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La lluvia

脕ngeles Charlyne

Argentina



La lluvia era una sola r谩faga que parec铆a subir desde los cordones grises. La ciudad desagotaba su impotencia, quiz谩s lloraba tantas mentiras aceptadas y las pausas resultaban respiraciones suspendidas.
El hombre, al borde del naufragio, levant贸 las solapas de su impermeable como si lo pudiera proteger de la inclemencia. La cara, una parte visible de la piel empapada era el muelle que resist铆a ese destino de oleaje celeste. Era furiosa la permanencia, quiz谩s hab铆a llegado el momento de no dejar huella alguna de la calamidad que los habitantes llevaban inventariado.
Que pensaba el hombre, no era seguro adivinar, la tormenta se llevaba todo hasta las ideas. Esa sensaci贸n de vac铆o, s铆 la tuvo ella, detr谩s de la vidriera del bar; la lluvia desdibuja hasta la gracia, deforma y vuelve grotescas las formas, que parecen definitivas.
El caf茅 agonizaba  tibiezas, como certezas ella.  Las luces encendidas de las calles, parpadeaban ahogadas, incapaces de resistir la revelaci贸n de la tormenta. No recordaba cuanto tiempo llevaba absorta en el sesgo de las gotas, en la melod铆a sobre la superficie vidriada,  ni en los navegantes de esa tarde casi noche que avanzaba implacable, sobre las certidumbres. Los pasajeros de la b煤squeda incierta, sorprendidos por la desapacible sensaci贸n, dudaban de una presencia delicada y digna de otros abrigos. Los compulsaba cierto impulso protector. “El escal贸n del diablo, se desciende imperceptiblemente”, se dijo ella, al advertir alguna gentileza abortada por su propia indiferencia, fascinada por el galope encabritado de las hojas mojadas, que el viento arrastraba hacia un inquieto destino.  Vio como sorteaban escollos, abrazaban 谩rboles, ahogaban sumideros, barr铆an plazas, sub铆an desesperadas, luego de un ramalazo, gritando en silencio por detenerse a tiempo pero, in煤til, se estrellaban una y otra vez sobre curiosos escollos clavados contra el tiempo, neg谩ndose a rendir en la pen煤ltima batalla; los a帽osos cipreses resignando corteses, sauces m谩s llorosos que nunca declinaban consuelos, y la escuela de la vida, como siempre, carec铆a de asistencias; todos buscaban amparo y ansiedad de otras calideces.
Ella quer铆a entender por qu茅 la potencia desatada provocaba un temor incierto en los otros. Por qu茅 esa duda brutal. Por qu茅 ese desangrar los sentidos, llevaba pavor como una maldici贸n.
Si el tiempo nos besa salvajemente, provocando el esc谩ndalo sensorial. Todo est谩 por lograrse, los espacios se multiplican, los ceden aquellos apresurados en regresos previsibles. Rechazan la invitaci贸n a los olvidos, la aceleraci贸n del nunca m谩s y el hormigueo que circula implacable, sobre todo en momentos en que est谩n sobrando las penas. Pero, la secreta alegr铆a, llegaba de regiones remotas que nunca pudo precisar. Eran avisos imperceptibles que se agitaban invisibles para el resto.
Un macetero rectangular de blancas siempre vivas, se revolvi贸 imprevistamente para que el gato amarillo atigrado y pecho blanco, pegara sus ojos verdes, indescifrables, al vidrio que lo separaba del interior del lugar y el calor necesario. Ella peg贸 su bello rostro y los ojos de ambos parecieron soldar abismos. El gato replegado sobre s铆, dej贸 de eludir la lluvia. Ella sospech贸 que ronroneaba, llamando visceralmente, por otras pertenencias.
As铆 estaban enfrascados cuando el hombre cruz贸 a pasos largos la avenida rumorosa, fruto del caudal de agua que se llevaba pasados. Ellos no lo vieron. Sonri贸 por el paisaje a pesar de portar el agua del diluvio. Entr贸 al lugar y tom贸 asiento luego de entregar su impermeable empapado; el servicio caliente lleg贸 r谩pido, la soledad ayuda y entretiene. Bebi贸 su brandy a temperatura de brandy, como se debe y pas贸 a repasar el cuadro de la mujer y el gato, ajenos al mundo y a la vida. Sus ojos oscuros flamearon levemente, tal vez una postal perdida en alg煤n aeropuerto inubicable, un vuelo que no deb铆a tomarse y 茅l no tom贸, un vuelo que si tom贸 esa parte faltante de la postal. Un esfuerzo tard铆o por detenerla. La resistencia temporal de quien ser铆a esquirla a 33 mil p铆es de altura.
Lo cierto que la reminiscencia era demasiado fuerte, casi tanto como el tiempo sin preguntarse ni preguntar. Era casi imprescindible averiguar. Garabate贸 una servilleta, apresurado por urgencias no del todo claras. Ella recibi贸 del mozo el mensaje y sin volver la cabeza asinti贸. Su romance con el gato enhiesto, el pelo erizado pese al agua y el lomo arqueado, progresaba en la fogosidad de los espejos de sus propias miradas. Siguieron ajenos, en tanto el hombre cambi贸 de sitio. Sus palabras parec铆an temblorosas, apremiantes; interrogantes agolpados que desandaban los muros de silencios demasiados prolongados. Ella cada tanto sonre铆a sin dejar de sostener la fijeza del gato. El mon贸logo llev贸 su tiempo, sin que amainara la tempestad. El sonido sordo del exterior imped铆a saber a o铆dos profanos, la naturaleza casi desesperada que se adivinaba en los gestos de 茅l.
Pareci贸 que la catarata de palabras declinaba intensidad. Era evidente que no progresaba la b煤squeda de certezas. Un rayo atraves贸 el futuro pero el gato no se movi贸. Ella mir贸 el cielo, casi como respondiendo a un llamado. Se levant贸 de la mesa con la misma gracia de gestos y sus felinos movimientos fueron seguidos por los escasos habitantes, el hombre y el gato inm贸vil, que parec铆a aguardar. Ella abri贸 la puerta del local y la violencia de la r谩faga del viento dispers贸 manteles. Sin volver la cabeza ni mirar a los costados cruz贸 la avenida, el gato la sigui贸. El hombre, inquieto por la actitud se puso de pie dispuesto a seguirla, pero s煤bitamente se detuvo. En la mitad de la avenida ella y el gato desaparecieron, no alcanzaron a llegar al otro lado. Cerr贸 los ojos, seguro de un enga帽o producto de la vidriera que deformaba figuras, se asom贸. Lo curioso es que ella no estaba. La lluvia hab铆a cesado. M谩s curioso a煤n, todo estaba seco como si nunca la tormenta hubiese ocurrido. Volvi贸 la cabeza buscando la referencia, como auxilio. S贸lo la plaza. No hab铆a a sus espaldas ning煤n local. Mir贸 el cielo, pero no encontr贸 nada y se fue. 

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