¿Si les digo que hace un tiempo
me he vuelto fetichista y devota?
¿Si les cuento que compre una ruda
y la puse del lado derecho de la nube más baja?
¿Si les digo que aprendà un mantra poderoso que saca de mi corazón la energÃa de una flama verde?
¿Si les cuento que ahora adoro imágenes, soy fiel a ciertas señales, rezo los misterios del rosario, voy a misa, acepto las pruebas, aparto la espina de la duda, creo en los milagros, soy dócil a la gracia divina y vivo en la esperanza?
¿Si les cuento que colgué, arriba de mi cama, un enorme atrapador de sueños, de enmarañada red y plumas blancas, que se encarga de bajarlos hasta mi alma para hacerlos realidad?
¿Si les cuento que me recluiré en el azul para meditar sobre el espÃritu?
¿Si les digo que hace tiempo... Me he vuelto devota?
¡Si, créanme, si les cuento
que esta fé en Dios me da la paz!
Imágenes del naufragio.
Destino final.
Miles de imágenes desfilaron como instantáneas diapositivas por los senderos oscuros de su pensamiento mientras un sabor amargo trepaba en su garganta.
Detrás de cada una de esas imágenes se agazaparon los enigmas que lo volvieron infinito entonces los vaivenes del viento transformaron al rÃo en un mar violento de espumas, mientras feroces vórtices abrÃan sus enormes bocas para tragárselo.
Un pedazo de madera que habÃa formado parte del mástil se derretÃa bajo el calor de sus manos y las noctilucas empezaron a festejar el naufragio.
Supo del sabor dulce de lo que se termina, por sus lagrimas, ya la muerte le zumbaba enloquecida, le quemaba los ojos, le desolaba la mirada. Bajó los párpados. Las filosas cuchillas de la lluvia laceraban su piel.
En el punto álgido de la desesperanza revaloró su existencia y la existencia de los pájaros. No se dio por vencido.
Sin resignarse luchó, volvió a respirar el aire enrarecido de la noche, se inmortalizó el instante. Supo que no morirÃa.
En el asfixiante calor de su buhardilla, el artista arrastró su mano sucia hacia su cara.
Secó su sudor. HacÃa más de un año habÃa abandonado su bohemia, escondiéndola entre los pliegues de los trapos que limpiaban sus dedos.
Tomo asiento y contempló la majestuosidad de su obra.
Con liviana pincelada cubrió al personaje como un padre cubre a su niño sin percibir que algo se clavaba en el centro de su pecho.
La barrica pintada saltó de la tela como una daga de acero para incrustársele directo en el corazón. Asà murió el artista, tendido sobre una tela. En otra dimensión, alguien que estuvo a punto de ahogarse, empezaba a ser libre.