Nacà en un hogar muy pobre, soy de origen campesino, la mayor de nueve hermanos. Desde niña tuve que empezar a trabajar para ayudar a mantener a mis hermanitos, por eso no pude ir a la escuela, que además, quedaba muy lejos, habÃa que ir a caballo o caminar demasiados kilómetros para una niña tan pequeña. Asà fueron pasando los años y me iba quedando analfabeta, pero el deseo de aprender, de hacer algo mejor con mi vida no me abandonaba. Me daban celos de ver a la hija mayor de mi padrastro que sabÃa leer y tenÃa una letra muy linda; cuando le pedÃa que me enseñara, me echaba de su lado. Realicé muchos trabajos: cuidar niños, ayudante de cocina, trabajar en la agricultura y hasta hacer carbón para vender...
Un dÃa, a mi padrastro le dieron una plaza de conserje en una escuela nueva que habÃan abierto un poco más cerca de mi pueblo y no quiso aceptarla; decÃa que eso era trabajo para mujeres. Yo la tomé en su lugar, me parecÃa un regalo comparado con lo que hasta el momento habÃa tenido que hacer. AsÃ, con 14 años, sin haber calzado nunca un par de zapatos, comencé a limpiar la escuelita. Por aquella época pasaba tanta hambre - el dinero que ganaba se lo tenÃa que dar a mi padrastro, que lo administraba a su manera - que hasta me comÃa los pétalos de las flores, recuerdo que la dueña de una casa donde trabajé decÃa que no sabÃa por qué los marpacÃficos de su jardÃn no florecÃanLa sola vista de la escuela me llenó de ilusión, me hubiera gustado ser uno de aquellos niños cuyos padres podÃan darse el lujo de enviarlos a aprender las letras. No se trataba de dinero, porque era gratis, sino de tiempo; en aquella época habÃa que crecer muy rápido para ayudar a la familia a sobrevivir... No me atrevÃa a entrar a las aulas durante las clases, pero los oÃa repetir las vocales y las consonantes y lo hacÃa a coro con ellos, bajito, a veces me asomaba por la ventana para ver qué figurita representaba cada sonido.
Un dÃa fui a borrar una pizarra y me di cuenta, que de tanto empeño en repetir y espiar las clases, entendÃa lo que estaba escrito en ella. TenÃa que ir despacio, pero estaba segura de que YA SÉ LEER, es lo que estaba escrito en el pizarrón. Algo me dio por coger la tiza y tratar de dibujar lo mismo que veÃa escrito, me salió horrible, pero seguà repitiéndolo hasta que me quedó bastante bien. Ese fue el dÃa en que comencé a aprender a escribir. A partir de entonces le decÃa a las maestras que dejaran las pizarras sucias, que yo se las limpiaba, y lo que hacÃa era tomar la tiza para repetir todo lo que estaba escrito en ellas.
Cuando tenÃa dudas con alguna palabra o con la gramática, usaba un truco: como conserje, me correspondÃa revisar las cabecitas de los alumnos para revisar si tenÃan piojos; si les descubrÃa alguno, los tenÃa que mandar de vuelta para su casa. Si yo querÃa aprender algo le decÃa a cualquier niño a quien yo supiera que le gustaba la escuela: "Tienes algunos bichitos, pero si me enseñas como se escribe tal palabra, o como se conjuga tal verbo, yo te los mato para que puedas entrar a clases". El niño me enseñaba, yo le hacÃa un poco de cosquillas en la cabeza, lo peinaba y lo mandaba a entrar. No querÃa decir abiertamente que estaba aprendiendo a leer. Tal vez tenÃa miedo de que se burlaran de mi tamaño, porque a pesar de mi edad ya parecÃa una mujer hecha y derecha, o de mi interés por aprender.
Cuando se acabó la contrata en la escuela, mi padrastro no quiso renovarla, dijo que me habÃa encontrado un trabajo que pagaba más. Me pareció que el mundo se me venÃa encima. Pero comencé a trabajar en casa de una familia acomodada y pronto descubrà que podÃa seguir aprendiendo sola, para eso buscaba todos los papeles que botaban: revistas, periódicos viejos, listas de compra... hasta las cartas, si se llegan a enterar de esto me hubieran despedido, pero mi interés por aprender superaba a veces mi cordura.
Cuando leà por primera vez en mi vida una novela - se llamaba EL CHACAL DE TACUBA -, ya tenÃa casi 17 años... Al ver que era capaz de entender todo lo que en ella estaba escrito, me pareció que me habÃan crecido un par de alas.
Ana MarÃa Tamayo Espinosa
Nacionalidad: Cubana
Edad: 77 (26/07/1927)
Ocupación: Ama de casa
Premio: "El arte en septiembre" 2002
Este relato está basado completamente en hechos reales.
Ilustraciones: Ray Respall Rojas
FotografÃa: Marié Rojas Tamayo
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