– ¿Quién es Marcela Pérez Silva?
-Yo. La hija de Marcela y Jorge: dos idealistas, enamorados, gozadores de la vida, que nos moldearon, a mi hermanito Jorge Iván y a mÃ, para lo bello y lo noble.
Soy tu compañera de clase, Frank, que un dÃa hizo su atadito y salió a recorrer el mundo. TenÃa entonces dieciocho años, un abrigo de peluche que me valió el apodo de Hollywood, tres cassettes de Serrat, las PoesÃas Completas de Javier Heraud y Tantas veces Pedro de Alfredo Bryce Echenique.
Veintiséis años y tres hijos más tarde, vuelvo a caminar por las calles de mi barrio y siento el mismo cosquilleo en la barriga de cuando tenÃa trece. Conservo intacta mi capacidad de asombro y de alegrÃa: me encanta comprobarlo.
-¿Cuál es tu misión en esta vida?
-¿Cuál es la misión del jazmÃn o de la albahaca? Perfumar, mientras dure su existencia, morir de amor y agradecer el privilegio de la vida. Nunca me sentà tan importante como para tener una misión distinta a la de mis congéneres, hasta que mi hijo Sebastián fue diagnosticado con autismo. Desde entonces me ha dado por pensar que tal vez por ahà vaya la cosa...
-¿Qué es lo más importante en tu vida?
-Lo más importante de mi vida se puede resumir en tres palabras: Camila, Juan y Sebastián.
-¿Cómo conociste a Tomás?
-Llegué a Nicaragua (la Nicaragüita Sandinista del ‘89) a hacer mi tesis. En realidad, era la tercera vez que iba y la elección del tema fue un premeditado ardid para regresar. La tesis trataba sobre el Grupo Gradas: una experiencia multidisciplinaria que reunió a artistas antisomocistas que se tomaban por asalto las gradas de las iglesias y las universidades para dar recitales de poesÃa, conciertos y pintar murales efÃmeros que debÃan ser abandonados en estampida cuando llegaba la temida Guardia Nacional. Quince años después de esa aventura, quise conocer a los protagonistas. “Si tengo suerte -me dije-, conseguiré una entrevista con el Comandante Borge”. Y la tuve. Nuestra entrevista dura ya más de dieciséis años.
-¿Qué es lo que más admiras de él?
-Admiro su consecuencia, su lealtad a sus principios, su ternura. Admiro su capacidad de conmoverse ante las expresiones más sencillas de humanidad: el amor y el dolor ajenos, el heroÃsmo cotidiano, la solidaridad... Es el hombre más polifacético que he conocido en mi vida. Y el más impredecible. Es un poeta.
-¿Es difÃcil ser la esposa de un hombre tan importante?
-Me imagino que debe de ser difÃcil ser la esposa de cualquiera. Pero digamos que a esa dificultad primaria se le suma el vivir expuesta al escrutinio constante, por el hecho de estar con un hombre público. En todo caso, ser la compañera de Tomás todos estos años ha sido para mà motivo de enorme orgullo, de felicidad. La vida me regaló un hombre intenso con quien hacer el amor y la guerra, alternativa y contemporáneamente. Y eso se agradece.
-¿Te dedica muchos poemas?
-SÃ. Sobre todo cuando se da cuenta de que, a pesar de mis recordatorios, ¡ha vuelto a olvidar nuestro aniversario! Conservo todos los poemas que me ha regalado, escritos en servilletas de papel, en hojitas de memorándum, en páginas arrancadas de los cuadernos de los chicos.
-¿Cuál de sus poemas es el que más te gusta?
-Son dos. Uno fue el que me enamoró; dice: Tengamos una aventura. / Dos, tres, cuatro aventuras... El otro me lo escribió cuando ya tenÃamos tres hijos. Se llama Hacer el amor con mujer ajena y es tan bello su texto, como la historia de cómo llegó a mis manos. Yo estaba en Florencia y el número de fax que le di a Tomás era el de mi amigo Alfredo Allegri, extraordinario poeta italiano que trabaja en la municipalidad de su ciudad. Tomás me mandó el poema sin saber que aquel era un fax público. Cuando llegó a mis manos, ¡toda la Municipalidad de Florencia ya lo habÃa leÃdo!
-¿Tú le has compuesto canciones o poemas?
-Claro. Bastante eróticos, por cierto. También he musicalizado poemas suyos. Juntos hemos hecho tres hijos, algunas canciones y otras cosillas que relatar no puedo. ¡Pura poesÃa!
-Recuerdo tu bello poema “Mar de Miraflores”. ¿Qué te impulsó a escribirlo?
-La nostalgia de mi tierra (lo escribà estando en Managua), el recuerdo de mi mamá, lo mucho que le debo a ese mar, que no se parece a ningún otro del planeta. El mar de Miraflores canta. Su música (sobrecogedora, profunda) nace de la danza de sus piedras. Nace del beso, del roce, del rezo. El suyo no es un canto de sirenas: es la canción eterna de la mar.
-Has producido los CDs “Donde se canta” (84), “De rÃos y flores” (85), “Cosas de mujeres” (94) y “¡Viva Sandino!” (04). ¿Cuál es tu preferido y por qué?
También tengo casi listo un disco de homenaje a Chabuca Granda, que he grabado en México con ese maestro y amigo entrañable que es Félix Casaverde. ¿Que cuál es mi favorito? Todos, por supuesto. ¿Cómo te voy a decir que tengo un favorito entre mis hijos? A los cinco los quiero por igual.
-¿Eres perfeccionista?
-Soy virgo. Eso me bloquea muchas veces, pero no lo puedo evitar.
-¿Con quién te gustarÃa cantar a dúo?
Con Silvio ¡de hecho! O con Serrat. Y ya que estamos en el reino de la fantasÃa, con Chabuca y con Violeta Parra.
Siempre me han encantado los dúos. Dos voces cantando juntas son mucho más que la suma del aporte de sus intérpretes. Yo he tenido la suerte de hacer dúos con artistas tan maravillosos como Leonardo Croatto, con el mismo Félix, con Richard Loza y con Carlos MejÃa Godoy. A Noel Nicola le pedà que grabara conmigo la Canción antigua al Che Guevara. El aceptó. Me hacÃa tanta ilusión cantar juntos y que él fuera la voz del Che... Eso es lo que no le perdono a la muerte, carajo: lo desatinada que es. Lo aguafiestas.
-¿Qué te parece Marcela Pardón como intérprete?
-Me gustó mucho. Fui a ver el espectáculo de canciones de Jacques Brel que hizo con Alberto Isola (¡otro de mis amores!). Me pareció muy versátil y divertida. Me pareció, sobre todo, elegante. ¿Te acuerdas que nos encontramos ese dÃa en el Satchmo? Coincidimos también con otra de mis Ãdolas: doña Victoria Santa Cruz.
-También escribes artÃculos. Por ejemplo: “Mariposas azules sobre los techos de cartón”, que trata sobre la ayuda que prestan los médicos cubanos en Caracas y que yo te respondÃ. ¿Recuerdas?
-Claro que me acuerdo. Recuerdo tu descripción de Caracas, tu ciudad adoptiva, en su desigual repartición del cielo y de la tierra (sobre todo de la tierra). Recuerdo tu alegrÃa al bienvenir a la misión Barrio Adentro, de los médicos cubanos (los llamaste la versión contemporánea de José Gregorio Hernández). Y recuerdo también a una discÃpula de MarÃa Lionza, señora de Sorte, dueña de los bosques, musa de las aguas, a la que acudiste para librarte de un sortilegio de amor.
-¿Qué eres más: compositora, cantante, escritora, poeta, etc.?
-Mi pasaporte dice que soy, de oficio, cantante; aunque claro, eso no quiere decir nada. Mi pasaporte oculta, por ejemplo, que soy una chocolatera empedernida (caracterÃstica que, por cierto, dice más de mi identidad, que el color de mi pelo, que cambia con miss clairol, o las medidas de altura y peso, que cambian con las dietas y los tacones). Sin embargo, mi pasaporte no se equivoca en una cosa: cantar es lo que más me gusta en la vida, igual que hacer el amor. Pienso que ambas actividades tienen bastante en común: la intensidad de la entrega, la comunión, la alegrÃa del alma y, cuando se hacen bien, esos dolorcitos en el cuerpo a la mañana siguiente que te sirven de recordatorio el dÃa entero... También me gusta escribir textos cortos en prosa poética. Me gusta trabajarlos mucho, irlos puliendo (ya te dije, soy virgo; ergo, obsesiva). Los releo mil veces, los corrijo dos mil. Como compositora, soy solapa; como poeta, absolutamente clandestina. Sólo en el escenario me deschavo, deslizo mis canciones como quien no quiere la cosa, leo textos que jamás osarÃa mostrar de otra manera. Mi profesor Douglas Harris decÃa que el único lugar donde no se puede mentir es el escenario. TenÃa razón. De todas maneras, uno siempre escribe a partir de un nudito en la garganta (aunque esté escribiendo sobre cosas alegres); en cambio, uno canta desde el placer. Cantar es, siempre, darle gracias a la vida.
-Siempre has tenido muy buen gusto al vestir. He observado que no sólo cuando presentas algún espectáculo sino también en contextos cotidianos sueles usar prendas étnicas.
La culpa es de mi mamá. Ella era un ser humano especial: era sensible, refinada, tenÃa ojo de ver. Pienso que, en muchos sentidos, fue una precursora. Le encantaba perderse en los mercados y hacerse amiga de los artesanos, siempre sabÃa quién pintaba los más lindos retablos, quién tejÃa las mejores canastas. Cuando me fui a Italia, empezó a hacerme vestidos preciosos, que ella misma diseñaba, con mantas de San Pedro de Cajas, bordados de Monsefú, polleras del valle del Colca y fustanes de Huancayo. Me los mandaba por correo, en sobres de Manila. Un dÃa me contó que habÃa descubierto un huarique en Barranco: fue asà como llegué al taller de Olga Zaferson, quien diseña ropa inspirada en los vestidos de las distintas regiones del Perú. Recuerdo que le compré una blusa en tela shipiba, que todavÃa conservo, y un culeco azulino de Lambayeque. Era el verano de 1990.
Con el tiempo y los viajes, mi guardarropa fue enriqueciéndose con huipiles de Antigua Guatemala, deshilados de Masaya, túnicas de Oaxaca, molas de las Islas de San Blas y blusas de ñandutà de Itaguá. Aprendà que entre esas tramas y esas urdimbres, está tejida la historia de nuestros pueblos. Los trajes tradicionales son la memoria colectiva que se transmite de madres a hijas, la afirmación de la propia identidad que se lleva a flor de piel; al mismo tiempo, son la expresión artÃstica, contemporánea, de sus creadoras. Visto esas prendas con orgullo y muchÃsimo respeto. Es mi forma de honrar el trabajo de las mujeres de América, su talento, su sabidurÃa. Es también mi manera de saberme hija de estas tierras.
-Cuando celebramos las bodas de plata de haber egresado del colegio MarÃa Reina hiciste una emotiva semblanza del presidente de nuestra promoción, muy querido por todos, quien falleció prematuramente a causa del SIDA. ¿Cuál serÃa el principal consejo que le darÃas a la juventud?
-Manuel se murió de amor, se murió de vida. DecÃa José MartÃ, el gran poeta cubano, que la muerte es una victoria cuando se ha vivido bien. La verdad es que la muerte es una mierda, la más grande hijeputada que existe, pero es inevitable. Y contra la muerte sólo hay dos antÃdotos: la memoria y la intensidad de vida. Asà que el consejo, para los jóvenes y para los viejos, serÃa el mismo: sáquenle el jugo a la vida, amen, rÃan, lloren, juéguensela toda en esta aventura maravillosa. Y no olviden. Que mientras haya quien recuerde y siga amando a los que se fueron, la muerte no podrá salirse con la suya.
-Has vivido en Lima, en Bologna, en Managua, y has recorrido medio mundo. ¿Dónde te gustarÃa pasar los últimos años de tu vida?
-Cuando tenÃamos catorce años, mi amiga Pepa (Silvana Diez) y yo fuimos al Puente de los Suspiros. Fue un viaje de exploración, de bienes raÃces. HabÃamos ido a buscar casa y las dos la encontramos. Pepa se eligió un chalecito blanco; yo, uno azul al lado. Con el tiempo supe que mi casa le pertenecÃa a los mimos Piqueras. Años después, la conocà por dentro: fui con Francesca Solari a visitar a Juan y a Carmen. Fue algo mágico: mágicos ellos y mágico el espacio de sus trabajos y sus dÃas. Siempre he imaginado mi vejez transcurriendo en esa casa barranquina que mi juventud escogió.
-¿Cuál es tu sueño?
-Antes de que fuera Premio Nóbel, Rigoberta Menchú llegó a Managua y se hospedó en mi casa. Entonces Tomás le hizo esa misma pregunta. Ella le contestó: “Sueño un Parlamento mixto (de hombres y mujeres, de indios y ladinos). Y tener un hijo. No es mucho lo que pido, ¿no?”
Para mi suerte, yo ya tengo los hijos. Ahora sólo necesito hacer realidad el mundo que soñé para ellos. Ese otro mundo posible.