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CUATRO PLAZAS PARA SOÑAR

Valentín Justel Tejedor

España



LA PIAZZA DI SAN MARCOS  (VENEZIA)

El motor del transbordador runruneaba sin parar, mientras en el muelle de embarque esperaba el numeroso pasaje, que accedería a él a través de un largo y vetusto pantalán de madera, una vez soltadas las amarras aquel lanchón comenzó su breve travesía por la laguna litoral veneciana, en su avance iba dejando una nacarada y armiñada estela, que emblanquecía las encalmadas, oscuras y denegridas aguas; pronto se comenzaron a vislumbrar las tenues siluetas de unos desmesurados trasatlánticos que tienen como escala en su travesía por el mar Mediterráneo la bellísima ciudad adriática; así tras pasar al lado de estos gigantes del mar, y virar por avante a babor, la idílica imagen de Venecia, súbitamente apareció ante nuestras retinas.
Poco a poco, nos aproximábamos a nuestro destino cruzándonos en el corto trayecto con numerosas embarcaciones de recreo.
Al desembarcar en el muelle situado a escasos metros de la Piazza di San Marcos el espectáculo era verdaderamente cautivador, al descender del transbordador la gente se preguntaba si ciertamente aquello era real u onírico, pues indudablemente la ciudad de Venecia, goza del encanto de la dualidad: universalidad, y unicidad.
Recuerdo que el acceso a la Piazza estaba concurrido por una multitud de turistas, así tras detenernos unos instantes en el renombrado Puente de los Suspiros, en el cual, los condenados a muerte se dice, que suspiraban al contemplar por última vez la belleza de la laguna; continuamos avanzando asombrados por el incontable número de góndolas que se balanceaban al son del undívago movimiento de las olas del mar; oscuras embarcaciones que se encontraban amarradas a las características rejeras rojiblancas, contrastando con los blanquiazules colores de la vestimenta de los gondoleros; justo al otro lado, se podía admirar la sin par belleza gótica del Palacio Ducal, y las dos columnas que representan el lugar donde en su época de máximo esplendor llegaban a la ciudad adriática de los mercaderes especias, pieles, y toda clase de mercaderías; así, haciendo un simil topográfico, el Molo es a Venecia lo que la Plaza Do Comerço es a Lisboa. 
Sin embargo, la verdadera beldad de la piazza es contemplarla desde su interior,  escuchando los melódicos acordes de las orquestas y pianos de los míticos cafés, como el Florian, o el Quadri, y apreciando la majestuosa Basilica del mismo nombre, que con su planta de cruz griega, sus bulbosas cúpulas, y sus resplandecientes tonos dorados, y áureos que parecen iluminar su misterioso interior, evoca una amalgama de estilos arquitectónicos tan diversos, que precisamente esa riqueza de tendencias y matices convierten el monumento en una verdadera joya, quizá el estilo bizantino es el que le confiere un magno carácter oriental, y por ello, un singular y exclusivo atractivo impropio de estas latitudes.
La panoramica desde lo alto del Campanile ofrece una percepción tan gratificante del ágora cuadrilonga, y por ende, de la ciudad, que seria un delito visitar Venecia sin experimentar la maravillosa sensación, que supone el contemplar a vista de pájaro la imagen de una urbe única y singular, grafilada por innumerables canales, canalejas, y canalizos, que conviven armoniosamente con ceñidos pasadizos, estrechísimos callizos y apretadas congostras, que se reflejan desdibujadas en el salobre y sosegado cristal de la laguna.Desde esta atalaya privilegiada, se distinguen con facilidad las embarcaciones de gran lujo que surcan sus aguas más profundas, paquebotes como el Golden Princess, o el Royal Princess, son asiduos de esta bocana. Desde lo alto de la cuadrangular torre con chapitel, también se observan los espontáneos y aleatorios vuelos de la blanquinegra alcahazada formada por cientos de palomas, que proporcionan con su constante dinamismo un motivo más de hermosura a esta plaza, ocasionando con su inocente planeo una inevitable paradoja: pues su libertad de movimiento, contrasta con la ineluctable cautividad de la propia ciudad, una verdadera ínsula rebosante de belleza, pero amarrada a si misma.
En las proximidades de la piazza se encuentran unas preciosas calles, siempre escoltadas por esguevas, escorrederas, y canales; vías de agua surcadas constantemente por negras y azuladas góndolas, en las que la música de a bordo consigue hacer las delicias de los ensimismados enamorados; numerosos puentes cruzan estos canales, que van a desbalagar al Gran Canal, allí desde el majestuoso Puente de Rialto, retratado por el pintor Canaletto con esa característica luminosidad áurea, se descubre una estampa de la Venecia más bulliciosa, y frenética; los vaporettos navegan incansablemente, junto a las góndolas, y otras embarcaciones de bajo calado, que recorren aquella gran cárcava como si se tratara de la avenida más concurrida de cualquier capital del mundo.
Pero regresemos a las estrechas y sinuosas callejas interiores de la Venecia costumbrista, pretérita e inmemorial, que confluyen en inesperados despartideros, bifurcaciones, y ramificaciones; pasajes lientos que exhiben con orgullo su pasado comercial, y marítimo, jalonados de bellas construcciones pertenecientes a unas familias tan antiguas como la propia laguna; edificaciones de ventanales y contraventanas de madera alistonada y superpuesta, coronados por pequeños frontones triangulares; multicolores coladas de ropa tendida sobre tendederos que se enzarzan, sin ocasionar disputa alguna entre ellos; paramentos de piedra extendidos hasta donde permite el límite de una mar, a veces conformista, dócil y apacible, que respeta escrupulosamente a una ciudad que poco a poco se hunde en su propio ser; a veces levantisca, contestataria, e insurrecta, que sumerge parcialmente bajo su rezumante y aguanoso poder la esencia misma de la ciudad, como si fuera una venganza fruto de una acérrima envidia por la belleza sin par de una ciudad, que es considerada como una de las más bellas del mundo.

LA GRAND PLACE, EL CORAZON DE EUROPA (BRUSSELS)

Un extenso tapiz multicolor compuesto por más de ochocientas mil flores, adornaba gran parte de la superficie de esta majestuosa plaza, la perfección y minuciosidad del colorido manto eran absolutas, en su anatomía se dibujaban detalladamente las formas curvas más inverosímiles, y las rectilíneas más lineales y rayanas; siendo la variedad de matices tal, que la combinación de las distintas tonalidades y gamas de colores daba lugar a una alfombra de ensueño, verdaderamente onírica,  mágica, y feérica.
Pero no sólo la colorimetría de esta fragante moqueta floral atraía la atención de visitantes y convecinos, también las colosales y policromas enseñas, pendones, y banderolas que permanecían asidos a los mástiles, enclavados en las fachadas de algunas edificaciones existentes en el perímetro del ágora, obligaban a alzar la mirada para contemplar la excelsitud de la construcción donde se hallaban situados los ondeantes gallardetes multicolores.
De este modo, el embrujo del gótico flamígero más tardío, tiene su máximo exponente en estas bellas construcciones, dando lugar a sucesivas e ininterrumpidas danzas de  ojivales arcos, que transmiten al observador una figurada sensación de constante traslación; fustes y capiteles que no desempeñan una función puramente constructiva, sino eminentemente ornamental; galerías de bóvedas coronadas por preciosos ábacos formados por infinitas filigranas, caulículos, ánulos, y florones de ángulo, que ensalzan extraordinariamente la belleza de algunas de estas edificaciones; cubiertas a dos aguas con buhardillas exornadas de fililí, plenas de ornatos por doquier, también contribuyen a enriquecer la beldad de éste singular ágora; filamentosas agujas de prominentes torres sobresalen enalteciendo la uniforme horizontalidad de la perspectiva, y despuntando en lo más alto de un cielo, que no teme ser herido por estas afiladas espínulas de piedra o aleación.
Sin embargo, esta belleza sublime se transforma en delirio al caer el propincuo anochecer, así entre la acentuada oscuridad crepuscular, acrecentada por los lóbregos paramentos de algunas edificaciones, el silencio se torna omnímodo, para instantes después resurgir la luz, la alegría, la jocundidad, y el bullicio, que ocasiona la irrupción de los haces multicolores que proyectan sobre los frontispicios de las construcciones toda clase de figuras e imágenes luminosas, al unísono de una música sincronizada con el fulgente espectáculo.
Simultáneamente, los fotográficos flashes deslumbran el ágora, formándose una imaginaria constelación de lactescentes y fugaces estrellas sobre el inmediato firmamento de la cuadrilonga explanada.
Tras la finalización de este esplendoroso espectáculo las gentes se dispersan por las calles adyacentes dirigiendose, unos a través de la puerta de la plaza situada en el ángulo opuesto al emplazamiento de la Casa del Rey de España, hacia el Manneken Pis, situado unas decenas de metros más abajo, exigüa y simpática estatua símbolo de la ciudad; otros sin embargo, prefieren dirigirse por una pequeña calle peatonal situada en el ángulo opuesto a la Oficina de Turismo, para adentrarse en un pequeño entramado de galerías reales con ciertas reminiscencias de la magnífica galería de Enmanuel II de Turín; recorriendo estas calles podemos encontrar en la Plaza de España la universal figura de Don Quijote y Sancho Panza, y un poco más arriba admirar la belleza de la catedral de Sant Michel, especialmente mimada tanto en su continente como en su contenido.
Pero regresemos de nuevo al eje de la vida belga a la Grand Place, y a sus aledaños, donde el tráfago de viandantes es constante hasta altas horas de la noche, cientos de turistas y curiosos abarrotan no sólo las adoquinadas calles limítrofes, sino también las numerosas terrazas, y establecimientos ubicados en el interior de su perímetro cuadrangular.
La Grand Place ha sido motivo de inspiración para escritores, y artistas de todos los tiempos por su inconfundible belleza y su deslumbrante esplendor.

LA PLAZA ROJA DE MOSCU (KRÁSNAYA PLÓSHAD)

El día era algo fresco a primeras horas de la mañana en la capital moscovita, a pesar de ser periodo estival, así tras dejar atrás la zona sur de Moscú denominada Zamoskvorechie, un área de la capital llena de pintorescas calles, renombrados museos, suntuosos palacios, bellas iglesias, y extensos parques, accedimos a través del sáxeo puente Bolshoi Moskvorietski, tendido sobre las plateadas y tranquilas aguas del caudaloso río Moscova a la mítica Plaza Roja de Moscú, el eje de la vida moscovita; desde este puente uno de los tres que comunican la denominada isla frente al Kremlin, se aprecia una perspectiva realmente maravillosa del recinto fortificado.Así, minutos  después nos encontrábamos ante la monumental estructura de la Iglesia de San Basilio, con una arquitectura tan caprichosa que es dificil encuadrarla en un estilo definido, más bien esas formas y elementos ornamentales evocan la arquitectura oriental, pero con ciertos matices europeos. Se trata en suma, de una construcción ambigua, enálague, y llena de dilogías que combina a la perfección el encanto e influjo oriental y occidental.
El efecto que produce la cercana observación de esas adiamantadas, almohadilladas, y orientales bulbas puntiagudas, dominadas en su cenit por unas refulgentes cruces doradas, resulta comparable al estar en un país imaginario, en un país de cuento de hadas, y ante un monumento que parece hecho por las manos de un experto maestro artesano, utilizando para su elaboración los más exquisitos dulces de chocolate y caramelo. Resulta paradójico que fuera el mismísimo Iván El Terrible, quien ordenara su construcción.
Dejando atrás este verdadero símbolo de la ortodoxia rusa, nos adentramos en el corazón de la Plaza Roja, una superficie adoquinada de aproximadamente más de quinientos metros de longitud, por cerca de un cuarto de kilómetro de anchura.
En aquellos momentos, sobre aquel grisáceo empedrado recordaba algunos acontecimientos históricos, que habían tenido lugar allí mismo; marciales paradas y desfiles militares del ejercito soviético, mostrando al mundo su potencial armamentístico y nuclear; vistosas ceremonias oficiales; manifestaciones en pro de una resurgente Perestroika, germen de la actual Rusia; y otros fastos públicos retransmitidos al mundo a lo largo de los últimos años.
Seguidamente, avanzamos en dirección Este tomando como referencia siempre el río Moscova, con su característico color lantano, así llegamos a la fachada central de los almacenes GUM, que se extienden de punta a punta por el flanco lateral derecho,  todo un simbolo del aperturismo sovietico, donde estan representadas las más prestigiosas marcas, y establecimientos comerciales de renombre universal, estos grandes almacenes comerciales se encuentran ubicados en un edificio de arquitectura realmente singular, calificada por unos como estilo imperio, y por otros como estilo neoruso, lo cierto es que sus distintos elementos impresionan al visitante, así aparecen decorativas bóvedas recubiertas de cristal y hierro; infinitas pasarelas y corredores, que conectan entre si todas las dependencias del singular edificio; y enrejadas barandillas que añaden vistosidad a un conjunto realmente bello en si mismo.
Tras abandonar el interior de estas galerias comerciales, simbolo inequívoco del neocapitalismo ruso, tomamos asiento en el café Bosco situado junto a la puerta principal de las mismas, desde allí tenemos una panorámica incomparable del mítico mausoleo de Lenin, dispuesto en forma de pirámide escalonada, y en cuyo interior se encuentra el cadaver embalsamado del lider bolchevique.
En la parte posterior del Mausoleo, se aprecian los extendidos lienzos de las murallas de granito rojo del Kremlin, fortaleza donde se custodian riquísimos tesoros de la cultura e historia rusa.
Sobre los paramentos, enalmenados, y dentados sobresalen los ictéricos edificios de la Administración Rusa, y concretamente sobre la cúpula del antiguo edificio del Senado es donde ondea la tricolor enseña blanca, azul, y roja simbolo de la moderna y cosmopolita Rusia. Desde allí se pueden observar las cúpulas de la denominada plaza de las catedrales en el interior del Kremlin, despuntando con sus dorados cimborrios que refulgen con los rayos del sol coronados por estilizadas y brillantes cruces; también se pueden apreciar las numerosas torres - más de veinte -, que custodian la ciudadela fortificada, destacando la eximia Torre del Salvador que culmina en una gran estrella de cinco puntas de color rubí, y que alberga en su interior el reloj más preciso de la Federación Rusa.
En el extremo Norte de la Plaza se ubica el Museo de Historia Nacional en el que se guardan colecciones de todo tipo de objetos artísticos, numismática, documentos, y libros de incalculable valor, y también los llamados “Tesoros Históricos del Estado”.
Tras acceder al recinto del Kremlin en su interior pudimos deleitarnos admirando los espectaculares interiores de las habitaciones de Palacio, donde predomina el color rojo simbolo inequivoco del poder zarista, las catedrales de la Asunción, y de la Anunciación, entre otras muchas cosas, todas ellas especialmente bellas, también la “Campana quebrada”, y el “Zar de los cañones”, la pieza de artillería más grande del mundo.Igualmente resulta agradable pasear extramuros por los bellos jardines de Alexandrovski, o visitar la tumba del soldado desconocido en el extremo norte del recinto amurallado, junto a la torre de la esquina del Arsenal.
Horas más tarde, un cielo nazáreo, ródeno, y empurpurado teñía el ocaso crepuscular, dando paso seguidamente a un luminiscente resplandor artificial, producido por las cientos de luces que iluminaban diáfanamente una de las plazas más simbólicas de la Europa Oriental.

LA PIAZZA DI SAN PIETRO (ESTADO VATICANO)

La visita a la ciudad eterna es en si misma un magnífico regalo para cualquier cristiano, en ella se pueden revivir los más grandiosos episodios de la historia de la floreciente Roma imperial o republicana, pasear por sus ruinas y foros palatinos, visitar el grandioso Coliseum, admirar las sáxeas columnas trajanas, etc monumentos todos ellos que nos hacen retrotraernos al periodo más atávico.
Si bien, la belleza de la Ciudad Santa no sería tal, sino fuera porque en su seno se encuentra no otra ciudad, sino un estado. Así, siguiendo el cauce del río Tevere en las proximidades del orbicular Castello de Sant` Angelo, ya se vislumbra la incomparable cúpula de la Basílica de San Pedro, basta recorrer los escasos seiscientos metros que separan ambos lugares a través de la via della Conciliazione para, primero acceder a la antesala de la universal plaza diseñada por el maestro Bernini, la pequeña ágora de Pio XII, y desde allí poder admirar la belleza del conjunto arquitectónico formado por la Basílica, la Piazza, y los edificios, dependencias, y museos Vaticanos.
Ante nosotros se erige un obelisco egipcio sin inscripciones dispuesto en el eje de la plaza, a ambos lados del mismo dos pequeñas fuentes barrocas, rompen la monotonía de la linealidad, y sobre el adoquinado de la plaza distinguimos ocho líneas paralelas formando una gran estrella central.
La monotonía de matices agrisados, propios de la explanada se quiebra con el vivo e intenso color de los uniformes de la Guardia Suiza.
Abrazando a la plaza elíptica se disponen dos cuartos de circulo sustentados por un incontable número de columnas de orden dórico, y sobre ellos enormes figuras de mármol, bajo este bosque de pétreas columnas encontramos un ávido lector, que nos sorprendió enormemente por el libro que  se encontraba leyendo, quizá no era el más adecuado para aquel lugar, pues su título en ese contexto resultaba ciertamente provocador y censurable: “Il Diavolo”.
Tras atravesar la plaza accedimos al interior de la Basílica, que deslumbra por su primorosidad, su pulcritud, y su excelsitud, así tras unos pasos sobre los púlidos mármoles, lo primero que aparece ante nuestros ojos es el célebre y barroco Baldacchino de Bernini, fastuoso, espléndido, y colosal; así tras recorrer minuciosamente el templo por excelencia de la Cristiandad, y observar entre otros detalles, la fascinante y majestuosa bóveda interior de la cúpula, así como los distintos confesionarios que disponían de carteles indicativos con el idioma de la confesión, más tarde descendimos a la cripta subterránea donde se encuentran las sepulturas de los padres de la Iglesia, en su interior el silencio es absoluto, y el color predominante el nacarado, así tras la visita de los distintos sepulcros, accedimos al  nivel superior para contemplar el mural, donde figuran los nombres de todos y cada uno de los Papas. Posteriormente tomamos el elevador que nos condujo a la cúpula, y tras subir unos metros más a pie obtuvimos unas maravillosas e increibles vistas panorámicas de la ciudad de Roma; una metrópoli con innegable idiosincrasia  mediterránea y latina, populosa, ferviente, y eterna por excelencia.

Este artculo tiene del autor.

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