“Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos...”
Vallejo
Se le fueron los zapatos a perecer en el afán
y por el uso perdieron
por el uso no encontraron señales, y en la ruina,
un solo parque que afilaba el rastro con dolor de vida
señalaba el sitio a donde nunca llegaremos.
Muerte andada, andada muerte, a tranco sobre el pavimento...
ese lugar en que se abre
una gran boca de miedo.
Ya la luz que no recuerda a nadie, vino,
desde el fondo de tus zapatos niños a traerte,
a colocar peldaños a la sombra de tus pies.
Como un caballo sin más metáfora que el torso roto
una maqueta de su anatomÃa salió de los espejos;
bebió la brevedad, el lÃmite para buscar el blanco.
No hay lugar en el mundo para tus pies que fueron
desde mis pies cansados a buscarte
en la fuente del temor a la luz para ninguno;
luz unigénita del que ya me abandonaba desde siempre,
esa que bañaba las preguntas, los cuartos vacÃos, el acaso.
Crecieron las raÃces de tus pasos, buscaron el sueño
entre los muertos sin rostro en el sosiego buscaron,
bebieron de la sed, de las razones
subieron la escalera de la lágrima
rompieron, ¡ay de ti!, sombra de mi sombra,
la máscara en que tu ojo se apagaba.
El sol que no sabÃa de nosotros
que no supo de ti ante mi, encontró tu boca,
mi boca esquiva en un rincón sin violencia,
tu rÃgida inocencia paseada por la noche hasta tu yo
en la pacÃfica muerte, en la muerte inequÃvoca
en que no tenÃan cabida más que tu ojo y tus zapatos
con el afán de buscar y buscar la calle.
Bajo el llanto permeable de tu lágrima,
mi lágrima hueca por el cristal del fuego
mataba la lumbre, la vida que soñaba, quemaba el sol,
rajaba las cometas, y la fuente donde no habÃa agua
caÃa sin vida ante nosotros.
Yo que no soy la misma que miraba,
desde el sueño partir el tren de tus zapatos
señalaba con el Ãndice tronchado por la filantropÃa
tu alma helada,
huyendo...
MarÃa Eugenia Caseiro