Hace tiempo que desapareciste, sabrá Dios qué rumbo tomaste. DirÃa que trotaste rápido hacia donde jamás debiste dirigirte, pero no te culpo, eras digno de las mejores atenciones.
¿Qué pasó? ¿Qué motivos hirieron tu dulce actitud como para perderte en la inmensa bruma de tu sentimiento? Sabes, creo que te marchaste resentido; pero fuiste prudente, jamás te mostraste inconforme, partiste sin dejar una sola huella de tus coqueterÃas, locuras y escasos momentos de tristeza.
Ah, pero de todo eso ¡quién podrÃa negar tus constantes fugas con una que otra hembra a lo largo del extenso corrienton!, bien hacia arriba del rÃo grande, o te internabas en las espesas breñas de los encuentros. Supongo que aquella agitación de orejas, mientras contemplabas la soga que te harÃa regresar al pie del jÃcaro, era un ¡no quiero! Resoplabas y recargabas tu mediano cuerpo hacia atrás mientras sentÃas los incesantes pinchazos y rayones de las zarzas, chichicastes y michiguistes.
Otras veces, payasito, desaparecÃas; pero a la hora menos pensada, regresabas a casa, experto para hacer sentir tu presencia. Con un intenso rebuzno bastaba, pero eso sucedÃa cuando andabas de buenas, o habÃa guate u otra cosa que comer en el solar de la casa. Te sabÃas las tuyas y las ajenas... ¿Recuerdas cuando, a tu regreso, los perros te perseguÃan por todas partes? Ah, pero también eras agudo con tus patas: no habÃa can que te mordiera, tenÃas mucha picardÃa para esquivar sus filosos dientes
Las noches se tornaban interminables cuando decidÃas aguardar el amanecer en el solar. Al irse todos a la cama, empezabas a retozar, provocabas a los demás animales del corral y comenzaba aquel alboroto que espantaba también el sueño de los vecinos. AsÃ, se revolvÃan las gallinas sobre el nacascolo, los cerdos en el chiquero, los perros ladraban incesantemente. Pero tú, sin detenimiento, pateabas latas viejas; con tus fuertes mandÃbulas, quebrabas la gruesa corteza de los jÃcaros que caÃan del árbol y asÃ, una serie de travesuras que es difÃcil de olvidar porque hoy esos recuerdos resuenan en mi mente como una cinta que se repite una y otra vez.
Samuel te recuerda siempre, se pregunta asimismo ¿qué le habrá pasado a payasito? Un dÃa de tantos, te largaste sin despedirte, ni siquiera un último rebuzno o un correteo en el patio del viejo caserón. Dicen por ahà que te llevaron hurtado para Nicaragua; otros suponen que caminaste, trotaste y corriste rÃo abajo sin detén. Yo pienso que todavÃa andas confundido entre esa manada de amigos y amigas que hiciste en tus constantes ausencias. Te dejaste crecer el pelaje de la cola y la crin, asà difÃcilmente te reconocerÃa, pero lo extraño es que no se te ve ni por el lucerito que llevas en la frente.
PÃcaro, sà que eras pÃcaro. ¿Recuerdas también cuando, a las nueve de la noche, nos dirigÃamos a la vela de Leonso en Sabanalarga? Al ir cuesta abajo en el barreteado, medio me descuidé, inclinaste el cuello, me tiraste de bruces y solamente logré asirme de tus orejas. Ah, ¿y la vez que arrancaste en veloz carrera y me dejaste colgado de unas ramas?
Hablando de pelaje, mi viejo aun te espera para hacerte las escaleritas en la crin y en la cola para que no te pierdas; pero, por lo que veo, se quedó en un sueño profundo porque ya hacen más de 8 años que te extraviaste y no apareces por ninguna parte... Donde quiera que estés, solo quiero decirte que eres el PAYASITO de mi viejo; te portaste colaborador cuando tenÃas que llevar leña a la casa.
PAYASITO se ganó el cariño de sus amos y el mote por la intensidad con que pasó sus dÃas en nuestra casa, a la vera del rÃo Grande o Choluteca; era un ejemplar de estatura media, el último hijo de una burra que procreó nueve asnos galanes y fortachones.