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EN UN DÍA TAN SEÑALADO PARA LA MUJER

César Rubio Aracil

España



Mujer, si piensas que el macho va a defender tus derechos, te equivocas. Hacerlo así supondría reconocer su despotismo.

Podría comenzar este artículo entonando un himno para ensalzar la lucha de la mujer por su emancipación de la despótica actitud del varón. No voy a hacerlo. Mejor que aleluyas, verdades. Las mías, por supuesto, dado que no creo en la existencia de valores absolutos. Sin embargo, admitido por mi parte el déficit de sinceridad que subyace en las manifestaciones masculinas a favor de la mujer, me inclino hacia el lado de la franqueza. Ésta ha de ser mi contribución en el día de hoy, dedicado a la mujer trabajadora, cuyo significado amplío al género femenino en general.

Me considero hombre más dado a la reflexión que a los elogios. En la comprensión radica el positivismo o, para ser más explícito, el realismo, ante el que deberíamos desnudar nuestras miserias. Afirmar que la mujer está explotada por el varón desde tiempos ancestrales lo considero una declaración que, por manida, y en no pocos casos adulterada con fines innobles, la detesto. Manipulados estamos todos los seres humanos, porque el Poder (permítaseme escribirlo con mayúscula) no distingue entre ambos sexos. Sin embargo, es bien cierto que dichos manejos vienen determinados por la masculinidad, imperante desde tiempos inmemoriales. ¿Deberíamos acabar, pero ya, con esta situación injusta? Obviamente, sí. Mas no es posible por el momento, y habremos de esperar mucho tiempo antes de conseguirlo. Tengamos en cuenta que, ni estamos aún preparados para afrontar semejante crisis, ni, por asomo, la mujer, en general, contribuye a lograrlo como debiera; por supuesto, mucho menos, el varón. Pero, antes de tratar un asunto tan espinoso, veamos algunos casos que, por arraigados en el dominio macho, precisan ser contemplados con serenidad. Se trata de aspectos poco importantes, en relación con la magnitud del problema hombre y mujer, aunque significativos. Vayamos a ello.

Existen tres marcadas tendencias que deberían haber estado en manos femeninas, por ser la mujer el sustrato fundamental de esta cuestión: cocina, vestido y belleza. Sin embargo, cocineros, modistos y peluqueros han estado y están usurpando unas funciones directivas que, por tradición, no les corresponde. No porque el hombre no deba contribuir en el hogar a cocinar, peinar a su compañera e hijos y coser cuando sea preciso, sino porque, en realidad, son ellas las que han estado haciéndolo desde siempre en condiciones infravaloradas por nosotros. Claro, al hombre no le ha interesado, ni le interesa, que trabajos semejantes, importantes para los objetivos del poder terrenal, estén dirigidos por mentes sensibles. Aunque estas afirmaciones puedan parecer una nimiedad, suponen una considerable fuente de ingresos, que maneja el varón a su antojo, sirviendo de explotación en general. Así, en vez de recurrir a la sana cocina mediterránea, comemos hamburguesas; y, del mismo modo, la mujer viste como les da la real gana a los célebres modistos que diseñan prendas caras (la mujer es la que las cose para ser nuevamente explotada), y va peinada (por muchas peluqueras de barrio que existan) como les sale de los cataplines a los peluqueros de renombre. ¿Estamos?

Centrémonos ahora (aunque por mi parte sea reiterativo) en el significado de ciertas palabras. “¡Cojonudo!” ¿Qué quiere decir este vocablo? Por el contrario, fijémonos en esta frase: “¡Vaya coñazo!” Sin comentarios. Setrata de un ejemplo para demostrar que, desde la palabra hasta cualquier hecho material,el imperio es masculino. También, una conducta varonil que siempre me ha llamado la atención: la defensa a ultranza por parte del hombre respecto a su pareja. Pocos son los que hablan mal de su consorte: ponderan sus virtudes, la alaban ante sus amigos, etc. ¿Por qué? Sencillamente, por considerarla objeto de su propiedad. En cambio, la mujer no procede del mismo modo. ¿Porque es dañina? No. Por no sentirse dueña de su hombre. Qué pena, ¿verdad? Más cosas, ahora sí, sangrantes:

Leo en la prensa que el 78 por ciento del trabajo precario lo realiza la mujer, como asimismo que ésta percibe por su trabajo, en igualdad de condiciones, una remuneración equivalente al 60 por ciento respecto a la de su oponente. ¡Lamentable! Del mismo modo, peor todavía, pese a las medidas gubernamentales adoptadas, la violencia de género va en aumento. Ni leyes, ni cárcel, ni santiscarios de mi cosecha capaces de crear imposibles castigos. El macho se siente herido, y prefiere su aniquilación antes que entregarse a una causa noble y justa.

Hasta aquí, unas cuantas pinceladas sobre el dominio macho. Ahora, abordemos la responsabilidad femenina en este conflicto.

¿Cómo educa la mujer a sus propios hijos? ¿Qué orientación da a sus retoños para conseguir sus fines, justos y necesarios para que la humanidad avance hacia una estabilización familiar y social? ¿Cómo se comporta, en infinidad de casos, con sus empleadas domésticas, tanto en el aspecto retributivo como en cuestiones de trato, incluyendo en esta cesta a más de una feminista? ¿Ayuda siempre, o defiende, a las inmigrantes que abandonan sus hogares y su nación? ¿Demanda de la Iglesia el reconocimiento de sus arremetidas contra el sexo femenino, comparando a las damas en ciertos concilios con los animales?, ¿exige que no influya contra sus pretensiones de igualdad humana y social con el hombre? ¿Es consciente de la manipulación política a que está sometida? Son éstas preguntas que me hago con el fin de poner un poco de claridad en un tema tan complejo como el que estamos viviendo. Todo avance precisa de una serena reflexión. Partiendo de mi reconocimiento sobre la realidad machista, emplazo a la mujer a que medite también acerca de su responsabilidad en este choque. No basta con enarbolar banderas ni portar pancartas. Tampoco es suficiente con celebrar su Día, el de hoy, reclamando derechos innegables. Hace falta más; bastante más, porque los varones -dígase lo que se quiera- todavía no estamos dispuestos a soltar amarras. Ésta es mi sincera contribución, no a favor de la mujer sino de la justicia. En un día como el de hoy, el hombre, aunque le duela, debe reconocer que sigue mintiendo; y la mujer, que está conformándose con poca cosa.

Augustus.

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