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Tarde...

脕ngeles Charlyne

Argentina



Paloma levant贸 la tapa. La boca del cofre se abri贸 para respirar, repleto por el ahogo de tantas palabras estacionadas; introdujo la carta, la asfixi贸 junto a las dem谩s, otra vez lleg贸 la oscuridad, le puso llave y sali贸 de la habitaci贸n, clausur谩ndola con otro cerrojo.
Pas贸 por el corredor que comunicaba al ba帽o, se detuvo; Marcos estaba frente al espejo. Una espuma blanca ocultaba parte de su rostro, todo un paisaje nevado. La m谩quina de afeitar sub铆a y bajaba, esa huella lisa y tersa que iba dejando, le record贸 una silla de nieve rasurando caminos; el espejismo desapareci贸 pronto, pero los hielos del alma segu铆an carcomiendo hasta los huesos.
Marcos repar贸 en su presencia cuando ella estaba llegando a la puerta, se asom贸, la salud贸 extendiendo la brocha empapada de blancos, que a煤n sosten铆a en su mano Paloma se dio vuelta y lo salud贸 con un gesto. 脡l se qued贸 hasta verla desaparecer. La puerta tembl贸 y un cercano llamador de 谩ngeles se bambole贸 para sonar como nunca.
Era lunes de ma帽ana y el agitado fin de semana se hab铆a disuelto. Una forma m谩s de litio mutando hacia la elusiva zona de expectativas y otras de las rutinas insalubres que azotaban su inteligencia. Paloma vol贸 rumbo a la cocina para prepararse el desayuno. Una solitaria decisi贸n que conservaba en eso de conservar la independencia y los s铆miles de la libertad, cuando se quiere preservar, como ella, espacios plenos para uno. No sol铆a explicar y los dem谩s terminaban por aceptar, no sin protestas a veces, las distancias que tomaba de la vida de los otros.
La luz del sol rebotaba en las blancas paredes de la no menos blanca conformaci贸n del mobiliario, todo lo cual le confer铆a un aire extra帽o, irreal. Entrecerrando los ojos pudo ver los cipreses enjutos que descend铆an el suave declive del parque. La mirada se perd铆a porque el espacio estaba dispuesto para declinar, cort茅smente, descubrir el horizonte.
Prepar贸 el jugo de naranjas en un vaso alto y delgado, mientras meticulosamente dispon铆a el orden del lugar. En tanto modificada el de las cosas, con un plato de tostadas dispuestas sobre un mantel verde veron茅s, oscuro y brillante. Tanto la tetera como la lechera individual, luc铆an primorosas, como piezas 煤nicas -lo eran- y la taza transparentaba las delicadas formas que hac铆an propicio su placer.
Se dijo que s铆. Que su placer estaba antes que nada. Se detuvo en un movimiento casi circular, al recordar la carta y el remitente.
Un largo silencio se agazap贸 detr谩s de la puerta de la memoria. Hubo muchas y artesanales formas de desviar esa correspondencia, casi implacable, que la segu铆a a lo largo del tiempo, y que la abrumaba, no tanto por el riesgo de ser interceptada y consiguientemente, interpelada, como por la fuerte sensaci贸n de sentirse condicionada. Tampoco eligi贸 elegir, pens贸, pese a que la decisi贸n estaba por encima suyo. Hab铆a comprobado a lo largo del tiempo, que por m谩s inesperado que fuere el lugar donde se hallara, ellas llegaban con implacable precisi贸n, una vez por mes desde ya hac铆a demasiado tiempo. Algunas cubr铆an formalidades aunque el reclamo persist铆a. Su negativa al encuentro fue la ruptura del cristal en una tarde mayo, cuando Pablo supo olvidar la cita por otra y con otra, desarmando el mundo l煤dico donde ella hab铆a instalado esa relaci贸n casi sacramental. Nunca se trat贸 de despecho, celos, odios, venganzas, rechazos. Nada de eso ten铆a lugar en su alma. Simplemente el peso de la tristeza honda, casi l谩nguida, et茅rea, indescifrable pero tambi茅n ilevantable, hab铆a clausurado para siempre -lo supo despu茅s- la construcci贸n de un futuro con sue帽o de promesas confesables, s贸lo para ella. Tambi茅n se record贸 que nunca se lo hizo saber porque la sorpresa siempre tiene lugar despu茅s y esta vez, la suya fue desafortunadamente primera.
Pablo no s贸lo no se resign贸. Sino que dedic贸 los siguientes veinte a帽os a buscar la indulgencia, la absoluci贸n, fruto de la percepci贸n del nunca m谩s. Consagr贸 su vida a seguir sus pasos a lo largo de la vida, sin olvidar un d铆a, con la obsesi贸n consagrada.
El 茅xito acompa帽贸 su vida profesional pero ese era el costado perfeccionista, con el cual ambos hab铆an elaborado, antes, los mutuos respaldos. Paloma bail贸 la vida de los poetas dejando su huella en el alma de los otros, y nosotros -se dijo Pablo-, los blancos de papeles entintados, inmortalizando una danza propia, celebrada por el mundo de los dos.
Paloma agit贸 la cabeza en su cocina y el jugo se meci贸 en la copa que bebi贸 de un sorbo. No ten铆a ganas de encontrarse all铆 con su marido y hablar de la previsible jornada de 茅l en su empresa, capaz de condicionar hasta el minuto feliz, como ocurriera, cuando naci贸 Luz. Parti贸 rumbo al parque para caminar en c铆rculos, como sol铆a hacer, tiempo que consagraba a lidiar con sus sentimientos, ordenar ideas, buscar la forma, planear un salto o simplemente escuchar el silencio.
Nunca hall贸 razones para responder una sola de las cartas de Pablo. Era impensable. El deber铆a haber aceptado que la realidad puede parecerse a la verdad, dependiendo desde donde se la mire.
Una paloma blanca detuvo su vuelo en la parte superior de la residencia vecina, no tan distante como para que ella no advirtiera una ligera impaciencia. La fijeza posterior la inquiet贸 y un ligero estremecimiento la oblig贸 a abrazarse.
Se volvi贸. Entr贸 en la casa. Abri贸 la puerta, se sent贸 al escritorio, tom贸 su pluma, la humedeci贸 en la tinta y comenz贸 a escribir: “Pablo, es tarde para llegar tarde a alguna tarde”...
Una radio lejana, posiblemente la de Marcos, anunciaba... Se suicid贸 el doctor Pablo Fern谩ndez...
Paloma busc贸 con la vista la paloma, pero ya no estaba y una sola l谩grima rod贸 hasta naufragar en sus labios apretados, mordiendo el silencio.

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