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Putas y princesas.

Mercado de mujeres o trabajadoras del sexo.

Ramón Fernández Palmeral

España



 No me gusta ir de estrecho por la vida porque fui uno de los mayores pecadores del siglo pasado. Ahora estoy fuera de servicio. No estoy para arrodillarme sino más bien para que plastifiquen mi DNI sobre una lápida de mármol.

Cuando me niego a ver películas medio pornográfias en familia me dicen que soy un estrecho de mente.

  Estos días me encuentro por todas partes noticias, artículos, películas y comentarios sobre esta hipocresía social que se llama prostitución sostenible,averías sociales, y que se le ha llamado de todo: desde el oficio más viejo del mundo, hasta comercio de la carne, mercado de mujeres, trabajadoras del sexo, esclavitud de nuestros días o lacra social. Las películas americanas, puritanas e hipócritas cuanto más puritanas son, y nos vendieron a las prostitutas en brazos de los marines con yoyó blanco en la cabeza como una parte del ocio de los soldados, necesidad fisiológica del héroe que va a morir. O recientes películas con prostitutas de lujo a las que le tomamos cariño, nos hemos ido endureciendo el corazón sensitivo ante esta esclavitud de nuestro tiempo como si el mal fuera necesario, pero también es cierto que caminamos hacia un Estado no social, y sí mercantil y económico que pisotea a los más débiles y no protege a nadie. Por no hablar de la prostitución infantil y los mal llamados paraísos del sexo.

 Una sociedad permisiva y occidental que carece de solución para este tema, porque se llegó a decir que si no hubiera prostitución violarían a nuestras hermanas, madres y esposas. Desde el punto de vista ético es un tema que atenta a la diginidad humana, no se puede considerar actividad comercial o laborar el que una mujer se venda a un hombre o ceda su intimidad por el terciopelo del dinero. Porque la medicación de dinero no determina un trabajo remunerado cuando esta mujer, casi siempre, se ha dejado solicitar, como se solía decir antes, por una necesiadad económica, para salir de la precariedad, mantener a sus hijos u otras necesiades como la emigración. Mujeres una veces engañadas otras consentidas, pero siempre para sobrevivir, estoy seguro que ninguna de ellas lo hace por voluntad propia sino por coacción o necesidad. Cuando media un pecunio nunca puede ser considerado como el intercambio de sexo entre personas libres y mayores de edad, es como querer cuadrar el círculo de lo injustificable, porque la sociedad tiende a solucionar sus desvarios o averías o más bien sus lacras por medio de parches sanitarios, sindicales o sociolaborales. 

 Toda clase de prostitución ha de ser entendida como una nueva forma de esclavitud, aunque esté despenalizada en el Código Penal y no tenga solución como la droga, en una sociedad que tiende a la libertad de la república del individuo. Y ningún Gobierno quiere problemas con sus votantes. La solución es obvia, hay prostitución porque hay demanda, clientes y están a la vista. Hombre y padres de familia que internas a sus hijos en colegios de curas y a sus hijas en colegios de monja, que dan golpes hipócritas de purtanismo y por la noche a buscar fulanas.. La solución pasa por penalizar a los clientes, a los consumidores de sexo comprado, con penas de cinco años de cárcel y su nombre en Edicto, o una lista pública en la Prensa para todos aquellos hombres que cada noche van a los puticlub, recogen chicas semidesnudas en los arrabales de las ciudades y la meten en el coche, saunas de lujo, vistas de casas de lenocidio, hoteles etc. Claro esto no es aceptable, porque caerían en las redes gente importante: millonarios, políticos, jueces, policías, médicos, bomberos y demás oficios.

 La permisividad sólo lleva a una situación real. Ahora toca la denuncia documental como en esta película "Princesas" y nada más, un documental social como pueden ser las listas de espera en los hospitales, la ludopatía, drogas u otros modos decadentes del hombre y sus circuntancias orteguianas. En este orden de cosas, es el hombre el que explota a la mujer desgraciada en el 80% de las veces, la mujer sigue siendo víctima, porque la sociedad siempre abusó de ellas. La mujer es ofendida con un nombre común peyorativo: puta, perra, fulanas..., en cambio, el hombre que consume putas no tiene nombre, que yo sepa, se queda anónimo bajo el apelativo de cliente. Dejo a los lectores la oportunidad de buscar un nombre que los defina y los descubra.

 Podríamos seguir hablando sobre la sanidad pública, de los portadores del SIDA, de las enfermedades venéreas, pero qué importan estos temas cuando la televisión nos ofrece películas pornográficas, los periódicos anuncios de contacto, y el sexo parece como una parte de ocio y el deporte, como si la dignidad humana ya no importara. Porque la sociedad considera este tema como un mal inevitable, o sea, riegos previsibles del comportamiento social.

 Para que la LIBERTAD sea libre ha de tener bajo los pies a miles de esclavos.

Este artículo tiene © del autor.

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