En el grito soterrado de mis vellos
Dime tú cuánto has vagabundeado hasta llegar a mi noche.
Dime tú de los caminos, de los ríos y de los fracasos que te empujaron.
Quiero saber quién te trajo a deslindar mi cuadratura.
Qué viento viró tu navío.
Te deseo en el grito soterrado de mis vellos.
En el despertar volcánico de mis poros.
Prepararé el incienso que imantará tus sentidos.
Cubriré tu cuerpo con almizcle de cundeamor, pasto y eucalipto.
Una algarabía haré en tu pecho.
Te regalaré dos plumas del colibrí que llevo en mi seno.
Los tambores serán pequeños en el sonar de tus latidos.
Esperaremos el alba trotando en la arena.
Pescaremos mañanas asonoras e insomnes.
Buscaremos soles en las dunas o en la huerta.
Enlazaremos el canto que lleva el verano de un sinsonte.
En la hora nona recogeré tu vela y la llenaré de cánticos de sirena.
Ellos te susurrarán de mi propia fiesta.
Seré la siesta de tus deseos y -en la verbena- tu ancla será libre de alzarse en vuelo en el instante que el ocaso te desaparezca de mi puerto.
Plegaria
Recógeme, dios de mis laberintos.
Duerme en la aurora de mis quebradas.
En mágica vigilia
el vino rodará hasta el pozo de mi vientre y serás el verbo de mis deseos.
Como magnolia flotaré en tus pupilas.
Un estribillo rozará tu sueño.
En la locura de mis cuevas
encenderé cocuyos
para iluminar tu partida
y despertarás en mi voz.
Así sea.