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Violencia en Argentina (XLII): El riesgo de la uniformidad

Carlos O. Antognazzi

Argentina



En 1984, una novela de “anticipación” publicada en 1949, George Orwell planteó un mundo centrado en una figura emblemática conocida sólo en las pantallas, el «Gran Hermano» (denominación luego explotada cínicamente en el reality televisivo del mismo nombre). La característica de ese mundo tecnocrático y abusivo era la paranoia y la pleitesía a un poder omnímodo, capaz de hacer y deshacer a su antojo, que modificaba las reglas constantemente y que tenía espías diseminados hasta en el último rincón, de manera de asegurarse no sólo el terror que provoca la infidencia, sino también el control de la mente. Cualquier persona que pensase distinto a lo que postulaba el Gran Hermano tarde o temprano caía en las redes del sistema. En realidad, nunca estaba fuera de él. Lo más terrible de la novela es que el protagonista descubre que siempre estuvo dentro, que hasta sus devaneos amorosos y presuntamente “libres” estaban siendo monitoreados y que siempre fue un engranaje en la maquinaria totalitaria: another brick in the wall.

Violencia en Argentina (XLII):

El riesgo de la uniformidad

En 1984, una novela de “anticipación” publicada en 1949, George Orwell planteó un mundo centrado en una figura emblemática conocida sólo en las pantallas, el «Gran Hermano» (denominación luego explotada cínicamente en el reality televisivo del mismo nombre). La característica de ese mundo tecnocrático y abusivo era la paranoia y la pleitesía a un poder omnímodo, capaz de hacer y deshacer a su antojo, que modificaba las reglas constantemente y que tenía espías diseminados hasta en el último rincón, de manera de asegurarse no sólo el terror que provoca la infidencia, sino también el control de la mente. Cualquier persona que pensase distinto a lo que postulaba el Gran Hermano tarde o temprano caía en las redes del sistema. En realidad, nunca estaba fuera de él. Lo más terrible de la novela es que el protagonista descubre que siempre estuvo dentro, que hasta sus devaneos amorosos y presuntamente “libres” estaban siendo monitoreados y que siempre fue un engranaje en la maquinaria totalitaria: another brick in the wall.

Has lo que yo digo

Cuando era Gobernador de Santa Cruz Kirchner realizó un negocio redondo, primero con un juicio al Estado por regalías petroleras mal liquidadas, en 1993, y luego cuando vendió al triple de su valor los bonos de YPF que había adquirido con parte de esas regalías, en 1999. Pero el dinero no quedó en Argentina. Al año siguiente Kirchner lo deposita en el exterior. Puede considerarse que tuvo un panorama de lo que se venía, y que defendió el dinero de los santacruceños de la mejor forma: en un contexto de irresponsabilidades generalizadas, la garantía más sensata era sacarlo del país. Una de las cosas más importantes en un político es la capacidad de generar confianza en la población.

Lo que no parece lógico es que una vez finalizada la etapa de riesgo ese dinero no se repatríe. Más ilógico es cuando el mismo Gobierno anunció, dentro de la campaña electoral para octubre de 2005, que todo el dinero volvería al país antes de fin de año. Pero sólo se repatriaron 100 de los 500 y pico de millones de dólares y el resto sigue en Estados Unidos. Es una paradoja que Kirchner confíe más en Estados Unidos y su capitalismo salvaje que en el país que él mismo conduce. Expulsado Lavagna, no hay a quién echarle la culpa. ¿Kirchner no confía acaso en su política económica, que ahora decide por sobre una figura títere como Felice Miceli? El gesto del Presidente contradice, una vez más, sus palabras. ¿En quién debe confiar la ciudadanía? ¿En el gesto o en las palabras? ¿Kirchner fustiga la especulación económica del capitalismo estadounidense pero le entrega “su” dinero para que esos bancos hagan sus negocios? ¿No es, acaso, una forma de mantener la maquinaria del FMI, que puede entonces seguir dando créditos tramposos a los países del tercer mundo? Con su gesto, Kirchner está avalando y facilitando el trabajo del FMI. ¿Con qué entereza moral luego lo critica? ¿Y qué papel cumplen los gremios, al no exigir que ese dinero regrese a la Argentina?

Estas preguntas originan, a su vez, otras. ¿Es necesario que el Gobierno engañe a la ciudadanía? ¿No sería más honesto, además de ético, plantear la verdad? Ese temor que suelen tener los Gobiernos de que ciertas verdades antes que ayudarlos podrían minar su poder, suele ser una falacia. La ciudadanía podría brindar mejor y más apoyo ante un acto de honestidad del Gobierno que reconoce los problemas propios en lugar de inventar otros afuera. Es cierto, también, que la ciudadanía piensa más con el estómago que con la cabeza, y que mientras los niveles económicos se mantengan más o menos en orden no provocará los desmanes del 2001. Pero la inflación suele manejarse con reglas propias, independientemente de los buenos deseos.

Paraísos terroríficos

La comparación inicial con 1984 puede resultar algo chocante, pero es procedente: las formas sutiles que tiene Gran Hermano para moldear la conciencia de los ciudadanos se basan en unas pocas reglas, y eso es lo que vuelve más terrible a la novela, pues es relativamente sencillo generar una psicosis totalitaria y hacer creer a la ciudadanía que están en el mejor de los mundos cuando en realidad el mundo se cae a pedazos. Hay dos películas deudoras de 1984: Brazil, de Terry Gillian, y La isla, de Michael Bay. Esos mundos artificiales que ahogan al diferente y lo martirizan no están lejos de la realidad, y por eso son más eficaces, pues el temor que originan se basa en un conocimiento previo, o en todo caso en una sospecha, del espectador. En todos los ejemplos se está debatiendo el riesgo del pensamiento único, el artificio de una única posibilidad de pensamiento, que reniega de toda desviación. Quienes primero acusan el impacto son los artistas e intelectuales, en general acostumbrados a no hacer concesiones fáciles y a tener ideas propias. Por eso los Gobiernos dictatoriales y mesiánicos siempre se llevan mal con los intelectuales y el periodismo responsable.

La idea habitualmente aceptada es que esa estructura de poder se corresponde al totalitarismo de un gobierno de derecha, con connotaciones fascistas, y como ejemplos paradigmáticos surgen las figuras de Hitler y Mussolini. Tomás Abraham señaló que «el fascismo no es sólo un régimen histórico-político, es una actitud frente a la vida comunitaria», y que «cuando el proceso social es concebido como una jungla en la que prima un método inapelable de selección», se está ante «el fascismo de derecha». Pero también hizo notar que cuando «la cara de la justicia se quita las vendas de los ojos e ilumina a una vanguardia esclarecida que habla en nombre de lo que debe querer la gente», se está ante «el fascismo de izquierda» (Miedo y fascismo argentino. Revista Noticias, 28/08/04. p. 89).

El dilema del pensamiento único no es entonces mejor que otro por considerarse que se diferencia de un Hitler o un Mussolini, sino que encuadra en la misma categoría de fascismo. Coinciden los métodos de manipulación de las mentes, los sistemas de propaganda, la presión, y la orquestación de seudo verdades y una construcción de constantes enemigos para justificar e incentivar el espíritu nacionalista. Aunque por poco tiempo, Leopoldo Fortunato Galtieri consiguió aunar a buena parte de la población con el símbolo de Malvinas frente al “enemigo común” que eran los ingleses. La fantochada duró poco, pero sólo porque los ingleses vencieron. ¿Qué habría ocurrido si Argentina ganaba esa guerra? ¿No se hubiesen posicionado nuevamente los militares, y habría seguido el proceso con el apoyo de la ciudadanía?

Oposición constructiva

«Una época sin crítica, o bien es una época en la que el arte es inmóvil, hierático y limitado a la reproducción de modelos formales, o bien es una época carente de arte», aseguraba Oscar Wilde. Aunque correspondía a otro contexto, la frase es pertinente. Es la crítica fundamentada la que mina y desbloquea el fantasma del pensamiento único y su correlato de mesianismo.

Argentina hoy corre el riesgo de la uniformidad, de manejarse bajo la línea directriz de un pensamiento único orquestado desde el Gobierno, con la agravante de que hay contradicciones que el Gobierno no puede ocultar. Además, el pensamiento único es contrario a la democracia por suponer la existencia de un partido único. Daniel Larreta lo define con claridad: «Del mismo modo en que no hay democracia sin república, no hay república sin partidos fuertes, muy regulados, que sean mediadores entre la voluntad popular y el ejercicio del poder» (cfr. Sin partidos, la democracia muere. Entrevista de Carmen María Ramos, La Nación, 14/01/06, p. 16). Entre otras cosas, Argentina adolece de la falta de partidos fuertes. Salvo el peronismo, que más que un partido es un movimiento corporativo, oscilante según soplen los vientos de la propia conveniencia, los demás partidos que deberían agruparse en el terreno de la oposición delegan su deber y no actúan como corresponde. Esa anuencia alienta el escepticismo ciudadano y fortalece la uniformidad. El círculo vicioso incrementa la pauperización de la democracia.

El pasado 27/12/05, cuando acordaron una estrategia común algunos legisladores y ONG frente al atropello del Gobierno en el caso del Consejo de la Magistratura, se abrió el camino para la esperanza. Pero a esa esperanza hay que construirla a diario con responsabilidad y seriedad. Los partidos políticos en Argentina, en general, aparecen como grupos errantes que no terminan de encontrar el perfil opositor que requiere la ciudadanía. No se trata, por ello, de que el movimiento peronista tenga poder, sino que la oposición carece de él. Si la oposición cumpliera con su objetivo primordial el peronismo no tendría tanta facilidad para arremeter contra las instituciones pilares de la democracia. Una sentencia de la sabiduría popular define con ironía lo que está ocurriendo: «La culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer». La responsabilidad es compartida por oficialistas y opositores por igual.

Llama la atención la anomia de la oposición, enfrascada en luchas intestinas que favorecen al Gobierno. El radicalismo no ha sabido recuperarse después de De la Rúa, y eso pesa cada día más. Carrió y Macri no cuentan con una estructura importante en provincias. No hay renovación de personas ni de ideas en ninguno de los partidos, y eso también es preocupante. El espectáculo que se le está brindando a la juventud es triste. Hoy se están sentando las bases de lo que tendremos el día de mañana. No debería haber sorpresas entonces cuando llegue el momento de recambio de la clase dirigente.

© Carlos O. Antognazzi

Escritor.

Santo Tomé, enero de 2006.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 20/01/2006. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2006.

Este artículo tiene © del autor.

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