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UN SCOUT PEREGRINO

Una experiencia espiritual Camino a Santiago de Compostela

Pedro de Santiago Gaviña

España



LA RUTA DE SANTIAGO.
Nota de: Ricardo Aguilar Pomar (RICK)
Desde el descubrimiento de la tumba de Santiago Apóstol en Compostela, en el Siglo IX, el Camino de Santiago se convirtió en la más importante ruta de peregrinación de la Europa medieval. El paso de innumerables peregrinos que, movidos por su fe, se dirigían a Compostela desde todos los países europeos, sirvió como punto de partida de todo un desarrollo artístico, social y económico que dejó sus huellas a todo lo largo del Camino de Santiago. Pero el Camino no es sólo un resto arqueológico de un espléndido pasado histórico, sino que es un camino vivo, renovado por el paso de los nuevos peregrinos que reviven en este principio del Siglo XXI una historia que es patrimonio común de todos los pueblos de Europa y del mundo. Peregrinar a Santiago al modo tradicional no es simplemente hacer un recorrido turístico o deportivo a pie por una ruta artística en contacto con la naturaleza. Es todo eso, pero es mucho más. Es encontrarse con la raíces religiosas e históricas de Europa, es renovar un Camino de transformación interior, es caminar al ritmo de otros siglos, es... peregrinar.
Podemos decir que el Camino de Santiago es un símbolo, es una ruta de fe, una ruta de arte y cultura, una ruta ecológica y humana, un encuentro con la trascendencia; la búsqueda de uno mismo; una peregrinación al Finisterre, el mítico fin de la tierra, al misterioso morir y renacer.
Esta es la historia de un scout español que en 1965 emprendió, con un grupo de jóvenes compañeros cristianos esta hazaña física y espiritual de más de 1,000 kilómetros a pie, desde Roncesvalles, en la frontera con Francia, hasta el Santuario de Santiago, en el extremo occidental de España... ¿Su nombre? Pedro de Santiago Gaviña, scout de toda la vida y entrañable amigo.
Este es su relato, llano y sencillo, contado por él mismo.

Voy a intentar recordar, después de casi 50 años, algo de lo que supuso mi Camino de Santiago.
Yo, en mi juventud, hice dos deportes, pero no de masas, en ambos estuve federado y llegué a segunda categoría: esgrima (florete), y tenis de mesa. Por descontado que el campismo y rutier, por eso me animé a hacer el año 65 (ayer), el Camino de Santiago, andando con otros quince compañeros de la Juventud Cordimariana, patrocinada por los Padres Claretianos, desde Roncesvalles, en la frontera con Francia, en los Pirineos, hasta Santiago de Compostela, en Galicia, recorriendo el camino francés, que se metía en Castilla, por huir de los feroces cántabros y otras tribus. Fueron más de 1000 kilómetros, en los que hacía de cocinero y enfermero, curando llagas y ampollas, a veces simultáneamente.
Teníamos una olla de metal vitrificado en rojo, muy grande, que llamábamos "la democracia" porque servía para dar de beber al burro, lavarse los pies y hacer la comida, después de bien fregada "fregar hasta que huela a queso y luego seguir hasta que deje de oler". Llevábamos unos estropajos de aluminio con el detergente incorporado, que no ocupaban casi sitio y ahorraban jabón.
Como creo te he dicho, por aquella época yo era el encargado de espiritualidad de la Juventud Cordimariana en España, y aquel año, yo no sé como, comenzamos a pensar en ese evento, por ser Año Santo Compostelano.
Así que diseñamos el itinerario, suponiendo unos 35 Km. Diarios, partiendo de Roncesvalles. Íbamos 4 sacerdotes claretianos: el P. Pita da Veiga (hermano del almirante, que luego fue Ministro de Marina en el primer gobierno democrático), el P. Rufino Velasco, teólogo, el P. Maximino Cerezo Barredo (Premio extraordinario de Bellas Artes, un pintor maravilloso, que ahora anda por Chile, o por ahí) y el P. Arturo González Robles, fundador del Grupo Scout del Colegio Claret, donde he trabajado toda mi vida. Ya antes, para aprender e imbuirse del escultismo, estuvo 5 años en el Grupo 1 de Madrid. Posteriormente le han otorgado la Insignia de Madera. Ahora está en Cuba, donde todos llevan "pañuelo rojo", porque era un destino que nadie quería.
Además 12 jóvenes, de los que el mayor era yo. Llevaba una mochila de lona de camuflaje, que pude adquirir de una manera casi milagrosa. Estaba en una tienda del centro de Madrid para buscar material fotográfico y, al mirar al suelo, vi un billete de ¡1000 pesetas!, que recogí. Miré y esperé a ver si alguno notaba su falta, y como no lo echó en falta nadie, me fui a la tienda en que había visto la mochila y la compré. A lo largo del camino llevaba 20 kilos de todo tipo de materiales: desde agujas e hilo, la máquina de fotos y varios carretes, hasta tiritas y material de acampada, amén de la ropa y saco de dormir sencillo, que también compré. Así que me convertí en el paño de lágrimas de los demás peregrinos.
No pensábamos llegar el 25 de julio, que, por ser Santiago Apóstol, estaría abarrotado.
No recuerdo la fecha de la partida porque el diario que iba haciendo el P. Arturo, lo tiene el P. Pita. Fuimos en tren hasta Pamplona y allí cogimos un autocar hasta Rocesvalles, famoso por la epopeya de Rolando, paladín de Carlomagno, del que se cuenta que de un tajo de la espada abrió el paso que comunica con Francia.
Del viaje en tren salió una palabra: "Renunciar". Íbamos leyendo, para no aburrirnos, el "Viaje a la Alcarria" de Camilo José Cela, y en algún sitio dice que tuvo que apartarse del camino para hacer lo que le mandaba su carne sucia y renunciadora, y desde entonces, cuando teníamos que ir al servicio (cuando lo había), decíamos que íbamos a renunciar.
Otra frase que se hizo habitual fue "Al origen". Cuando estábamos organizando el viaje en "La cueva" (nombre con que designábamos el local en la cripta de la iglesia donde nos reuníamos), un compañero delineante fue haciendo el plano colocando las ciudades por donde teníamos que pasar, midiendo las distancias desde el origen, o como decía él: "Al origen". Se nos quedó la expresión, y a toda frase se la añadíamos. "Voy a dormir, al origen", "Estoy cansado, al origen", "Voy a renunciar, al origen". ...
El P. Arturo se fue andando hasta Valcarlos, en la misma frontera con Francia, para comprar el burrito (al que llamamos Peregrino) que no había sido herrado nunca y tenía tendencia a caminar por el lado izquierdo de la carretera, que luego nos acompañaría todo el camino, hasta Arzúa, ya cerca de Santiago, (donde se vendió en una feria de ganado) para llevar las tiendas de intendencia, que eran de lona recia, del ejército, los cacharros de cocina, las tiendas para los caminantes y yo qué sé más. Cuando se vendió, como ya estábamos muy próximos a Santiago, hicimos unos bultos con lo que llevaba y los facturamos a Madrid.
Cuando volvió nos pusimos en camino. La idea era despertarse temprano, a las 5, levantar el campamento, asearse, desayunar y ponerse a caminar a las 6, pero el P. Pita, que por cierto tenía un dolor permanente en el nervio ciático, me decía: Perico, asómate a ver cómo hace, y el primer día se me ocurrió, porque así era, decirle: "Está nublado", y otra hora más. Caminábamos una hora, pasando por unos parajes preciosos (recuerdo la casa abandonada de Erro), luego de cinco minutos de descanso, continuábamos un par de horas más con sus consiguientes reposos, hasta llegar a un sitio adecuado donde yo hacía fuego y preparaba una sopa, luego freía unos filetes, fruta y descanso hasta las cuatro o cinco para continuar otras tres horas. Total que, al día veníamos a recorrer uno 25 ó 30 Km (el paso de marcha era de unos 6 Km/h)
Cuando estábamos a unos 10 del punto de llegada, me separaba del grupo, y a 7 por hora me adelantaba para hablar con las autoridades, conseguir un sitio de pernoctar, y encontrar un alma caritativa que nos prestara su fuego para calentar agua con sal para los pies. Nunca nos faltaron ambas cosas. La gente de los pueblos se volcaba con nosotros.
Ese año, por ser compostelano había muchísimos peregrinos en el camino. Al principio estábamos guapos y aseados, pero que con el paso de los días íbamos cogiendo la pátina del camino, porque no nos afeitábamos, aunque nos aseáramos,
La casa de Erro tiene de particular el que era un caserío tipo vasco, semiderruido, de varias plantas, que ocupamos durante unas horas, las primeras desde la salida de Roncesvalles, y donde les preparé una paella, que me quedó muy bien (o eso dijeron tal vez no por hambre, sino por la necesidad) y chuletas de cerdo, y donde hice una fotos en blanco y negro, que me compararon con Ingmar Bergman, el cineasta nórdico autor de películas prodigiosas como "El séptimo sello", donde el caballero medieval echa una partida de ajedrez con el diablo.
Es costumbre hacer el camino de Santiago cuando quieras y en el medio que quieras, en bici, burro, avioneta, moto, en patinete, etc., pero el Año Santo Compostelano tiene indulgencia plenaria, con las condiciones acostumbradas (confesión y comunión, rezando por el Papa, creo). Además, si durante el camino vas sellando un carné del peregrino en las oficinas de turismo, tienes derecho a dos días de comidas en el Hostal de los Reyes Católicos, de cinco estrellas, en los que solo dormir, en el año 65 costaba un riñón (creo que 1000 ptas.), lógicamente no en el comedor principal, sino en una habitación del primer piso (ocupa toda una manzana) y a las 11 de la noche, cuando habían servido prácticamente todas las cenas. Nosotros lo hicimos la primera noche, a la llegada, y cenamos "pote gallego" y "salmón a la especialidad del Chef". No se me olvidará la calidad y cantidad de aquella cena.
Las conversaciones durante la marcha, al principio eran frecuentes, comentando las incidencias del camino. Luego, al atardecer rezábamos el rosario. La forma de caminar era en fila india, por el arcén izquierdo, como marcan las reglas, menos el P. Arturo (el Padre del burro) que iba con Peregrino (el burro) que circulaba por el derecho, por lo que paulatinamente se fue terminando la cháchara, tal vez por los cansancios acumulados o por no quejarse de los dolores propios. Teníamos un bordón, grueso como de 5 cm., largo de 2 m., en que había fijada una imagen sedente de la Virgen, de estilo románico, hecha por una chica cordimariana, estudiante de Bellas Artes, en madera, de unos 20 cm de alta y que costaba manejar. Allá por la mitad del camino se desprendió del mástil y tuve que hacerle una fijación más sólida para que terminara el viaje. La llevaba el P. Velasco.
Yo también llevaba una cámara con las que hice las fotos, testimonio del periplo.
Otro de mis pecados es el ser fotógrafo aficionado, y me he pasado horas y días en el laboratorio revelado carretes y positivando los negativos. Tengo kilos de rollos.
Sigo con el relato, a salto de mata. Llegaríamos a Pamplona alrededor del 7 de julio, San Fermín, y estaba la ciudad, desde una semana antes, en fiestas en las que nadie duerme, y a la entrada la gente se nos arrodillaba delante haciendo burla. Allí había una comunidad claretiana y fuimos a hospedarnos. Así que pudimos lavarnos, comer y dormir ¿? (no nos dejaban las charangas de los sanfermineros). Al día siguiente cogí un enfado más que regular porque el P. Pita, responsable o director de la marcha, nos permitió dormir hasta tarde, y cuando luego nos caía el Lorenzo (sol) y nos achicharraba en las horas de camino, nos hacía sudar los pies y provocaba ampollas que, diariamente tenía que curar, pinchándolas, o cortando la piel, poniendo Mercromina y vendas. Para más inri, equivocamos el camino a la salida de Pamplona y perdimos una mañana atajando para recuperar el de Santiago.
A mi me llevaban todos los diablos. Por la tarde me iba a confesar con él, y al terminar me decía: Y ahora, ¿con quién me confieso yo? Pues conmigo y así le pongo la misma penitencia. Bueno esa anécdota se repitió varias veces a lo largo del camino. Nada grave. Porque había un espíritu de sacrificio, oración, penitencia y amor.
Todos los días debía curarle de su ciática con una pomada que debía extender por su glúteo derecho, encerrados en una tienda, luego de avisar: "Al que abra le excomulgo". No recuerdo su nombre, pero sí que luego tenía que lavarme las manos con agua y jabón Lagarto en abundancia porque producía muchísimo calor y picores. (Finalgón).
Lo más habitual era que tuviera que estar comiendo con una mano y curando ampollas con la otra. Menos mal que no le hacía ascos a los pies sudorosos y sucios, que normalmente olían bastante y no precisamente a rosas.
El P. Arturo, scout, llevaba una cantimplora con agua, de la que él no bebía, pero cuando notaba que las demás estaban vacías, la dejaba sigilosamente junto a nosotros, y se iba. Era también el encargado de hacer la crónica de nuestro viaje con humor. Además era poeta y el relato le salía precioso. Cada día leíamos en alguna parada lo ocurrido el día anterior. Aún recuerdo una frase: "Como dice Perico ...", "Es verdaderamente abyecto, acentuando la b y la y griega". Lo debe tener el P. Pita, pero "A ver quien se lo pide y que te lo dé".
En Santo Domingo de Silos (Logroño) tienen los PP. Claretianos un filosofado, y hasta allí nos fuimos y nos alojamos en el convento, donde pudimos comer en mesa. Vimos la iglesia donde tienen, en la parte posterior, a la altura del coro, un gallinero con gallinas y gallos vivos, pues dice la leyenda, que en una ocasión, en un figón, Santo Domingo hizo el milagro de resucitar una gallina asada, ante la incredulidad de algún parroquiano que dijo creer en algo si el santo la resucitaba. De ahí el dicho: Santo Domingo de la Calzada, "que cantó la gallina después de asada".
En Santo Domingo (por cierto, en España, solo hay 4 santos y un santito: Santo Tomás, Santo Tomé, Santo Domingo, Santo Toribio y San Tito, los demás empiezan por San), me contaron una anécdota de un sacerdote claretiano muy redicho, que con ocasión de un panegírico a San Antonio María Claret, fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María (claretianos), dijo "El ignívomo apóstol..." ante la estupefacción de todos los que, en el refectorio estaban comiendo, y continuó: "¡Sí, sí!, ¡ig-ní-vo-mo!, que vomita fuego". ¡Ah!
Por todo el camino hay muchas historias como la de Puente la Reina donde un caballero, en la edad media, armado con su lanza impedía el paso de todo el mundo a no ser que lucharan con él. Creo que se denominaba "El paso honroso". No sé como acabó aquello.
En Viana, nos encontramos con la sorpresa de que 10 Km. antes nos anunciaba la distancia a Santiago y en la ciudad nos indicaba lo mismo. Allí herramos a Peregrino.
A lo largo del Camino francés, también hay imágenes de Santiago en todas las iglesias (generalmente, cuando podíamos, pasábamos a visitarlas), hospitales de peregrinos, que hoy ya no funcionan como tales (teniendo la Seguridad Social), hospederías, albergues, abadías (a estas últimas les pagaba el Estado 50 ptas. por cada peregrino que recibían, hospedaban y daban alimento).
Pero cuando nosotros llegamos a la de Samos, se encontraba allí el Cardenal Larraona (claretiano) y la comunidad del monasterio invitó a los curas a cenar con ellos. Como es lógico no quisieron. No nos dieron de cenar porque ya se había cerrado el comedor. Luego nos metieron a todos en dos habitaciones pequeñas con literas y allá tuvimos que acomodarnos durmiendo donde pudimos, incluido el suelo. Por la mañana tampoco desayunamos porque el comedor no estaba abierto.
Al P. Cerezo, le propusieron pintar un mural en la abadía y comentó: "Les voy a cobrar la pintura y lo que se han ahorrado con nosotros".
Por aquellos parajes dormimos muchas veces en los prados, y en una ocasión llegamos a oír a los lobos. Entonces el "Cuervo" (como llamaba yo al P. Pita), me ponía en un extremo de la fila que se formaba con los sacos y mantas de dormir (tal vez porque conmigo no se atreverían o yo era el más sacrificado y sacrificable).
En otra ocasión pasamos junto al río Sequillo (que era el primero que veíamos con agua) todos decidieron bañarse, menos yo, ante la nube de mosquitos que había sobre el cauce. Luego me pasé horas curando con amoniaco disuelto en agua, las picaduras.
Se pasaba por el páramo de Castilla, que es una meseta de 600 m. de altitud que comprende varias provincias. Un recuerdo de allá es que, pasando por Reliegos (hay un dicho: la milla de Castilla es de Reliegos a Mansilla, o sea 6 Km.), empecé a oler fuertemente a tomillo. Comencé a buscarlo y me encontré con unas matas rastreras que no levantaban dos dedos del suelo con un olor fortísimo. En el páramo no había prácticamente vegetación, así que cuando encontrábamos un árbol todos no sentábamos a su sombra. Llegamos a tener gran precisión en precisar la distancia a que se encontraban en la lejanía.
En otra ocasión, sabíamos que estábamos a 100 m. de un pueblo, y no lo veíamos, y es que estaba en una hondonada donde se encontraban las casas.
En todas las provincias quedan restos de lo que fue un acontecimiento del peregrinaje, Puente la Reina, Villarcázar de Sirga, Frómista con una colegiata, monumento nacional, Palencia, Burgos, con una catedral de un gótico flamígero por lo empinado de sus puntas. Aquí nos trataron como un estorbo, pero gracias a los curas, nos permitieron dormir en unas dependencias dentro de la catedral, lógicamente en el suelo. Claro que eso era lo habitual, pues nos dejaban acampar en escuelas, cárceles deshabitadas, pajares, pórticos de iglesias, a la vera de los cementerios, debajo de puentes cuyo cauce estaba seco, y en una ocasión dos o tres lo hicimos en lo alto de un campanario.
La comarca de Villafranca Montes de Oca es la que recuerdo con un paisaje más bonito, donde a cada recodo del camino el paisaje cambiaba de bueno a mejor, y al final estaba Valdefuentes con una hermosa fuente de piedra y un agua fresquísima. Nos dijeron que por allí, en invierno iban los lobos.
Cerca de Burgos, hay un pueblo: Rabé de las Calzadas, donde hay un colegio de las monjas de la Caridad. Yo sabía que en él había estudiado Ana (mi esposa), a la que había conocido en unas vacaciones en Santander, y de la que había perdido la pista. A pesar de que la ruta no pasaba por allí, yo me separé unos kilómetros para preguntar por ella, y tuve la suerte de encontrar una monja que había sido profesora de ella. Me dio su dirección tanto en Palencia donde estaba su familia, como en Almería, donde estaba de maestra. La guardé como oro en paño, y lo primero que hice, al llegar a Madrid fue contactar con ella y quedar para vernos cuando fuera a reintegrarse a su escuela. De aquel encuentro se llegó a la boda.
Luego León con una maravillosa catedral. Por cierto que esa mañana tenía tal torcedura de tobillo que tuve que coger un autobús para 10 Km., y que me viera el médico, aunque, al final, no resolvió nada y me tuve que vendar para seguir.
Astorga con un maravilloso palacio arzobispal, obra de Gaudí (el del Templo de la Sagrada Familia de Barcelona, que se está haciendo con las aportaciones de toda España).
Y llegamos a la comarca de El Bierzo, toda verde, con casas de piedra y techo de bálago (hierba alta secada), todo verde, impresionante.
Allí, en una pequeña aldea, Peregrino encontró una burrita preciosa y ambos se miraron largamente y comenzaron a rebuznar.
Para llegar a Ponferrada debíamos dar un gran rodeo, pero yo me adelanté a un monte que estaba en esa dirección, vi una posible ruta que acortaba el sendero que llevábamos, y así lo indiqué. Luego nos dijeron que habíamos ahorrado una hora de camino.
Por cierto, al andar por sierra, no se mide la distancia en kilómetros sino en tiempo, y llegamos a tener una gran facilidad para saberla por el tamaño de las casas o árboles en la lejanía.
Llevábamos una bota con vino para elevar el espíritu cuando alguno flaqueaba, y por eso la llamábamos "La Moral". Pues bien, probamos, juiciosamente, los caldos de todas las regiones por donde pasábamos. Pero hubo un sitio que yo recuerdo: Cacabelos, ya en Galicia, en el que para desayunar, a eso de las 10, comimos pan de borona, de maíz, amarillo con fiambre, y echamos un trago de su vino del que habíamos llenado La Moral. Entraba como el agua, era blanco, y empecé a sentir que me mareaba. ¡Qué traicionero! Fue una experiencia.
Hay un punto, cerca de Foncebadón, en lo alto de un otero en el que está plantada una "Cruz de hierro", donde es tradición que los peregrinos coloquen una piedra, con lo que se ha formado una pirámide irregular con tanta piedra.
En Foncebadón quisimos decir la misa y pedimos algo de harina a los dos habitantes que había, pero el año había sido tan malo que no tenían. Al fin rebuscando en algunas sacas nos dieron un puñado que sirvió para hacer las formas. La iglesia era pequeña, húmeda, oscura y fría, pero la ceremonia, a la que concurrieron los vecinos, resultó de lo más maravilloso que recuerdo.
Ya en Galicia, como el P. Pita es "galego", de "El Ferrol" ("cajo no demo" = me cago en el demonio) se ponía a "falar galego" con todos los que podía, cuando nos deteníamos, y todos a dos velas. En una ocasión, parados y sentados ante un árbol, a la vista de un pueblo, una aldeana me preguntó, con sorna: ¿Qué, vais a Santiago? Y respondí lo primero que se me ocurrió: "Si, señora, pero como el mundo da vueltas, esperamos a que llegue".
Ya, a 12 Km. del fin de nuestra peregrinación, en Lavacolla (que según Camilo José de Cela en su Diccionario Secreto 1, significa Lavacojones, para indicar que, si bien los peregrinos se aseaban diariamente, aquí se lavaban hasta sus vergüenzas), se nos unió un periodista, que quiso pasar la noche con nosotros, y El Cuervo (el P. Pita, por llevar sotana negra), me dijo que tenía que dejarle el saco de dormir.
Yo me dispuse a dormir en el santo suelo de la entrada de una iglesiuca, arropado con una manta, y una botella de aguardiente de orujo gallego. Cuando me despertaba por el frío, me echaba un traguito y hasta la próxima. Bueno, pues cuando amaneció, había terminado la botella de medio litro, pero pude dormir y sin emborracharme.
No nos llovió en todo el camino, ni siquiera en Galicia, aunque nos cayeron una gotas cerca de un pueblo, donde había un mesón, y nos animamos a cenar en él. Nos hicieron 7 u 8 tortillas españolas (con patatas fritas, ya sabes) de tres dedos de gruesas, con 6 panes de allí, redondos y crujientes, y 12 botellas de Ribeiro. Quedamos todos muy consolados espiritualmente.
El Ribeiro es uno de los vinos más conocidos de Galicia y se toma preferentemente con marisco, "está de muerte, abuela", que dice mi hija Cristina.
Es curioso y lo comentamos luego, porque trajimos unas botellas para beber en Madrid y no nos supo igual. Dicen que el vino hay que tomarlo en el lugar de origen pues la temperatura, la humedad, el ambiente y lo que comes le cambian el sabor.
Sí, de acuerdo con el tren que le he dado a esa narración inconexa del Camino, ya estamos en Santiago. Pero antes, después de levantarnos en Lavacolla, y asearnos, todo eran prisas para llegar al Monte del Gozo, desde donde se divisa Santiago, meta de nuestra peregrinación de un mes y algunos días. Como es lógico, y así estaba programado, no llegamos el 25 de julio, sino tal vez, el uno o dos de agosto. El P. Arturo, desde la entrada en Santiago, se descalzó para cumplir una promesa. Y era la ocasión de entonar una canción, que es tradición que cantaban los peregrinos en la Edad Media: "Herru, Santiagu. Grott Santiagu. Eultreya. Esuseya. Deus adjuva nos", que debe tener origen germánico, por el Herru, que podía significar Her (señor), Grot (¿gran?). Lo de Eultreya y Esuseya, no tengo ni idea, y los Deus adjuva nos (Ayúdanos Dios). No sé si ahora se lo saben los que hacen el camino.
Fuimos directamente a la Catedral, donde nos esperaban algunos familiares de varios peregrinos, entre ellos del P. Pita. Dar el beso a la imagen del santo en el pórtico (que ya tiene una cueva donde le dan los besos. (Guta cavat lápidem, non vi, sed saepe cadendo = La gota horada la piedra, no por la fuerza, sino por caer muchas veces)
Luego pasamos a oír la Misa que concelebraron los curas, después de dar el abrazo a Santiago, según es tradición, para lo cual hay un pasadizo que te lleva a las espaldas de la imagen, sólo de torso. Y también ver el botafumeiro, que me figuro sabrás que es un gran incensario ¿un metro de altura?, colgado del techo por una gran soga, y que en la bajada se divide en una gran cantidad de cabos, de los que tiran una serie de personas, vestidas de rojo, que bajo la dirección de uno lo van moviendo acompasadamente hasta hacerlo llegar casi hasta el techo. Esta costumbre era para disipar con el incienso el hedor que debían despedir los peregrinos.
Pasar por el centro de turismo para hacer constar nuestra condición de peregrinos y tener el privilegio de que te manden desde Santiago una bendición plenaria, en papel marrón y con el sello y firma del Arzobispo.
Ir a cenar al Hostal, irnos a acostar, ¿tal vez al Burgo de las Naciones? Al día siguiente visita turística, y "Finis Coronat Opus".
Vuelta a casa en tren, al principio echados sobre el santo suelo de los vagones.
La peregrinación supuso para todos una experiencia inolvidable, un afán de superación, una afirmación de la personalidad, una profundización en la fe, una reflexión sobre la espiritualidad, el silencio, el sacrificio y la esperanza. Y el gozo de la consecución de la meta.
Y como dijo el P. Velasco: "Mi vida queda dividida en dos partes: Antes de Santiago y después de Santiago".

Este artculo tiene del autor.

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1 Mensaje

  • UN SCOUT PEREGRINO 28 de febrero de 2008 02:13, por Luis Jiménez

    Estimado Don Pedro de Santiago Gaviña,

    Soy Luis Jiménez y es un placer volver a reencontrame con usted, ya que fui alumno suyo desde el año 1996 a 1999.

    Me ha encantado su texto, así como me encantó su asignatura que, después, me ha servido mucho, ya que he cursado ingeniería industrial.

    Serái un placer que pudieramos estar en contacto, le dejo mi direccion de correo electrónico:

    luisprospe@hotmail.com

    Un saludo y un abrazo

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