Viernes sábado domingo
Tres dÃas en chirona Rubén Patrizi.
– ¡ Cédula !. Contra la pared.
Los tres jóvenes se dirigieron a la pared para ser requisados.
Manos en la espalda, en la cintura, en las piernas, en las caderas, muslos, entrepiernas, tobillos, hombros, sobacos.
– ¡ Móntense en la patrulla ¡- Hablaban los polis con su rostro adusto y sombrÃo , repitiendo---.¡ Móntense esto es una redada.!,Vamos a la comisarÃa para la confirmación de sus identidades.
– ¿ Pero qué hicimos ,qué pasa ? Exclamaron los tres al unÃsono........
..........Fueron alojados en una celda.
Allà encontraron a un individuo, un asiduo visitante de estos sitios, entraba casi todos los viernes y salÃa los lunes.
.........Y asà nos replico junto con llegar con voz estertórea
– ¡ Aquà el que manda soy yo ¡----DecÃa esto mirando el techo, recostado en el piso con la espalda en la pared y repetÃa¡--- El que se meta conmigo lo quiebro ¡---, Exclamaba esto casi con un grito ocultando su miedo . Como en otras ocasiones en que fue golpeado, siendo en varias oportunidades un puching de otros asiduos visitantes de esta cárcel.
El cuartucho donde estaban alojados era de unos seis metros de largo por unos de tres de ancho y algo más de alto, todo rodeado de paredes menos al frente, donde habÃa una gran reja, y ésta con una puerta también grande, más de un metro aproximadamente.
En el piso habÃa un agujero, un gran hueco. Era donde, obviamente se sastifacian las necesidades fisiológicas, a la vista de todo el mundo.
El sitio fue llenándose poco a poco, entraban de a por uno, luego de a tres, luego de uno, otra vez, y asà se empezaron a formar grupitos y como por arte de magia cada persona o personas que iban llegando, se acomodaban a su grupo. Era como un acuerdo tácito el de las personas, cada uno sabÃa donde cobijarse.
Algunos venÃan embriagados, otros drogados. Los muy borrachos que casi se caÃan eran alojados en otras celdas, ya sabÃan que si se dormÃan en estas, eran objetos de robo o lo que fuera, ya que si no estaban en su control podrÃan ser victimas de cualquier oprobio.
HabÃan varias celdas como la nuestra, algunas un poco más pequeñas y todas daban hacia un pasillo central.
Asà se empezó a llenar esta gallera .Los gruñidos de borrachos, los gritos de los manÃacos y de los drogados bullÃan en estas heterogéneas celdas cada vez más llenas.
Después de la requisa donde nos quitaban los documentos, nos revisaban hasta la conciencia; nos quitaban las agujetas de los zapatos, las correas, todo lo punzante y cortante que pudiésemos llevar.
Allà estábamos como animales en unos corrales, sintiendo nuestros olores, oyendo lamentos, haciéndonos en grupos, cuidándonos del roce, del habla, de molestar y de ser molestado, de no mirar fijamente y de no mirar. Todo o nada podÃa ser el detonador de una chispa para empezar una pelea o una discusión, que tan solo se evitaba por la previsión de que no fueran a venir los policÃas a castigarnos o a incomunicarnos como se comentaba.
En esta pequeña selva en donde las pasiones humanas se agudizan y la ley del más fuerte es la norma, hay que tener cuidado de no caer en provocaciones.
Asà pasamos las noches, dormidos en el piso, encima de nuestras camisas usándolas como catre, arropados con la oscuridad. Noches largas de insomnio donde se oÃan los murmullos, los ronquidos, los suspiros y llantos, donde se olÃa el miedo, en un antro sucio, lleno de colillas, de insectos que pululaban y meriodiaban por doquier, subiendo por paredes y cuerpos y arrastrándose por el piso.
Algunos para aliviarse se sacaban de entre las nalgas, sitio donde la requisa no habÃa llegado, un pequeño tubito donde tenÃan una pequeña porción de droga que tomaban con fruidez, con ansia,
Para aliviar, según ellos, la tensión de estar encerrados, de vivir un trance como este.
A veces un grito, quizás para aliviar algún temor o una tensión se escuchaba “un callen dejen dormir”. Otras un grupo de voces se burlaban de este grito y asà los murmullos y voces se iban acallando hasta muy tarde en la madrugada, casi cuando en las primeras luces del alba empezaba a divisarse. Y asà pasamos este dÃa sucios, nuestra ropa, nuestra mente, nuestro espÃritu, a otro dÃa y a otra noche igual. Son como cortadas a machete en filo, una y luego otra y otra.
Hasta que llegaban los policÃas muy temprano, nombrándonos, llamándonos uno a uno, los que se iban a otro sitio, a otra cárcel, por cargos y averiguaciones y a otros, que nos llamaban para salir por fin libre, la libertad. La añorada y querida libertad y asà Ãbamos dejando la pestilencia, dejando allà a personas inocentes, dejando, a otros en su jungla, en su infierno. Al salir nuestros familiares y amigos nos esperaban, y nos miraban sorprendidos por nuestras fachas y nosotros mirando a sus ojos angustiados llenos de preguntas y los nuestros llenos de lágrimas, sucios y flacos, como si hubiésemos pasado una semana sin comer y ojerosos como de otra sin dormir, salimos a la calle sin mirar hacia atrás, quedándonos con un sabor amargo en la boca.
Rubén Patrizi