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El coche fúnebre

Antonio Nadal Pería



Tras sufrir la operación de aorta y corazón a vida o muerte, la gente que me conoce coincide en decir que ahora soy mejor, más sociable, más simpático, más alegre. Creo que mi cambio se debe a que veo las cosas de otro modo, no quiere excitarme por cualquier cosa, no quiero discutir ni enfadarme por nimiedades o asuntos que no merezcan la pena. A la vez, agradezco en mi interior el estar vivo y en buenas condiciones, seguir disfrutando de la vida. No creo que me haya transformado en otro distinto, pero valoro más la vida. Temo morir antes de que me nieta sea un poco mayor para que me recuerde el día de mañana. Dicen que las personas tenemos recuerdos desde los cuatro, cinco o seis años, y mi nieta aún no los tiene. Además, mi mujer quedaría muy sola si yo falto y esto también me preocupa mucho.

No me siento muy afianzado en la tierra y busco en cierto modo algo espiritual. Cuando me encontraba en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) oí a dos enfermeras que al lado de mi cama comentaban que por la noche se había muerto un trasplantado de corazón. "Ahí abajo espera el coche fúnebre", dijo una de ellas. Cada vez que veo un coche fúnebre por la calle me acuerdo de aquel episodio y pienso que yo podía haber viajado en uno de ellos en el último viaje. No pensé que me podía morir, no pensaba en nada más que en lo incómodo, atado y débil que me encontraba.

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