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LUÍS SUARDÍAZ: EL MÁS ILUSTRE DE LOS HUÉSPEDES

Lázaro David Najarro Pujol

Cuba



"Buscando un corazón/ con sangre de otro/ cuerpo,/ gastamos nuestras armas/ sueño a sueño hasta/ llegar..."

 

Luis Suardíaz Rivero escribió sus primeros poemas y prosas en el camagüeyano hotel Plaza.

En la casi centenaria edificación conoció a muchas personalidades de la cultura, las letras, la música, el deporte...

El hotel fue  testigo asimismo de sus actividades en la lucha clandestina en la capital agramontina, donde convinó poesía y revolución.

El 13 de agosto de 1958, surge su “instante donde sostiene toda la luz.”

“Alguna vez,/ mañana/ levántame y dispérsame,/ entrégame con el triángulo/ fatal de tu inocencia/ el continente oscuro y breve/ de su vida.

“Y que la sangre/ suba entonces,/ mientras la carne deja/ su existencia en el tiempo./ Sin un asombro, sin un grito, circundando el vacío.

El hotel fue su refugio durante mucho tiempo: Siempre lo perseguía constantemente la nostalgia y lo traía por horas o días de regreso a su ciudad y a su habitación 241. “Mañana es siempre un sueño”. Cuántas veces no soñó el periodista en esas cuatro paredes con vista al sur.

En el Plaza están sus recuerdos, sus vivencias e incluso el poema Nonsense, mecanografiado en su siempre fiel máquina de escribir, con fecha 13 de junio de 1955.

Para un instante,

cruel y torpe,

            vivimos;

parados en la sed

y en el castigo.

 

Vivimos hermanados

al último sonido,

a la pena singular

                       del

más cercano.

 

Buscando un corazón

Con sangre de otro

                       cuerpo,

gastamos nuestras armas

sueño a sueño hasta

                       llegar.

 

Y una noche de campanas

 y cerzas perdidas,

el lodo nos sonríe

                                   y...

terminó el andar.

 

Para un instante vivimos

                       (uno sin par)

y, a veces lo perdemos

                       -¡Final!-

 

El hotel le dio la posibilidad de “haber vivido” una etapa imprescindible de su existencia y desde donde, constantemente presenciaba “La fuga de los trenes” con destino disimiles: al norte, el sur, el este y el oeste para donde dirigía la mirada y el corazón.

El hotel Plaza recobró su vida. Ahora sus trabajadores se siente orgullosos de ese gran hogar. Han decidido decorar la habitación 241 que siempre utilizó el poeta, con algunos de sus libros, documentos, fotos y su máquina de escribir que tanto amo y conservó hasta el final de su vida física.

Luis Suardíaz Rivero es para siempre el huésped más distinguido del hotel Plaza.

La esposa del periodista, maestro y ensayista, sus hijos, sus nietos y sus amigos de siempre así lo ven. Sus libros nunca serán papeles de inútiles palabras, ni mojados; ni su ciudad, la madre tenebrosa de aquellos años en que la gente con piel de momia arrastraba el vacío de sus huesos, parafraseando al escritor.

En el Plaza se inspiró cuando escribió el poema “Retrato de un ascensoristas adolescente”. Hablaba de si mismo. Describe ese transitar por los pasillos del inmueble donde trabajó como carpetero, mensajero...  Allí escribió algunos de sus libros, plegables, memorias y poesías desde la visión de sus personajes: los trabajadores de los servicios del Plaza de los años 50: “Sus manos/ atacan las inmundicias y exprimen las gruesas frazadas hasta el total desgarramiento...” (...) Se arriesgan los camareros entre microbios y bacterias aún no clasificadas...”  Quizás se refiera a los fornicadores, soldados, politiqueros, asesinos a sueldos, senadores, alcaldes...

Desde los grandes ventanales del hotel vio también desaparecer aquella podrida sociedad contra la cual conspiró desde su posición de intelectual revolucionario: “...se va también esta ciudad con el fantasma de la tiranía...” y se hace realidad con el triunfo revolucionario su sueño de conocer La Habana que lo cautivó desde su adolescencia. En la gran urbe decidió fundar hogar y familia.

En su refugio perpetúo,  en el Camagüey, está también una gran colección de sus libros sin faltar tampoco “La simiente, su último poemario que no logró ver impreso porque la muerte lo sorprendió el 6 de marzo de 2005(1).

Nos dijeron

esta es la belleza.

Para que no pudiéramos

verla con nuestros ojos

ni hacerla con nuestro

propio esfuerzo.

 

Por ahora sería difícil

decir: esta es la belleza.

Y no lo hacemos porque

fatalmente nos equivocaríamos.

 

Pero Suardíaz a decir de  Volodia Teitelboim, en mensaje desde Chile a Elisa Masiques, la viuda del poeta: “Hombres así dejan en la vida y la historia un trazo que va más allá del tiempo...”  (...) “ La revolución se enorgullece de su poesía. Hizo de ella un canto nuevo y un poderoso mensaje. Evoquémoslo sencillamente como un personaje atado a la memoria del futuro. Contemos a diario con un hombre que se quedó para estar donde siempre estuvo...”

No habrá nostalgia por su ausencia, porque está en el corazón de su gente que jamás dejara que se marche a ningún lado. Vuelve a su ciudad  del Puerto del Príncipe que lo vio nacer el 5 de febrero de 1936, donde se le recuerda por su extrema sencillez, perenne sonrisa, amabilidad, respuesta ágil e inteligente y su peculiar sentido del humor. Estará en su Camagüey de siempre, donde “bajo la misma lluvia aérea” salta aquel niñez “una tapia de ladrillos rojos” y evoca “...sin ninguna piedad para mi alma las calles de invierno en las que nadie me espera” (...) “...Volver.

Llueve sobre los escombros

y los techos ocres de la ciudad...

Empecinada, inútilmente,

yo compongo los hilos rotos

de los desencuentros.

Vuelve a su ciudad para siempre, aunque como expresara Rafael Bernall en la despedida de duelo: “Nada disminuye la magnitud del hecho: Camagüey pierde a uno de sus más fieles lugareños, Cuba a un hijo magnifico, la poesía a un brillante exponente, el periodismo una pluma recia y fértil, la revolución a un militante, todos nosotros a un amigo, Elisa a su esposo y sus hijos a un padre ejemplar. El vacío es enorme...”

P.-S.

(1) La universidad de Camagüey le otorgó a Luis Suardíaz, el titulo (Post Mortem) de Doctor Honoris Causa, en ceremonia solemne efectuada en el salón de Protocolo de la Plaza de la Revolución Ignacio Agramonte, el domingo 5 de febrero de 2006, en el aniversario 70 de su natalicio.

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