De ese espectro llamado Poesía

          Dicen que el poeta es un ser divino, caprichoso tal vez, extravagante... pero sabe recorrer los días con sus horas sin ser tan dependiente del tiempo. El poeta sabe que es el deseo la única fuerza capaz de empujarle a perseguir la playa, el bosque, la ciudad anhelada... sin embargo todos podemos trasladarnos con la mente al páramo, al planeta, al ocaso o el amanecer perfecto; lanzarnos en busca del objeto, la puerta, la llave que abra la puerta, la persona tras la puerta..., desafortunadamente dejamos que el tiempo controle la pasión del pensamiento. El poeta sin embargo, acérrimo cazador de ese espectro llamado Poesía, es soñador infatigable, cazador solitario* en pos de alcanzar su deseo contra toda barrera, alguien que no teme al tiempo carcelero ni a la celda de las filiaciones porque se desplaza en un tiempo aliado, busca nuevos parajes donde recrear la imaginación, establece su lugar en el mundo, reina en su soledad, y en su más íntimo vuelo escapa, siempre escapa del obstáculo, se refugia en la imaginación; palacio del sentimiento, del alma convertida en poema.
          Hay un cazador siempre ávido de atrapar ese espectro llamado Poesía, integrarlo al panorama de lo visceral, hacerlo latir, espectro rescatado de las profundidades de su propio ser, para ofrecerlo al espacio en que lo sueña a la luz. Ese ser en franca conexión con todos sus mundos, con la magia, con el universo fantástico en que el tiempo ya no es más una barrera, sino puente para cruzar, atraviesa de un lado a otro, superpone estadíos y accede la infinitud de otros caminos, de otros puentes, de otros mundos; de lo imaginativo, de lo contemplativo, de lo fugaz, de lo hermoso, de lo cruel, de lo salvaje, de las incontables combinaciones que nada sino la magia de la poesía puede conseguir.
          El poeta en su papel protagónico, dueño de un sortilegio, artífice supremo en la creación de su universo; bebe de todas las fuentes, engendra, escoge ante toda perspectiva perseguir ese espectro poesía y crear, crear el poema. Se presenta niño, hombre, mujer, fantasma, ave, cetáceo, objeto, pero sobre todo dios, su propio dios que sabe regalarse un mundo para sí mismo. Toma su pedazo de día o de noche, aparta rebanadas del pan que luego degusta en soledad, viaja a los parajes que va creando y recreando a través y a pesar del propio tiempo; pernocta al aire libre a la hechura de su creación y amparado por su propio manto de estrellas proveídas, las que enciende para rodearse de un ambiente fabuloso; o a plena luz del día, muy cerca de la playa de su corazón en que sopla con viento a favor el velero de la fantasía o avanza sinuoso el acorazado de la pena. Persigue el espectro llamado Poesía, mariposa de palabras, de ritmo, de color y sentimientos que lo acerca al encuentro con sus ángeles o sus demonios: perfección deseada, ave seductora o terrible, rehecha y lanzada en un vuelo renovada de color o investida de bruma sobre las texturas que el poeta combina para transmutar y compartir el sentimiento, lo grandioso o lo sencillo convertido en escudo; la fuerza que nace de la destemplanza, de la ilusión, de la vida o de la muerte, y que ha de llevarle a soñar con ese lugar donde nunca llegaremos**, pero confía en ser seguro servidor de su deseo, y donde es posible que florezca, de rosas y de espinas el rosal, pero desde donde puede libarse del momento transcurrido, multiplicarse, ya eterno en la conservación de cada elemento filial, y para siempre la rivera y la sombra*** quedarán fundidas en un espectro benévolo que jamás dejará de perseguir.

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P.-S.

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