Y cómo no van a aceptar los ciudadanos que eso suceda si a cambio obtienen la certeza de vivir seguros.
La voz «seguridad» seduce a la vez que tranquiliza: las autoridades nos garantizan la seguridad, aunque para ello incurran en provocarnos alguna molestia como la pérdida de libertades o menudencias como renunciar a la dignidad y la autoestima. Las autoridades nos protegen así de unos asaltos mientras nos perpetran otros.
«Seguro» procede del latín securus y se formó sobre cura: «cuidado», «atención». Equivale por tanto a «sin cuidado» (sin peligro). «Seguridad» se define en el Diccionario como la ‘cualidad de seguro’. Y «seguro» significa ‘libre y exento de todo peligro, daño o riesgo’. Eso es lo que nos ofrecen, por tanto: estar a salvo de «todo peligro», de «todo daño», de «todo riesgo», donde el vocablo «todo» manifiesta una idea sin fisuras para confiar en ella a pies juntillas.
El juego de la palabra nos hace creer, pues, que la seguridad puede garantizarse. Pero pocas cosas son seguras al cien por cien, y por tanto pocas cosas son seguras.
Se establecen así «medidas de seguridad», dándola por completa para que nos sintamos a resguardo; nunca «medidas de precaución» o «medidas de prevención», expresiones que ofrecerían más sinceridad pero quizá mayor resistencia.
[...]
Leer más en elpais.com