales
el suicidio del cuervo?
Gira el teatro
arañando la sangre
sin olvidar apenas
el esplendor litúrgico.
Devueltos, al fin,
blancos portones
devolviendo el soplo,
latiendo clausura.
Para pintar
la borra de las miasmas
cuando hace frÃo
y aúlla en la carne.
¿Qué? ¿Quién?
Con lepra en la garganta.
He oÃdo.
Barniz donde se pierde
el despojo,
la insistencia y el crimen.
¡Vuelvan, vuelvan los iluminados!
Será aún el pródigo
amanecer
que imanta las horas.
Sobrenada este declive.
Magnético rayo
escalando el vacÃo
-irrefragable nacimiento-
hasta el vacÃo.
Según las caras de la esfinge,
tallarán nuestra cara.
Pero ella misma agrieta
los reflejos.
Heredad vista de cerca.
¿De un solo golpe,
la ilusión?
Los clavos en la sangre.
A despertar.
A combatir.
A encender perpetuamente.
Luz que diluvia.
Rebélense los huesos
del milagro.
Victoria, AbadÃa del Niño Dios,
15-18/VI/2001-Buenos Aires, 21/VI/2001
LA RUECA DORADA
El poema va tejiéndose con hilachas desatinadas de viejos tapices, para arrojarse -de cuajo- como arpón hacia el abismo que es la casa.
¿No viste que volverÃa con el silbo de tu cielo, de tu infierno, es decir de las jaurÃas que te huelen en ángel y te despiertan basilisco? ¿Tu desvarÃo fue un milagro? ¡Esta es tu casa, el ojo de la aguja! Tu desvarÃo será tu milagro.
Entonces se incrusta en mà como forma de respiración: arquitectura en la representación del Teatro Móvil de los Enigmas en que nos sumergimos. ¡Sombras de la vigilia, alimento lustral esta escritura que revela y devora!
Beatitud de carnaval, inclÃname los vientos. Confúndelos para que arda hasta el silencio de todo, irremediablemente.
Villa Santa LucÃa de Syracusa,
junio de 2005
MARIA DE NAZARET O AGRIPINA
Entonces escuché las palabras escritas.
¿Cómo apagar la lluvia del sol
sobre las lápidas hambrientas, musgosas?
Las entretelas cubren al velador de la sumisión
tiritando en el hielo.
El frÃo frota la prohibida sangre que no vuelve.
¿Pero qué palabra ensayaré para repetirme
en la sombra de este sol que aprieta como un puño
si no debo volver?
¿Tal vez una palabra de cera
como el verdÃn subiendo por las pieles muertas?
¿La abandonada que recuerde a su sangre
entrando a la fiesta del espejo negro?
¡Crines quiero yo sobre este bloque de mármol,
pelambres de un antiguo dios, hoy sumergido!
Elusiva la canción de esta casa.
El invierno se cubre de espinas
y hay una voz que musita,
-¡Yo conozco un reino blanco!
Aquà está la llave del reino:
en el reino rojo hay un reino negro;
en el reino negro hay un reino blanco;
en el reino blanco...
¿Y las criadas sin voz anhelando otras lluvias?
Reina envenenadora, de un zarpazo
llegas a tu agujero final.
Los dÃas te aterraban
con el borroso fardo de heridas que son
y no son,
y vagan por tugurios poblados de disfraces
¿Y la noche y su caricatura?
Sólo un perro carcomiendo el trofeo de su maleficio.
Llega la astilla encarnada
de una profanación, de un ataúd, de un fuego fatuo.
Salmodio ahora mi cena de cenizas,
palpo la cerradura.
Asà los encuentro.
Golpean a la puerta de la colmena tres tamborileros.
Hay telones aquÃ, como en las pesadillas,
candiles ofreciéndose a las antiguas veladuras,
pequeños asilos dentro de los muros.
¿Qué rayo de escarcha puede esperarte en la memoria?
Padres y madres -desde el comienzo del mundo-
aguardan por caer al precipicio.
Sucumbir, traspasar, llevar desierto.
¿Y qué felicidad de nombrar en bordes rotos?
¡Pánico el amén de tu retrato -MarÃa de Nazaret o Agripina-
con el celeste funeral de mis lágrimas!
(Hierve la cuadratura a ciegas
sobre el barro indecible de pezuñas.)
Nos desterraron de las sombras, hafiz.
Ya no hay albergues:
Floras y faunas se suceden para el encantamiento.
El desgarro ha pasado.
Dios tatúa su mudez en lo visible,
aquella que aparece disfrazada de pastora
en el lento jardÃn de los temblores.
Con solo mirar abres la llaga
bajo el látigo de huesos de una historia radiante.
¿No es un grito la súplica?
Buenos Aires, julio de 2005
De su libro "La Rueca Dorada"