Sin embargo, la pasión que se pone en este espectáculo, que a veces se trasforma en una sublimación de la guerra (de hecho el golpeo fuerte del balón es aludido mediante metáforas bélicas: disparo, cañonazo, tiro, obús…) provoca que, en muchas ocasiones, nos topemos en su vocabulario con términos sacados de la poesía épica antigua o de la mitología grecolatina.
Así, comienza a ser muy frecuente que, cuando un equipo está recibiendo un severo correctivo y apenas queda tiempo para la reacción, los locutores afirmen que solamente será posible la ansiada victoria apelando a la épica, palabra relacionada con el término latino epicus y el griego epikós, que acabaron sirviendo para referirse a unos poemas de tono elevado, en que se relataban las hazañas de dioses y héroes, de tal forma que, al usar esta expresión, los comentaristas están comparando las corajudas incursiones de los laterales por su banda con los indelebles combates de griegos y troyanos que narró Homero en broncíneos hexámetros, o con el peligroso viaje de Ulises, el versado en mil artimañas, a través de los cambiantes mares, a merced de las tormentas, de los monstruos, de las sirenas, de los cíclopes antropófagos, y de la tiranía de diosas y magas, que no sabe uno muy bien qué será peor.
También dos de los puestos claves en cualquier equipo nos remontan a la Antigüedad. Me refiero al de portero y al de delantero centro. En la actualidad, no pocas veces se denomina al guardameta cancerbero, sin duda recordando al mismísimo Cancerbero, el perro, provisto de tres cabezas y serpiente en lugar de cola, encargado de vigilar las puertas del Hades, o Mansión de los Muertos, para que los difuntos no salieran al mundo bañado por la luz del sol, ni los vivos visitaran las oscuras mazmorras infernales, si bien algunos lo lograron, como el piadoso Eneas, padre de Roma, con la ayuda de una mágica rama dorada, o el músico Orfeo, gracias a que con su enhechizante lira logró amansar a la fiera.
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