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MI GATA EN LA CARCEL VIEJA

Carmen María Camacho Adarve

España



Un día, hace muchos años, desperté con la convicción de que la situación era insostenible.  La noche anterior no había sido en nada diferente, y sin embargo sea porque las lunas andaban mal o las cosas estaban así, desde hacía varios días,   esa mañana decidí que debía actuar.

Lo que había llegado a su tope era esa maldita manía que tenía la realidad de interponer objeciones a todas las soluciones que yo le proponía, sin darme una explicación.  ¡No porque no! , estaba exasperada.  Cierto es que desde el principio no nos habíamos llevado bien, pero creo que su animosidad hacia mí se incrementó el día en que yo juré solemnemente dedicar mi vida a la enorme tarea de descubrirle el umbral al tiempo.  Con esa grandiosidad de frase, lo que quiero decir es que quería ver cómo se las arreglaba el futuro para convertirse en pasado, qué había entre el "todavía no" y el "ya".

Acechaba, acechaba, sin jamás perder el ánimo.  Mi fe inquebrantable me hacía olvidar el sueño y el hambre.  No pasaba un minuto sin que yo estuviera ahí acechándolo.  Miles, de segundos, y sin perder las esperanzas de entender cómo hacían para pasar de un lado al otro.  Y si en algún momento eran presente, eso que se decía era lo único que teníamos, pero que nadie, nadie había visto.

Mis largos años de observación me permitieron sacar conclusiones, si no definitivas, a los menos provisionales.  En primer lugar, descubrí que si algo no es definitivo, es provisional, y no es una conclusión, aunque provisoriamente es definitivamente una conclusión.  También descubrí que los segundos no van a paso parejo.  Siempre se les arreglan para llegar a tiempo, pero en el trayecto hay toda clase de variaciones.  vi. Que algunos minutos vienen vacíos de segundos, y a veces éstos que llegan todos juntos al final, apelotonándose para entrar por la estrecha grieta del tiempo.  Algunos segundos pasan dos veces, y otro ninguno.  ¡Qué ironía!  Una Modernidad nacida con la invención del reloj mecánico!  Una Razón sostenida en la posibilidad de medir!  ¿Medir qué?  Lo que es el tiempo.  El desorden que hay allí, es magnífico, cada cual haciendo lo que le da en gana.

Confieso que a menudo la risa lograba distraerme de mis quehaceres, pero no era esto lo que yo buscaba.  Si los segundos querían pasar así, mientras pasaran para un lado o para el otro, me daba lo mismo.  Lo que yo buscaba es La belleza fugaz del instante que se hace presente, justo al pasar por la grieta cada vez más grande que derruía la cárcel vieja.  ¡Ah!  ¡Qué colores, que luz!  Es cierto que yo no había podido ver eso, y entonces pensé que si mis ojos fuesen más rápidos o, lo que es lo mismo, una cámara lenta de tiempo, esa fugacidad sería menos fugaz, casi una duración.  Como no quería cargar con la responsabilidad moral de modificar el tiempo, y que luego me dijeran:  “por tu culpa, por tu culpa hoy tuve que trabajar 200 horas", es que decidí ejercitar mi percepción.

Día a día mis logros fueron in crescendo hasta que logré que un segundo durara minutos.  Lentos, gordos, iban pasando los segundos como osos recién despertados.  ¿Pero saben qué?  ¿Saben qué?  Que todo esto es una maldita mentira, porque entre cada oso aparecían siempre otros más pequeños, más y más pequeños, y lo que me temía:  entre cada y cada cosa, un diminuto oso, que yo no veía, pero bastaba que yo avanzara un poco en los logros de mi ojo, para ver lo que antes no podía, y entre cada cosa, nuevamente cosas y ruinas y cosas.  Nunca, nunca podría ver el maldito presente ¿y todo eso por qué?  ¿Por qué?  Por esa realidad mala, envidiosa de mi poder mental.  Y entonces me exasperé!  .  Le dije a esa estúpida realidad:  ¡Me tienes harta!  Harta con el cinismo con que destruyes todos mis propósitos".  Pero pobrecita, pobrecita, se ve que conocía poco mi insistencia, mi ardor interior, mi impulso rítmico, inesperado... todo eso, si pensaba que una estúpida aporía me detendría.  Ante todo fue necesario elegir el método que usaría contra ella.

¿Inducción?  ¿Deducción?  ¿Abstracción epicúrea?  ¿O empirismo abstracto?  Este último fue el que más me convenció, creo que porque sonaba de una manera hermosa.  Saboreaba esa frase, relamía el momento en que le diría a la maldita:  “He aquí yo, con mi empirismo abstracto.  ¿Qué?, te acobardo ¿verdad?”  Pero no, no, no, resultó tan fácil, eso hubiera estado bien para una telenovela, pero aquí...  Aunque es evidente que los obstáculos han sido creados para que los sorteáremos, porque nada, nada, podía detenerme.  Comencé con unos ejercicios de psicológica, para que la realidad fuera sabiendo contra quién se enfrentaba.  Dije:  “queridísima realidad, de nada te servirá eludirme, porque conozco tu pasado, y casi todas tus caídas".

Realidad se llamaba mi gata que vivia en la cárcel vieja y que un día las palas de las escavadoras mataron y enterraron a ella y toda su gran familia por ser una gata, y no hablaba, y ahora tampoco.  Pero, yo esperaba que si todo salía bien, la realidad real, La Realidad Radical, que decía Ortega y Gasset, la realita, hablaría por medio de mi pequeña Realidad.  Pero no todo salió bien.  Diría que nada salió bien, pero soy muy optimista, todavía no he terminado.  Todo el día lo dedicaba a interrogar, incansablemente.  Mis ilusiones de ver el presente habían quedado relegadas.  "¿No oyes?, querida realidad.  ¿Por qué insistes en hacer crecer objetos y más objetos entre los objetos y minutos entre los minutos?  ¿Crees que así me confundirás?  Oh, no a mí, no a mí, que ya vengo todo lo confundida que se puede estar.  ¡A otro perro con ese hueso!

Los resultados no se hicieron esperar.  A la semana noté perplejidad en la mirada de Realidad, y ya se sabe, se comienza con una pequeña perplejidad, y luego, el todo por no haber sabido combatir la perplejidad a tiempo. Y yo estaba decidida a no darle tiempo a que combatiera su perplejidad, y ésta crecería, crecería, y algo pasaría entonces, o no, como ya se sabe.  A ver, a ver, tanto que te gusta esto de ser infinita para adentro, como decimos las gatas, pero ya sabes lo que quiero decir, y si no, me da lo mismo.  ¿Quién te enseñó a hacer eso?  ¿Fue la tortuga, para ganarle a Aquiles, el de los pies ligeros?  ¿Qué te dieron los dioses?  ¿ y la tortuga a cambio? Y así, todo el tiempo, mis afiladas palabras llenando la inmensidad de los días.

A los dos meses, me di cuenta de que, si bien no parecía haber ningún resultado, yo estaba bien encaminada, ya que los ojos de Realidad brillaban, me miraba, y continuamente intentaba convencerme de que tenía hambre.  ¡Con esa entupida excusa a otra gata” -le decía yo- Tu silencio no me amedrenta.  No tengo otra cosa que hacer en la vida.  Seré tu sombra, querida Realidad, espiaré cuanto hagas, no te dejaré dormir.  No, no, no, querida, no habrá ni un gramito de comida para ti hasta que me contestes.  Di, di, di, ¿en qué se parece un anillo a un parroquiano?  No, no, no, que eso es muy fácil.  Dime mejor... ¿desde cuándo te has convertido en esa corrupta que ahora eres?  ¿Cuándo?, ¿cuándo di?  ¡Cuándo!

A los nueve meses, Realidad se hizo la muerta, y hasta hoy no ha depuesto su actitud.  Luego de esperar tres meses, decidí ir a buscar otro médium.  Si el anterior quería jugar al muerto, adelante, pero yo no podía perder tiempo.  No fue simple conseguir otro médium.  No podía salir de las ruinas de mi cárcel vieja porque no tenía quien me vigilara a la realidad todos mis compañeros habían escapado o estaban muertos entre los escombros.  Porque si se me escapaba, a saber cuándo la atraparía otra vez.  El pececito no parecía servir, tampoco el anzuelo.

Una mañana vi.  Que en el balcón de enfrente jugaba un perrito y decidí raptarlo para que me hiciera de médium.  No sería difícil convencerlo de que ahora se llamaba Realidad, pero luego de un día entero gastado en intento tras intento de pescarlo con caña y anzuelo, justo cuando me pareció que iba a conseguirlo, el perro se fue para adentro y ya no salió, entonces, perdida por perdida, tomé mis pinturas dispuesta a demostrarle a la realidad que yo podía crear cualquier cosa si es que me lo proponía.

¿Pero cómo era un médium?  ¡Las enciclopedias que exprimí tratando de que me entregaran un dibujo de un médium!  Una vez agotados tomos y tomos de la "Enciclopedia de la Cosas”, el abatimiento estuvo a punto de vencerme.  Me incorporé de un salto y dibujé unos garabatos, eso sí, con hermosos colores y escribí "Este es el Médium".  Y esperé, esperé, esperé... ¿Dicen los escritores que la hoja en blanco les produce horror?  ¿Parálisis? Ah, ellos no saben lo que es el horror de la hoja con colores, la hoja que dice "Médium" y no media nada ¿Quieres trece años?  -Gritaba yo- Tengo! diecinueve, noventa y nueve, todos los años, pero de aquí no  sales hasta no decirme qué es eso de andar haciendo aporías por ahí.  Con qué, ¿con qué te sobornaron? Calma, me decía, nada se gana con gritar.  Pero de nada servía, yo seguía gritando.

Por fin una mañana durante el séptimo año hubo un cambio, aunque no puedo decir exactamente cuál fue.  Luego otro, otro, y otro más.  Después no pasó nada.  Y aquí seguimos, ella y yo.  ¿Que he perdido mi vida en esto?  No, de ninguna manera.  Generosamente la he entregado a esta noble causa, porque sé que en el final, mis esfuerzos se verán recompensados como bien saben ustedes.

Este artículo tiene © del autor.

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