¿Por qué buscar fuera de mí aquello que imprimiste a fuego de solana, tus cabras por el monte pastando sinfonías de azules verticilos? ¿Por qué, si en mis arcanos dejaste tus memorias, he de besar la sombra de almendros y rosales? ¿No tiembla la azucena, cuando la luz celeste descubre en el recuerdo el brillo traicionero de hirientes espadones? Así, al despuntar el orto, el lírico espartal donde soñabas luciérnagas de besos encendidos inclina sus panojas al aire de apagados juramentos. Y así, hundiendo mis raigones en la podrida alma de vítores y aceros, concluyo mi batalla, Miguel, sintiendo que estás vivo.
Hiciste sinalefas con soles de alboradas y trinos ruiseñores sobre un jergón de borra donde dormía el alba, mientras en celda umbría llorabas soledades. Cantaban el silencio y la nostalgia, cubrían alevillas las luces matinales, se hinchaba el arco iris con versos de colores, y la melancolía -tu hebra de tristeza- hilaba plenilunios al tiempo que tu sombra, preñando el firmamento de lirios y corales, soñaba consternada mil nanas de cebolla. Entonces yo era un niño; un corazón sangrando humores de alacranes, como el clavel marchito supura desconsuelo y la penumbra grita los besos olvidados. No en vano aún llevaba mi espíritu retoño un tiempo de dolores congelados. No en balde ya, Miguel, entonces -siniestros los minutos de hambruna y de retama- no sabía que lágrimas y olvido, penurias y terrores, al tiempo engendrarían mi amor por tus poemas, mi inclinación al arte por ser tú poesía. Miguel estás presente; presente en mis arcanos, porque eres..., porque eres la flor de la pasión que vela en mi memoria la luz que aún derraman tus versos sobre trochas y barrancas.
Augustus